¡A FAVOR DEL ESPÍRITU!

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Se ha hecho viral entre los «buscadores de Dios». Se trata de remar a favor del Espíritu; leer y orar sus signos y tomar decisiones coherentes con su querer. Esa es la clave. Ahí está el futuro, porque en esas están quienes tienen presente.

El único problema es que no es fácil. Nada fácil. Vivimos momentos de profunda fractura y polarización. Todo es según me parezca o encuentre. Hay pocas razones y emociones que nos aglutinen y cuando las encontramos las sometemos a interpretación personal hasta hacerlas incapaces de confluir. Estoy convencido que buscamos la unión, pero torpemente. Nuestro «debería ser» se queda en el mundo verbal, mientras el mundo emocional va dictándonos otras visiones y actitudes. Podríamos concluir que así es y así tiene que ser, pero intuyo que ahí está la derrota de la fraternidad: Dejarnos en paz, porque las cosas no dan más de sí.

Remar a favor del Espíritu es la actitud de quienes quieren estar vivos. Es la incomodidad manifiesta con el «dejar pasar» o creer que nada pasa cuando, en realidad, cada vez que cedemos a la ruptura de la fraternidad estamos rubricando el fracaso de la conversión, del cambio o de la vida.

Hay convivencias tan agotadas que no tienen capacidad alguna para salir del bucle de esterilidad en que se encuentran. Hay animaciones que desaniman y «testimonios» que desconciertan. Hay estilos comunitarios que han perdido toda referencia de comunión y solo encuentran terreno común en lo doméstico: cuatro horarios, algunas fechas y mucha ironía sobre lo que vive el país, hacen o dicen los políticos o la programación de TV. En conjunto, la imagen no es agresiva porque hay cierta armonía aparente… pero, en realidad, es carencia de vida. La integración de la misión es teórica y se logra en un respeto formal a quien tiene la responsabilidad pero, por supuesto, no hay interés real. No llega a zancadilla, pero tiene una fuerte dosis de desconfianza. La competición no es abierta, pero está en la trinchera. Por eso no se nota si se celebran más los aciertos o los tropiezos.

La estructura de la vida consagrada está bien pensada en sus premisas. Siempre aparece el arbitraje o el liderazgo para hacer posible el discernimiento y la búsqueda de la verdad. Pero también son tiempos de liderazgo mudo, que ni está ni se le espera. Liderazgo que no sabe cómo intervenir, ni en qué. Es un liderazgo que no es. Le pesa la autoconciencia de parcialidad para no asomarse a la objetividad que engendra vida. Una vez más se hace palpable el «dejar pasar». Eso sí, tratando de provocar en el auditorio la compasión: «pobre, bastante tiene para él (o para ella) como para cargar con estas pequeñeces»… Así transcurren los días de no pocas comunidades en sus venas y arterias. Es el interior, no se ve, pero es por donde circula la vida o por donde deja de circular cuando no está. Hay trombos, moretones, partes necrosadas… No acaban de anunciar que el organismo (la comunidad) está muerta, pero indudablemente significa que está enferma. No se manifiesta porque generalmente se actúa con corrección, educación y estilo. Pero son vidas yuxtapuestas en un escenario. No hay problemas morales –no hay buenos y malos– solo hay vidas arrojadas a una vida compartida reducida a mínimos inexpresivos.

Estamos en el final de un año dificilísimo que dará paso a otro no menos incierto. Quedarnos solo a la espera ya es un fracaso. Es el momento de actuar y hacerlo no a base de monsergas o consideraciones de «auto-culpabilidad» o gestos puntuales de transformación. Ha llegado el momento de construir comunidades que puedan y sepan cuidar la vida de quienes las integran; comunidades posibles porque se apoyan en quienes buscan la novedad del Espíritu; comunidades donde fluyan las verdades y acerquen a todos y todas; comunidades sin parcelas ni cotos cerrados; sin grupos adolescentes; sin distancias alimentadas; sin postureo ni hipocresía; comunidades de personas adultas… Y todo esto es posible sin necesidad de recurrir al primado moral de la bondad, porque ya está. Solo hay que facilitar que se encuentren personas que puedan hacer compatible y rica su vida compartida. Para ello hay que tomar decisiones; intervenir quirúrgicamente y facilitar la felicidad (que es la vocación) con decisiones de gobierno contemporáneas, creativas y reales. Después –solo después– hablaremos de la misión de la comunidad… porque aparecerá, estoy seguro, cuando permitamos respirar al Espíritu.