Ese el problema del poder, de todo poder, incluido el religioso, que sólo piensa en sí mismo. El poder por el poder es la catástrofe de las catástrofes. El poder sólo se justifica cuando se somete a controles, tiene una mínima capacidad de autocrítica y es capaz de responder sin violencia. Cuanto más absoluto es el poder, cuanto más fuerte se siente, menos controles acepta, miente siempre, dando la culpa de los males ocurridos a factores externos, y deja demasiados heridos. Se comprende entonces la rabia y la impotencia de los oprimidos.
No hace falta decir que la Santa Sede está siempre a favor de la paz, del entendimiento entre las personas, de las soluciones justas e incluso de las soluciones pactadas. Está claro cual es el partido del Papa. También está claro que, en ocasiones, el Papa utiliza el lenguaje que considera que rompe menos puentes, con una mirada amplia, que tiene en cuenta muchos factores. La actuación de Pío XII frente al régimen nazi es hoy mejor comprendida que quizás lo fue en su momento. Es un ejemplo lejano que puede ayudar a comprender los cercanos. Unas palabras duras del Papa seguramente provocarían muchos aplausos, pero es posible que no arreglasen nada y que provocasen represalias. ¿Qué es mejor, tratar de mantener algún puente o romper todos los puentes? Hay preguntas que no tienen fácil respuesta y situaciones que no tiene fácil solución. Por eso siempre es posible criticar la solución adoptada.