Ante la aparente esterilidad de nuestras comunidades son muchos los que consideran que la vida consagrada ha perdido “significado”. La cuestión sobre la “significatividad” se hace paso en nuestros debates en estrecha relación con el tema de la identidad. Así pues, hace unos años la Unión de Superiores y Superioras Generales reflexionaron sobre “la vida religiosa apostólica: identidad y significatividad”.
En muchos casos la significatividad se asocia espontáneamente al profetismo y se aduce que nuestra pérdida de significado ha sido causada por la falta de una vivencia profética. Algunos, poniendo el dedo en la llaga, se preguntan: ¿qué es lo que realmente nos hace significativos? Sin embargo, me atrevería a decir que existe una cuestión todavía más primordial: ¿qué se entiende por “significativo”?
Aunque ambas dimensiones no están netamente separadas, la gran variedad de respuestas oscila dependiendo de lo que se acentúe; el aspecto interno o el externo. Algo que no es de extrañar, ya que los mismos diccionarios ofrecen estas dos posibilidades. “Significativo” se define como lo “que da a entender o conocer con propiedad una cosa”. Por tanto, “significativo” está vinculado a la identidad de aquello que se quiere conocer. O bien, “que tiene importancia, valor o relevancia”. Y, en consecuencia, se relaciona con su manifestación externa y con la reacción que provoca.
Evidentemente la cuestión no se resuelve automáticamente, pues experiencia tenemos de que no siempre lo profético es o ha sido significativo en el sentido de “relevante socialmente”, y viceversa. La justa relación entre lo externo y lo interno se pone de manifiesto en los profetas con el tema del culto. Aunque se escucha con frecuencia que los profetas no van en contra del mismo sino de su exterioridad, es conveniente matizar un poco más. Ya que el culto, por definición, tiene una expresión externa. El problema es cuando dicha expresión está completamente desvinculada de la experiencia religiosa. Y esto es lo que critican los profetas.
Si alargamos el horizonte, la significatividad está en conexión con otro tema candente: la presencia pública del hecho religioso. Aunque en la Gadium et Spes 76 el principio teórico está claro: la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. A nivel práctico, las dificultades comienzan a la hora de gestionar la realidad y, especialmente, el punto conflictivo recae en el derecho a la libertad religiosa que implica una presencia pública del hecho religioso, así como que éste no sea confinado al ámbito privado.
La justa y necesaria relación entre estas dos dimensiones es algo que hoy se debate y en la que parece no existir consenso. En el proceso de dar significación a un hecho o a una palabra intervienen tantos otros factores como la presión social y mediática, las categorías culturales, las experiencias personales, las propias convicciones, etc.
El tema es complejo y actual así como antiguo. No pretendo agotarlo sino más bien suscitarlo, ya que cada generación de una manera o de otra ha tenido que forjar una respuesta para su presente. Intuyo que la nuestra está en búsqueda. Una búsqueda que, como siempre que hay dinamismo, es fecunda.