ACOSTUMBRADOS A CREER EN «ESTADO DE BIENESTAR» Y NO «EN ESTADO DE PROVIDENCIA»

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Para quienes nos acercamos a Dios esperando la respuesta inmediata y clara a lo que está pasando, el desconcierto es grande. Seguimos celebrando un «aleluya entrecortado» mientas el ritmo de los días evidencia experiencias de personas cercanas envueltas en la tiniebla de la pasión. Son tiempos a los que les cuesta encontrar la luz serena de la Pascua.

Es muy probable que la dificultad esté no tanto en los tiempos, por duros que sean, cuanto en la concepción de la Pascua. Nos hemos acostumbrado a creer en estado de bienestar y no en estado de providencia. Y resulta que la verdad de la fe, se parece mucho –salvando distancias– al estado de «alarma social» que para nuestra sociedad se ha decretado.

Se parece porque significa estar a la espera. Creer no es poseer, sino esperar. Es debilidad que acoge y necesita lo que viene. Creer es incertidumbre. La Palabra es siempre desconcertante y orienta hacia decisiones liminales que naturalmente no podríamos asumir: como amar, sin medida, a todos; como compartirlo todo y encontrar en ello la felicidad.

Creer es un proceso, no una conclusión. Es entender la vida como un camino que se va haciendo e iluminando en medio de sombras, vueltas, giros inesperados, circunstancias sobrevenidas… Creer es la serenidad para integrar los elementos adversos de la vida, porque en ellos también está la voz de Dios.

Creer es no desistir y mantenerse. La vida no es un trayecto lineal donde todo está claro. Todos hemos experimentado que los momentos de claridad, en ocasiones, no son tan claros; y las tinieblas, frecuentemente, no son tan oscuras. Mantenerse es entender la existencia desde el principio evangélico que reconoce «gracia y pecado» en singular unión.

Creer es una gracia de la pobreza. Solo el pobre cree. El rico tiende a fabricarse la seguridad que lo sostiene. El pobre, por el contrario, acoge la vida como una sorpresa que está en otras manos que le ofrecen confianza.

Creer no es, por supuesto, un acto intelectual. Un llenarse o apropiarse de ideas. Un manejo de citas y argumentaciones que iluminaron la historia. Por el contrario, creer es vaciarse, hundirse en la propia debilidad, el propio miedo, porque solo desde esa realidad débil, la fe conduce a la comunión y al compromiso de transformación.

Finalmente, creer es escuchar más que hablar. Oír palabras, sentirlas en el corazón, hacer silencio, dejar que las palabras se encuentren en una sola Palabra: «soy tuyo». Porque creer desemboca siempre en donación, vaciamiento, libertad y vida.

Si lo que significa esta experiencia, verdaderamente limitada, del confinamiento, lo aprovechamos para cuidar la fe, puede hasta convertirse en una pedagogía reconfortante. El confinamiento es un tiempo de espera (como la fe) porque ni hemos sido creados para el autocuidado, ni es nuestra vida permanecer mucho tiempo en él. Esperamos salir, ver la luz, reencontrarnos, compartir, brindar y acoger la vida. Esperamos acariciar, curar, acompañar, esforzarnos y construir. Esa espera es el motor vital que da sentido a saber esperar. Al final, podemos incluso agradecer este tiempo de cuarentena, en él tenemos muchas oportunidades para prepararnos y salir a la vida dispuestos a la novedad de vivir con sentido. Y eso, es resucitar conscientemente en el tiempo.