Ayer tomando un café, sin poder fumar en el bar, charlé un rato con Lucía. Ella es una joven que junto con otros tres decidó montar hace seis meses, en plena crisis, una pequeña empresa de enlatado y comercialización de algas.
Todos tienen trabajo, pero pensaron que ya era hora de plasmar una idea que les llevaba rondando un tiempo largo. «Nos liamos la manta a la cabeza»… Y la liaron bien. Ya había algunas empresas de este tipo, pero ellos creyeron que la suya debería ser distinta: pequeña, artesanal, de contacto con las personas… Compraron las algas (todo se compra), hablaron con una conservera local, encargaron a una imprenta las cajitas de cartón y listo… Una empresa distinta, con una producción muy pequeña pero de calidad (hasta las cajas, que son preciosas, las doblan ellos). Ninguno dejó de trabajar en sus anteriores labores: «Hay que vivir».
Pero ahora los «grandes» se fijaron en ellos. Un grupo de capital de riesgo quiere invertir en lo que consideran un negocio de futuro. La oferta está sobre la mesa. Tienen que tomar una decisión: seguir apostando por los sueños pequeños o saltar al mundo del dinero grande y del control por otros.
Le expliqué que había otras posibilidades, otro tipo de economía. Se podía pedir un crédito a Fiare (banca ética) y seguir una linea de economía más solidaria, ver la posibilidad de la certificación ecológica, pequeños circuitos de distribución…
Lucía y sus socios dudan. Los sueños se pueden romper y es triste que tengan precio. Ojalá que sigan soñando en lo pequeño.
Sus algas son buenísimas…