La cuestión es que a nosotros se nos dio mucho por eso también se nos va a exigir mucho. Pero no en un nivel de exigencia de sistema productivo o de empresa que busca beneficios.
Lo que nos fue dado, todo, es gratis. Por ello no podemos ponerle un precio o sacar beneficio o usarlo para propio provecho. No es un bien de consumo.
Más bien es esa capacidad de ver distinto, de regalar a los demás esa visión diversa de la vida que a nosotros nos fue entregada. Es saber apreciar lo casi nada cotidiano, los pequeños encuentros o los diminutos instantes inesperados. Es celebrar la eucaristía a gusto sin más o atreverse a dibujar en el presente ese futuro posible de Reino o saborear un café con otros por el mero hecho de estar con ellos.
Son muchas cosas y muchas personas las que Dios nos regala, tenemos infinitos tesoros de esos que nadie puede robar porque nadie puede sacar beneficio de ello, porque no se compran ni se venden. Tenemos mucho aunque a los ojos de otros no tenemos nada. Y de esa nada infinita se nos va a pedir infinitas cuentas. Y de esa nada infinita gratuita vamos a poder disfrutar siempre, infinitamente, porque no es nuestra, porque es regalo: café, eucaristía, nombres, paseos, ayuda, sonrisa, calor, todo y nada, Reino. Quien tenga oídos para oír que oiga.