En tiempos de Jesús como hoy en día el dinero tiene esfinges, cuños, procedencias. En estos momentos también hay muchos que siguen poniendo a prueba el Reino con preguntas capciosas, con intentos de cohabitar con el poder. Es cierto que el trasfondo del Evangelio es la adoración al Emperador que era considerado «dios», ahí la trampa de lo fariseos. Pero hoy el dinero sigue siendo «dios», la omnipotencia de ese poder de servicio en el que hay que hacer una elección: Dios o dinero.
No el dinero para vivir con dignidad y aquel que se comparte, pero sí esa fuerza del siempre más, del no me llega, del pisar y acaparar, del no mirar a los lados para ver, aquí y allá, tantos hombres y mujeres que no tienen ni lo necesario.
Y en este día de elección nos encontramos con esas personas que eligieron la mejor parte, la parte del servicio y no la del poder. La parte de atarse la toalla a la cintura y coger la jofaina. Millones de hombres y mujeres, laicos, consagrados, presbíteros, que son de Dios y dan a Dios lo que es de Él: su propia humanidad y la de sus hermanos. Misioneros y misioneras, aquí y allá, en debilidad, en generosidad derramada. Hombres y mujeres que saben que sólo dándose pueden dar a Dios lo que es de Dios.
Humanidad esparcida y derramada por todos los rincones del mundo. Reino que sigue creciendo despacio y mínimo, sin estridencias, sin aparecer en los medios (estos pertenecen al César), pero gritando con susurros que Dios sigue siendo entrañablemente humano en la fragilidad de la carne hermosa y lacerada.
Dad a Dios lo que es de Dios. Feliz día del Domund