No el dinero para vivir con dignidad y aquel que se comparte, pero sí esa fuerza del siempre más, del no me llega, del pisar y acaparar, del no mirar a los lados para ver, aquí y allá, tantos hombres y mujeres que no tienen ni lo necesario.
Y en este día de elección nos encontramos con esas personas que eligieron la mejor parte, la parte del servicio y no la del poder. La parte de atarse la toalla a la cintura y coger la jofaina. Millones de hombres y mujeres, laicos, consagrados, presbíteros, que son de Dios y dan a Dios lo que es de Él: su propia humanidad y la de sus hermanos. Misioneros y misioneras, aquí y allá, en debilidad, en generosidad derramada. Hombres y mujeres que saben que sólo dándose pueden dar a Dios lo que es de Dios.
Humanidad esparcida y derramada por todos los rincones del mundo. Reino que sigue creciendo despacio y mínimo, sin estridencias, sin aparecer en los medios (estos pertenecen al César), pero gritando con susurros que Dios sigue siendo entrañablemente humano en la fragilidad de la carne hermosa y lacerada.
Dad a Dios lo que es de Dios. Feliz día del Domund.