La Iglesia ha querido poner en el corazón de este domingo a dos mujeres, pobres las dos, con una pobreza que resulta extrema por ser viudas las dos.
Pero no las han llevado al centro de nuestra celebración por su condición de pobres o de viudas, sino por su fe que se intuye oscura y grande, por su confianza en Dios, como de niño en brazos de su madre, por su entrega que, por total y definitiva, es confesión irrevocable de la fidelidad del Señor que hace justicia a los oprimidos, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda.
Por eso, en nuestra celebración, no hacemos la alabanza de las dos viudas, sino que decimos con el salmista: “Alaba, alma mía, al Señor”.
Pero tú, Iglesia pobre de Cristo pobre, en el que es tu cabeza has reconocido a la única verdadera viuda que todo lo ha entregado desde la fe y la confianza en la fidelidad de Dios: todo lo ha entregado viniendo a nosotros, todo lo ha entregado viviendo entre nosotros, todo lo ha entregado volviendo al Padre del cielo.
Admira la totalidad de la entrega, la radicalidad de la pobreza, la plenitud de la confianza. Y alaba al que, resucitando a Jesús de entre los muertos, dio un significado nuevo e inefable a las palabras de tu salmo, pues de un modo que no podrías decir y ni siquiera pensar, ha hecho justicia a ese Oprimido, ha dado pan al Hambriento, ha libertado al Cautivo, ha sustentado al Huérfano y a la Viuda.
Pero aún has de considerar otro gran misterio: esa Viuda pobre –Jesús de Nazaret-, que todo lo ha entregado al Padre del cielo, todo nos lo ha dado también a nosotros; por nosotros y para nosotros ha echado en el arca todo lo que tenía para vivir, ha hecho de su vida entera un panecillo y nos lo dio para que viviésemos.
Hoy te acercarás a comer ese pan y alabarás a Dios por Cristo resucitado, porque su orza jamás se vaciará, y su alcuza jamás se agotará.
Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a ser esa viuda pobre, aprenderemos a hacer de la vida un panecillo para el necesitado, a echar en el arca de las ofrendas lo que tenemos para vivir.
Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a Cristo.