AL DESPUNTAR EL ALBA (JN 20,1-18)

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Una mujer, en el primer día de la semana, aún en medio de la oscuridad preñada de luz, se dirigió presurosa a enfrentar la muerte. Nadie se interpuso en el camino, hasta que de repente, la piedra corrida, las vendas en el suelo y un nombre pronunciado, fueron indicadores de nuevos senderos.

El despuntar del alba cobra un fuerte significado en el hoy de la vida religiosa. Anhelamos ver muchas piedras corridas y vendas en el suelo, pero por sobre todo queremos escuchar una voz que confirme nuestras búsquedas y anhelos.

Hoy más que nunca nos habita el deseo imparable de otro estilo de vida. Andamos en la búsqueda de un aire que oxigene nuestros pulmones congregacionales, que aún no respiramos, pero sabemos que existe; deseamos rastrear la huella de otros caminos aún no andados, pero sabemos que es posible dar con ellos. Esta fue la certeza de vida que animó interiormente a María Magdalena. El lloroso camino hacia la tumba encontró nuevos desafíos: inclinarse hacia la frontera de la muerte (v.11); animarse a poner palabras a sus sentimientos y formular preguntas que puedan generar nuevas luces (v.15); reconocer la sonoridad de la voz amada (v.16); aferrarse a la vida (v.17) y salir de sí para desbordarse en anuncio y buenas noticias (v.18).

Como María Magdalena, precisamos en los amaneceres cotidianos, enfrentar nuestra “fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, buscando una calidad nueva en nuestra relación con Él y en nuestra identificación con su proyecto” (J. A. Pagola). Esta calidad de vida nueva, regalada por el encuentro con Jesús Resucitado, evitará reducir el cotidiano vivir a un cumplimiento y observancia externa de normas y leyes, que solo sirven para distraernos a la hora de escuchar la “voz” que nos devuelve identidad.

Es tiempo de “dejar ir” nuestros desamores y desencuentros, nuestros silencios de tumba, nuestras mezquindades y luchas de poder en la carrera por quién llega primero, que se antepone al proyecto de vida comunitario que solo busca el bien común. Retomar con paso ligero el camino del primer día de la semana, es apremiante. No en vano el papa Francisco dijo a la vida religiosa: Ustedes “son el amanecer perenne de la Iglesia. Les deseo que reaviven hoy mismo el encuentro con Jesús”. ¡Hagamos que suceda!