Alegría del Evangelio: “Desde Celendín en Cajamarca (Perú)”

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Me alegra poder compartir esta lectura que mi amigo  y hermano de presbiterio  diocesano, Antonio Sáenz Blanco, nos envía desde Celendín en la diócesis de Cajamarca de Perú.  Participo de su alegría y esperanza a la luz de este mensaje:

¡ABRAN VENTANAS AL AIRE FRESCO!

¡Qué gozada! ¡Cuánto he disfrutado en la primera lectura de la exhortación  “La Alegría del Evangelio”! Toca ahora releerla con detenimiento, analizarla, dejarse interpelar para ir haciéndola vida.

Es un adviento, un viento que va hacia… la vida. Se hace realidad el sueño de Isaías que recoge Lc. 4,18: “se anuncian buenas nuevas a los pobres”.

En clave dialéctica, destaco algunos acentos que me parecen significativos y que indudablemente señalan una ruta y apuestan por un estilo.

Lenguaje accesible, sencillo, popular, antes que técnico.

Los demás por encima de los propios intereses.

La vida se acrecienta dándola, no encerrándose en el aislamiento y la comodidad.

Mejor sumar que restar.

Misericordia y amor  por encima del juicio.

Más reino que iglesia.

Más Jesús que Papa.

Más fuera que dentro.

Mejor una iglesia accidentada que enferma.

Más teología y menos moralismo.

Más evangelio que catecismo.

Más pascua que cuaresma.

La gracia es más fuerte que el pecado.

De una pastoral de mantenimiento a situarse en clave de misión.

Olor a oveja y no a perfume de despacho.

Optimismo mejor que pesimismo paralizante.

Arriesgarse desde la dimensión social del evangelio en lugar de privacidad cómoda.

Mayor atención a responder a la sed de Dios que al ateísmo.

Compromisos fraternos antes que experiencias subjetivas sin rostro.

Facilitar el acceso a la gracia por encima de controles.

Iglesia casa, no aduana.

Iglesia: Antes pueblo que institución orgánica y jerárquica.

Alegrarse con los frutos ajenos para combatir la envidia.

Sí a la unidad; no a celos, divisiones e imposición de las propias ideas.

Sí al diálogo; no a la imposición.

Antes la persona que el dinero.

Los pobres antes que los ricos.

No a un sistema económico que en lugar de dar vida, mata.

No al sistema globalizado del descarte y el derrame; sí a la inclusión y a la equidad.

Pasar de la dictadura de la economía consumista a una economía con orientación antropológica.

El dinero es para servir, no para gobernar.

Las periferias antes que el centro.

Más acento en la  justicia y la caridad  que en la templanza.

Más preocupación por  la situación de los pobres que por la de la bolsa.

La sinodalidad antes que lo individual.

Los pastores, que son minoría, al servicio de los laicos, la gran mayoría.

La promoción social y la formación de los fieles antes que cierto cristianismo de devociones.

Conectar e integrar antes que aislar y proteger.

Conversión pastoral y misionera para desterrar el “siempre se ha hecho así”.

Entusiasmo misionero y no realización de tareas forzadas.

Pocos preceptos, para que la religión sea un ejercicio de libertad y no una esclavitud.

Dar la vida por los demás es preferible a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana.

En la pastoral más atención a las personas que a la organización.

Fervor espiritual sí; fanatismo no.

Audacia por encima de dudas y temores.

Toda palabra en la Escritura es  don antes que exigencia.

Dejarse penetrar por la Palabra antes de transmitirla.

Que el anuncio del kerigma  exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa.

Respetar la libertad antes que imponer la verdad.

Ser alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza antes que expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación.

Peregrinos sí, errantes no.

Dejarse evangelizar antes de evangelizar.

Renovación, no mantenimiento.

Aprender de los pobres antes que enseñarles.

Privilegiar los tiempos de los procesos a los espacios de poder.

Unidad por encima del conflicto.

La realidad es más importante que la idea.

El todo es superior a la parte.

La fe no debe temer a la razón, sino buscarla y confiar en ella.

Confianza en el compañero de camino en lugar de recelos.

No es lo mismo tratar de construir el mundo con el Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón.

Dar razón de nuestra esperanza con dulzura y respeto, no señalando y condenando.

Ser hombres y mujeres de pueblo y no príncipes que miran despectivamente.

La fecundidad prevalece por encima de la cuenta de resultados.

El Espíritu escapa a cálculos y controles.

Y, como colofón, llamadas a la ternura, a abrazar la cruz e invitaciones a la alegría por todo lo alto. ¿Hay quien dé más? Léanla. Nadie va a quedar indiferente. La mayoría va a disfrutar.