NÚMERO DE VR, MAYO 2021

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Conversaciones pascuales

Nada resulta tan emocionante como los diálogos de Jesús con sus discípulos y discípulas. En esas conversaciones descubrimos la normalidad de la vida que se hace Reino; el compartir como criterio; la solidaridad como visión; la creación como hogar y cada jornada –íntegra– como tiempo del Padre. El pan partido y repartido, conecta con el abrazo, la misericordia y el perdón; las advertencias con las felicitaciones; la mesa compartida con el altar; el silencio con el júbilo; el sacerdocio con el sacrificio de «una vez para siempre».

Como los consagrados somos particularmente organizados, para nosotros este «desorden de Jesús y los suyos» necesita un noviciado con rigor. Tan claro como que ahora lo difícil es desmantelar los compartimentos estancos en los que hemos ordenado nuestra existencia. El idioma de la reorganización no es que no se entienda o que no se vea… es que provoca fatiga antes de empezar porque vamos intuyendo la magnitud de lo que supone. Reorganizar es un verbo de Pascua. Es la «vida al revés». Como si lo hasta ahora poco importante, en este momento, se convirtiera en relevante y lo que era crucial en optativo. El cambio es drástico. Si hablamos de disponibilidad, por ejemplo, nuestro contexto ha de contemplar infinidad de variables: Disponibles, ¿Para qué? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Con qué consecuencias?

La conversación pascual tiene un componente estético que moviliza la emoción. Se trata del contraste entre la sombra y la luz. Lo que creíamos y esperábamos y lo que sucedió y nos sorprendió. A esta segunda parte se llega únicamente por la fe. De lo contrario solo vemos fracaso. «Nosotros esperábamos…» decían, sin disimular el disgusto, los caminantes de Emaús. Es muy probable que nuestras conversaciones pascuales o charlas en el camino (de la vida) se parezcan mucho a esa: «nosotros esperábamos… y, sin embargo, aquí estamos recomponiendo». En verdad en la vida consagrada esperábamos muchas cosas, pero esperábamos desde nuestra fuerza y nuestros cálculos. Creíamos que el carisma era una «marca de éxito» y ¡mira hoy cuántos somos y cómo estamos los que somos! Nos sorprendió la Pascua cuando habíamos construido una historia fuerte, llena de inmuebles y propuestas; de cargos y organigramas; de programaciones e itinerarios… y resulta que la luz del día, el rostro de las personas, la vida de nuestros contemporáneos… nos están diciendo que ya no es seguro que lo de ayer valga, ni que nuestras palabras sanen, ni que nuestras comunidades estén ofreciendo luz o esperanza alguna. Habrá quien diga que no se puede hablar de Pascua a lo loco y, mucho menos, tomar decisiones radicales. Habrá quien proponga ir poco a poco. Incluso aparecerán propuestas «sensatas» que hablen de la gradualidad de la luz pascual, no sea que nos deslumbre. Así podemos llegar a convertir la luz en confusión para sentirnos justificados y no hacer nada, porque es «mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer». Podemos seguir poniendo tímidos acentos o gotas de Pascua en vidas sin vida; en relaciones muertas; en expectativas clericales; en conversaciones de consumo; en visceralidades ideológicas… Podemos seguir siendo «clérigos de estado» que organicen y digan hasta dónde permiten que asome la Pascua… Pero mientras sea medida o tasada, no posibilitará el Reino, la visión, la «comensalidad» plena, la reconciliación, el cambio, la reorganización.

Definitivamente nuestras conversaciones pascuales nos delatan. Muchas se afanan en pura apariencia donde todo se habla para que nada cambie. Son, en este sentido, muy de aquí y de ahora y no porque estemos ofreciendo un entrañable amor al mundo, sino porque sabemos hablar de los pobres como tema, del «olor a oveja» como eslogan y de la pandemia como contexto… El problema no es de qué sabemos hablar, sino si estamos dispuestos a vivir en Pascua. El problema real es si ya no podemos cambiar.