Amor y mercadeo

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Nos lo ha dado todo, y es como si nada nos hubiera dado: no merece siquiera la cortesía de un minuto de nuestra atención.

El testigo lo escribió así: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único… para que no perezca ninguno de los que creen en él”. Eso quiere decir que, no sólo nos ha dado todo lo que nosotros somos, sino también todo lo que él es… Y aun así, continúa siendo como si nada nos hubiera dado…

Nos amó el Señor, nos amó tanto que nos dio su ley, una ley perfecta que es descanso del alma e instruye al ignorante, un mandato que alegra el corazón y da luz a los ojos… Es la ley del Señor un tesoro, es más preciosa que el oro, y la despreciamos… El mandato del Señor es alimento del que lo guarda, más dulce que la miel de un panal que destila, y lo desechamos…

Nos amó el Señor, nos amó tanto nuestro Dios que nos dio a Jesús, ley del Señor hecha carne: Él es descanso del alma; él es la palabra que instruye al ignorante; él es la alegría que entra en la casa de los pobres en forma de evangelio, en forma de salvación; él es la luz que ilumina el mundo; él es la vida que resucita a los muertos… En darnos como nos dio a su Hijo, todo nos lo dio el Padre del cielo… ¡Y continuamos ignorando el don de Dios, el manantial de la gracia, el pan de la vida!… Preferimos nuestros ritos mágicos, nuestro mercadeo religioso, nuestros apaños para controlar a Dios, y nos resulta insoportable la presencia de Jesús… la presencia de la Palabra, de la Luz, de la Vida… tan insoportable que lo crucificamos…

Nos amó el Señor, nos amó tanto que, a Jesús, a quien nosotros habíamos crucificado, nos lo dio resucitado: El amor levantó en tres días lo que nosotros habíamos destruido. Pero hoy como ayer, el mundo está lleno de sabios y entendidos que desprecian ese amor extremo consumado en los brazos de una cruz y resucitado, un amor que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

Nos amó el Señor, nos amó tanto que, por Cristo Jesús, nos dio su Espíritu Santo, para hacer presente en el mundo una humanidad nueva, la humanidad del hombre nuevo Cristo Jesús.

Hemos conocido el amor que Dios nos tiene; hemos conocido a Jesús, y ya no podemos no anunciar lo que hemos conocido.

Lo hemos conocido para nuestra salvación, pero no para nosotros: a los que somos de Cristo Jesús, se nos ha hecho herida insanable del corazón la ignorancia y el abandono en que yacen quienes nunca han conocido a Jesús, quienes lo desprecian habiendo oído de él, quienes van por la vida abstraídos y distraídos en lo que no puede salvar, sin conocer el amor que a todos salva.

Claro que he de preguntarme si los cristianos somos testigos de ese amor o somos otra cosa; he de preguntarme si la fe en Jesús, la fe en el amor de Dios revelado en Cristo Jesús, no la he suplantado por ritos mágicos, por mercadeo religioso, por apaños piadosos para controlar a Dios.

He de preguntarme, también yo, si no me resulta insoportable la presencia de Jesús…

“Señor, tú tienes palabras de vida eterna”: Enséñame a amar.