Querido Jesús:
Con gozo he recibido tu carta, llena de profunda caridad apostólica. Es el celo por la casa de Dios lo que te hace hablar. Es, pues, algo más que un desahogo confidencial y fraterno. Estoy plenamente de acuerdo con lo que dices y, con gratitud y sincero afecto, comparto contigo las reflexiones que me enviaste.
La lectura de tu carta me ha recordado aquellas palabras de Antoine de Saint-Exupéry: “El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va”. Tú eres unos de ellos en la vida consagrada. Gracias.
La vida religiosa se muestra hoy notoriamente pluriforme. Contribuye a ello la gran variedad de carismas, los procesos y situaciones internos en los institutos y los contextos culturales donde se halla al servicio del evangelio. Es difícil, pues, valorarla únicamente desde un punto de vista sin matizar este o aquel otro aspecto. Pero, sin duda, lo más gozoso es poder afirmar que está viva; no por nuestro esfuerzo, sino porque el Espíritu la sigue animando y dándole consistencia.
Si está viva, es legítimo preguntarse: ¿con qué calidad de vida? Y aquí la respuesta se abre en matices. Una impresión global permite afirmar que la inmensa mayoría de los institutos cultiva la calidad de vida evangélica que deriva de su inspiración y que la expresa en sus motivaciones y compromisos.
Es verdad que no faltan grupos o sectores en los institutos que se dejan llevar por el desaliento, el afán de seguridad y el descompromiso evangelizador. Han hecho pactos secretos con la rutina, la monotonía y la irrelevancia. Piden, efectivamente, que se les deje en paz. Entre ellos están los que ya no esperan nada, tienen cerrados los horizontes y se dan por vencidos. Es una pena, porque estos hermanos y hermanas dan la impresión de que la llamada de Jesús para estar con Él y anunciar el Evangelio, que con tanto entusiasmo vivieron en los primeros años de su vida, la hubieran ya dejado de percibir. Aun reconociendo todo esto, la vida religiosa es algo más que un “pequeño resto”, pues muchos religiosos llevan el ascua del Espíritu en su corazón y están esperando que alguien sople sobre sus cenizas para reavivar la llama. Esta es la gran tarea de la reanimación y de la revitalización.
El bienestar en la vida religiosa se halla referido a una escala de valores. Según sean estos, se puede ver el alcance del estar bien, de la calidad de vida, de la satisfacción personal…Quien tiene viva conciencia de por qué y para qué está en la vida consagrada, hablará de su calidad de vida de las condiciones humanas que le permitan ser fiel a su vocación y misión. Un religioso y una religiosa, comprometidos en la ayuda a los más pobres, hablarán de satisfacción si pueden cumplir sus proyectos de solidaridad. Pero quien se cierra sobre sí mismo, quien está obsesionado por su salud y quien sólo está pendiente de que no le falte de nada, acaba en el hastío y la mediocridad. Estamos llamados a ser felices, pero nuestra felicidad se mide por las bienaventuranzas de Jesús.
Cada vez se embarcan más institutos en el proceso de reestructuración o reorganización. Es verdad que algunos parcializan la tarea y se fijan únicamente en las supresiones, las agrupaciones, los límites geográficos y los números. A veces se confunden las curvas de edades con las curvas de energías. Pero se va abriendo un camino de espiritualidad que, como tú bien sugieres, está centrada en la misión evangelizadora. Las preguntas de fondo son: ¿Cómo vivir más radicalmente el seguimiento de Jesús? ¿Cómo organizarnos para cumplir la misión que se nos ha confiado en la Iglesia? Como enfatizó Aparecida, somos discípulos y misioneros. Y, mientras esto esté claro, tenemos asegurado el futuro. A lo largo de la renovación postconciliar, tanto en la Iglesia como en la vida consagrada, las mayores dificultades han sido
resueltas retomando la misión de Jesús, verdad, camino y vida para el mundo.
Es un gozo poder compartir lo que creemos y esperamos. Cordialmente: