Una vez hablaba por el móvil con una compañera, yo había estado muy liada y con ganas de que terminara ese mes y le dije: “ya tengo ganas de que pase…”. Y ella me preguntó con humor: “¿Qué pase qué, esta vida a ver si en otra puedes estar con más calma?”. Me hizo reír y cuando me quedé a solas me hizo pensar, y hasta hoy lo traigo adentro. Es como si fuésemos posponiendo hacia adelante el momento en que queremos vivir más plena e intensamente, cuando las circunstancias sean “mejores”, cuando tengamos tiempo… y mientras la vida está pasando y no la vemos. Cuando andamos sobrecargadas no estamos enteras en lo que hacemos porque una cosa se junta con la otra y no sabemos dejar el espacio necesario para que la vida pueda posarse y rehacerse. Tampoco tenemos atención suficiente para lo que los otros están viviendo.
Sé que aquello que anhelo me está ofrecido en este momento; aquí tengo que aprender a buscarlo y desplegar el amor en mis trajines de cada día que, probablemente, “no pasarán”, porque cuando estos pasen vendrán otros. La elección entre andar asfixiados o respirar con anchura está dentro de nosotros, allí donde se nos juega nuestra manera de estar presentes y esa dimensión de gratuidad que es esencial en nuestras vidas. No sé si os pasa pero, a veces, hay personas que cuando vamos hacia ellas las solemos encontrar casi siempre ocupadas ¿Nos percibirán también a nosotros así? Por muchas cosas que llevemos entre manos, y responsabilidades, si nuestro espacio interior está disponible, abierto, ahondado… tendremos también nuestro espacio exterior accesible y dispuesto; sino seremos como el levita y el sacerdote que iban con prisa a sus “quehaceres buenos” (también el samaritano los tendría) y siempre podemos justificarnos. ¡Cuánto bien nos hacen aquellos rostros que, en medio de sus ocupaciones, se nos regalan sanadoramente!
Hace unos meses nos comunicaban que dos hermanas nuestras habían ido como cada día a dar su servicio en un Centro de Misericordia y a la salida se encontraron a un anciano caído en la nieve, se apresuraron a atenderle y, en ese mismo instante, una de ellas sufrió un infarto fulminante. Era una mujer que había pasado la mayor parte de su vida en el Chad, entregada a los más pequeños y frágiles de la tierra. Me conmovió que muriera como había vivido y que el Señor le tendiera la mano ¡tan sorpresivamente! en aquel hombre necesitado al que ella estaba dando la suya.