EL CAMINO DE LA CUARESMA PASA POR EL CORAZÓN

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(Mª Pilar Avellaneda). La Cuaresma cristiana es un camino de cuarenta días, que tiene como meta la Luz de la Pascua. No lo olvidemos, la Iglesia camina de Pascua en Pascua. Y es que, nuestra vida está metida dentro de una liturgia de amor, que comenzó con la creación del mundo, y que ha llegado a su culmen en el Misterio Pascual, donde hemos sido recreados. Este enorme misterio se va desarrollando en nosotros cada día, paso a paso, hasta transformar nuestra vida en una verdadera liturgia de alabanza. Y esto, no porque cantemos espectacularmente, sino porque la fuerza de la Resurrección ya ha entrado en la historia y es imparable. Está actuando en el interior de la historia, y nos está transformando, hasta hacer de nuestra vida, una “celebración del amor de Dios”. Esto es la alabanza cristiana.

Ahora bien, para vivir esta “liturgia de nuestra vida”, da igual el aforo que esté presente, porque en esta liturgia lo importante no es la exterioridad, sino el corazón. Por eso he llamado a esta reflexión: “El camino de la cuaresma pasa por el corazón”. No andemos preocupados por el aforo, las costumbres venidas abajo por la situación mundial, nuestras reuniones cuaresmales -tan vivas y cercanas- y que ahora no podemos realizar. Lo que le interesa a Dios es nuestro corazón. Y a lo largo de este duro y largo tiempo de pandemia, el Señor nos está grabando a fuego esta “primacía del corazón”, con el despojo que estamos viviendo de todo lo que era expresión, gesto, cercanía, celebraciones masivas…

Con esta reflexión intentaremos ir preparando la Pascua. Daremos cuatro pasos. Vamos a ver primero el suelo que pisamos en este momento concreto, porque Dios actúa en la realidad. Después vamos a sentarnos en la mesa de Jesús, y yo daré voz a Jesús, como si hoy hubiera venido a vuestra casa a hablaros. En un tercer momento pasaremos a perfilar la vivencia del silencio, como una statio, un camino de preparación idóneo para ir a la luz de la Pascua, que brota siempre después de las tinieblas del sufrimiento. Y, por último, os presentaré qué es la Resurrección, ya que es meta de estos cuarenta días, intentaré aterrizar en lo concreto y real de la Resurrección de Jesús, nuestra única esperanza.

1.- El suelo que pisamos, la pandemia.

Con esta crisis de toda la humanidad, estamos siendo conducidos hacia lo esencial. Yo diría, estamos siendo obligados a ver lo esencial, porque lo demás se está desmoronando, a todos los niveles. Y para asimilar todo esto necesitamos estar en vela, tener las lámparas encendidas, no dormitar y abrir bien los ojos. La cuaresma no son muchas reuniones, ni muchas catequesis y palabras, ni muchas actividades…La cuaresma es un camino para ir muriendo al hombre viejo que hay en nosotros, siempre engañado, adormecido en el sueño mortal de que puede controlar y dominar todas las situaciones; a esto hemos de morir, y aprender a vivir en la verdad de nuestro ser y de nuestro existir: que somos finitos, que no todo lo controlamos, que nos morimos y que aquí estamos de paso.

Aunque seamos consagrados, no nos lo llegamos a creer de verdad, existencialmente, lo creemos sólo con la cabeza, hasta que somos colocados –por la enfermedad, o ahora por el coronavirus- ante la muerte y la enorme fragilidad que hay en todo ser humano. Y no hay posibilidad de huir, ni de alienarse, porque por todas partes está este virus, como un continuo recordatorio de la verdad. Como si Dios se hubiera empeñado en que no escapemos, en que miremos cara a cara la vida y la muerte. En esto consiste la gran misericordia de Dios, en mostrarnos nuestra realidad verdadera, para que vivamos en el gozo de la verdad, donde Dios actúa.

El mundo entero ha perdido el control de los acontecimientos. Ya el salmista dijo hace mucho tiempo: “Sólo Dios gobierna” (Sal 75 (74), 7). Pero el hombre se resiste a ello, queremos ser como dioses. Y somos tan pequeños, que ante un virus microscópico, nos morimos. Ni siquiera los muros del monasterio nos protegen de esta pandemia mundial.

Durante todo este tiempo, al escuchar las noticias de nuestro querido mundo, tan herido, tan enfermo, y al vivir también en casa el confinamiento, en mis oídos resonaba con más fuerza la voz de Jesús en el Evangelio que decía: “Mirad estamos subiendo a Jerusalén” (Mc 10, 33). Siempre que resuena un verso en mi interior, voy al texto para orarlo pausadamente, porque sé que Dios me espera ahí. Así que fui al Evangelio de San Marcos y leí: “Estaban subiendo por el camino hacia Jerusalén, y Jesús iba delante de ellos…Él tomó aparte otra vez a los Doce y…les dijo: Mirad estamos subiendo a Jerusalén” (Mc 10, 32- 33).

El texto completo me sonaba distinto. “Jesús iba delante de ellos”. ¡Ah!, esto es distinto, “Jesús iba delante de ellos”. Esto era lo que Dios me quería decir, y que yo no escuchaba con tanta claridad, como en los días de confinamiento.

Experimenté que, en el fondo de esta pandemia tan temida, está oculto Dios sosteniéndonos y diciéndonos: “Voy delante de vosotros”, “sufro con vosotros”; y como si la soledad del confinamiento, se convirtiera en ese “lugar aparte con Jesús y los Doce”, donde escuchar el bendito: “Estamos subiendo a Jerusalén, os acompaño por el camino que estáis pasando”. Nunca he estado más cerca del mundo entero que en esos días de confinamiento, en los que compartí la Cruz de toda la humanidad.

Me gusta el estilo de los Evangelios, porque nunca decora, ni maquilla, ni endulza los acontecimientos. Nos presenta la vida como viene, y no como “tendría que ser”, que es lo que nosotros solemos repetir. El Evangelio no tiene miedo de mostrarnos los momentos difíciles, y hasta conflictivos, que pasaron los discípulos. Ellos necesitaron tiempo para comprender esta subida con Jesús a Jerusalén. Incluso la Resurrección tardó en calar el corazón de los discípulos. Y a nosotros también nos cuesta entender todo lo que está ocurriendo, y mucho más porque está marcado por la tribulación, que siempre nos descoloca.

Oremos con estas breves palabras de San Marcos, escrutémosla, dejemos que resuene dentro de nosotros. Ella tiene el poder de llenar de sentido cada acontecimiento que nos está tocando vivir. Os lo digo por propia experiencia.

Mirad, en tiempos difíciles hay varias tentaciones que se nos pueden presentar: la tentación de discutir ideas y porcentajes -y en eso se nos van las fuerzas-; la tentación de no darle debida atención a nuestra vida de relación con Dios -y quedarnos sólo en los acontecimientos-, como si Dios no tuviera nada que decirnos en estos momentos turbulentos; la tentación de fijarnos demasiado en los detractores –que siempre se multiplican en las adversidades…Pero la peor tentación de todas es la de “quedarse rumiando la desolación”, porque esto nos paraliza y sólo nos llena de lamentos.

Oremos intensamente. La oración es un arma potente, creámoslo de verdad. No soñemos con “las cebollas de Egipto”, no olvidemos que la tierra prometida está delante, no detrás. Corramos en la carrera que nos toca. Si nos dedicamos a pensar que todo está mal, viviremos en la apatía y la desilusión. Mejor preguntémonos: ¿Qué me quiere decir Jesús hoy a mí con estos versos del Evangelio de Marcos? ¿Qué me dice a mi realidad concreta?

Os invito en esta cuaresma, más que nunca, a enfrentar con verdad la realidad personal, comunitaria y social. Y para enfrentar la verdad, lo que hay en mi corazón, y dejar que entre Dios, y nos restaure, necesitamos sentarnos a la mesa de Jesús, que yo llamo “la mesa de la verdad”, aunque a veces es incómoda, pero es vital para nosotros, si queremos caminar hacia la Pascua.

En esta mesa, voy a dar voz a Jesús, que ahora entra en diálogo con vosotros, como lo hizo sentado a la mesa con sus discípulos. Acoged sus palabras y custodiarlas en el corazón, os hará caminar en la verdad y la libertad.

2.- La mesa de Jesús, mesa de la verdad

Bien, pues, “vamos subiendo a Jerusalén”, y en el camino hay momentos de sentarse a la mesa con Jesús, una mesa diferente a la mesa de Herodes, que es una mesa de engaño y de muerte. La mesa de Jesús es “la mesa de la verdad”, de donde brota la vida del discípulo. En la mesa de Jesús caen las fachadas, los maquillajes y las apariencias de seguimiento. Por eso, en su mesa se oye: “Uno de vosotros me va a entregar” (Jn 13, 21), y también: “Pedro, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces” (Mt 26, 34), o: “Hace tanto que estoy con vosotros ¿y no me conoces, Felipe?” (Jn 14, 9). Pero también resuena ese entrañable: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13), y: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” (Jn 6, 35).

Sí, es la hora de la verdad, vamos a sentarnos a la mesa con Jesús. Vamos a confrontar nuestra vida ante sus ojos. Vamos a hacer experiencia de mirar nuestra fragilidad sentados con Él, como lo hicieron los discípulos, mientras iban de camino a Jerusalén. Vivimos una hora crucial para el mundo entero, no la desperdiciemos. La verdad nos ensancha el corazón y nos hace libres. Sólo con la libertad que da Jesús, se puede vivir en medio de esta pandemia, en total abandono a las manos de Dios.

No lo dejemos para mañana, hoy mismo sentémonos, y escuchemos cómo Jesús nos dice: “¿Qué quieres que haga por ti?” (Lc 18, 41) Y también nos dice:

1.- Uno de vosotros se “siente indispensable” en la comunidad, como si fuera a vivir en esta tierra siempre. Piensa que sin él nada funciona, que nadie se haría responsable de las cosas como él, que es él el que tiene siempre que hacerlo todo…Esta enfermedad conduce a acumular en los graneros, para que no falte de nada a nadie, pero entonces es imposible “llenar de Dios” la vida, no hay sitio para Dios, sólo para el ego.

2.- Uno de vosotros tiene la fiebre de la “excesiva operatividad”. Está inmerso siempre en mil trabajos, y cien mil actividades, dejando de lado el “sentarse solitario y silencioso” a los pies de la Palabra, para sólo escuchar a Dios, sin más, sólo callar y escucharle. Vive de urgencias, no de horizontes. Ha descuidado el necesario reposo ante Dios, para poder llevar los pesos de cada día, y esto le ha conducido a la agitación y al desconcierto. Está cansado, pero su cansancio no es un “cansancio feliz”, es un agotamiento amargo e insoportable.

Para sanar sus heridas, aunque sea sólo un simple rasguño, necesita tomarse en serio el pasar un “tiempo de calidad” con Dios y con la comunidad.

3.- Uno de vosotros tiene un “grave endurecimiento”. Ha caminado tanto, que a lo largo del camino ha perdido muchas veces la serenidad interior, la vivacidad, la audacia, el entusiasmo, y todas sus buenas intenciones se le han quedado debajo de montones de papeles. Se ha convertido en una “máquina de trabajo”, pero no en un “hombre de Dios”. Sí, es muy eficiente, pero está lejos de ser discípulo y oyente atento de mi Palabra. El oído se le ha endurecido con tantas desilusiones, fracasos, proyectos no realizados…que corre el riesgo de perder la sensibilidad humana, que nos viene por la escucha y docilidad a la Palabra, tan necesaria para llorar con los que lloran, y gozar con los que están alegres. Ha perdido los “sentimientos de Jesús” al volverse insensible, como de piedra. Este endurecimiento lo tiene metido en el grupo de alto riesgo.

4.- Uno de vosotros se ha contagiado de un virus letal, la “excesiva planificación”. Intenta controlarlo todo, para que no surja ningún imprevisto que le descoloque. Pero esto le coloca lejos del Espíritu de Dios, que no sabemos nunca por dónde va a salir, porque es imprevisible.

5.- Uno de vosotros está postrado por la enfermedad de la “mala coordinación”. Se le han enfriado las relaciones fraternas, ha perdido la comunión, y se le ha evaporado la coordinación con los otros. Busca su propia voluntad, su propio criterio, su visión de las cosas, sus planes…y hace perder la armonía comunitaria. Su vida, en vez de ser una sinfonía melodiosa, se ha convertido en una orquesta que hace mucho ruido, pero sin orden ni concierto.

6.- Uno de vosotros ha sido infectado de una nueva cepa, es el virus de la “pérdida de la memoria existencial”, un gran “alzheimer espiritual” le desorienta y no sabe hacia dónde ir. Se ha olvidado de su historia personal, en la que Dios ha intervenido tantas veces. Siendo una “historia llena de gracia”, se le presenta como un camino largo y pesado, lleno de rutinas, casi inaguantable en muchos momentos. Ha perdido la frescura del encuentro con Dios, construye muros alrededor de su vida, se defiende de todo y de todos, vive esclavo de costumbres y de ídolos hechos con sus manos.

7.- Uno de vosotros padece la antigua lepra de la “rivalidad y la vanagloria”. Esta lepra le come sus miembros, porque las apariencias y los honores se le han convertido en objetivo de vida. Antes de que se dé cuenta, comenzará a caminar lejos de su corazón, lejos de la mirada de Dios –que ve el corazón y no las apariencias-, y preferirá vivir bajo la mirada de los demás, intentando agradar a los hombres y no a Dios.

8.- Uno de vosotros  está enfermo de una “esquizofrenia existencial”. Es la enfermedad de la doble vida, una la privada y otra la pública, fruto de la hipocresía mediocre, y del progresivo vacío espiritual, que ni los cargos logran llenar. Presume de sí y menosprecia a los demás.

Recordad la parábola del publicano y el fariseo, que os regalé, mientras subía a Jerusalén. Literalmente dice Lucas que: “este [el publicano] bajó justificado, antes que aquél [el fariseo]” (Lc 18, 14)[1] El fariseo llegará a la justificación, pero tras un camino más largo, hasta que viva sólo bajo la mirada de Dios, en la verdad de la propia fragilidad y no en los méritos acumulados.

9.- Uno de vosotros está enfermo por el virus de “las habladurías, la murmuración y el cotilleo” Es grave esta enfermedad. Comienza levemente, tan sólo con una simple charla, pero poco a poco se apodera de la persona, y la convierte en “sembradora de cizaña”, en una persona amargada, y en muchos casos destructora por la espalda de la fama de los demás. Es la enfermedad de los cobardes, que no tienen el valor de hablar a la cara y hablan a la espalda.

10.- Uno de vosotros está infectado de “indiferencia hacia los demás”, que es lo que sostiene un estilo de vida en el que no caben los otros. Los síntomas son conocidos: piensa sólo en él mismo, pierde la sinceridad en las relaciones humanas y destruye la calidad de la fraternidad. Con la indiferencia se vuelve incapaz de escuchar y compadecerse del clamor de los otros.

11.- Uno de vosotros está enfermo de una dolencia muy frecuente hoy día: la  “cara de funeral”. Es una enfermedad que ha aparecido porque, el miedo y la desesperación se están apoderando de muchos corazones. La alegría se ha apagado, y está creciendo la violencia y la agresividad. Cuando se apagan las pequeñas alegrías de la vida, tratamos a los demás con aspereza y pesimismo, y esto dificulta la fraternidad universal, tan querida por Dios.

Y hasta aquí la voz de Jesús en su “mesa de la verdad”. Sí, cada uno de nosotros tiene su enfermedad, su herida, aunque sea un rasguño pequeño. Pero la Buena Noticia es que, si tenemos alguna herida, algún virus, podemos acercarnos a la Palabra de Dios, que restaura toda enfermedad, una y mil veces. Dichosos nosotros, que conocemos el camino: la lectura orante de la Biblia restaura todos los corazones. La verdadera lectura de la Biblia, no sólo nos hace conocer a Dios, nos lleva a reconocerlo como Dios, y abre nuestra conciencia al camino de conversión, que es la cuaresma. Nuestra propia conversión, y no la del vecino, que es la excusa que siempre buscamos para no salir de nuestra cómoda rutina.

Pero para toda lectura orante de la Biblia necesitamos silencio y soledad. Y aquí está el tercer paso de esta reflexión. Os voy a leer un texto de San Bernardo, que a mí siempre me ayuda a acallar todo, para escuchar con todo el corazón.

3.- Silencio y oración en San Bernardo

Se trata del Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares, y dice así:

“Siéntate, pues, solitario como la tórtola. Que nada te turbe entre la muchedumbre de los demás; olvida, incluso, tu pueblo y la casa de tu padre; y el Rey se prendará de tu belleza…Huye de las gentes, huye hasta de tus familiares, aléjate de amigos e íntimos…Aléjate, pues, pero con el corazón, no corporalmente; con tu intención, con tu devoción, con tu espíritu. El Santo Ungido del Señor…busca la soledad de tu espíritu, no la del cuerpo; aunque a ratos no está mal que te separes corporalmente, cuando puedas hacerlo con discreción, en especial durante la oración…Pero sólo te exige la soledad del corazón y del espíritu. Estarás sólo si no piensas en torpezas, si no te afecta lo presente, si desprecias lo que angustia a muchos, si te aburre lo que todos desean, si evitas toda discusión, si no te impresionan las desgracias, si no recuerdas las injurias. De lo contrario no te encontrarás solo ni en la soledad más absoluta. ¿Ves cómo puedes vivir solo rodeado de muchos, y entre muchos, solo? Puedes estar solo, por frecuente que sea tu trato con los hombres. Líbrate únicamente de ocuparte en vidas ajenas como juez temerario, o como espía curioso…” (Sermón 40, III, Obras Completas, tomo V, BAC, 557-559)

Este es el modo de intensificar la oración sanadora en cuaresma. Y esto lo puede realizar, y vivir cualquier persona, aunque no esté viviendo en un monasterio.

Necesitamos una educación al silencio. Es inmenso el valor del silencio. La Palabra de Dios sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, tanto exterior como interior. Nuestro tiempo no favorece el recogimiento, y a veces tenemos la impresión de que hay temor de alejarse de los instrumentos de comunicación, aunque sólo sea por un momento, y más ahora que todo es telemático. Por eso urge que todos sean educados en el valor del silencio (VD 66).

Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y el sosiego interior.

San Ignacio de Antioquía decía que los misterios de Cristo están unidos al silencio (Ad Ephesios 15,2), y sólo en él la Palabra de Dios puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió con María, la mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente.

Y no sólo María, la Iglesia entera, cada uno de nosotros, crecemos en la sencillez y en el silencio. La primera comunidad cristiana primero creció en el silencio del Cenáculo, en lo escondido del encuentro con el Señor Resucitado, después se vieron los frutos en la misión, la salida a anunciar etc……

La Iglesia hoy sigue creciendo -como entonces- por la oración, y la atracción del Espíritu, que está dentro de la oración. No crecemos por los eventos -muchos o pocos, masivos o con aforo limitado-. La espectacularidad, el aparecer, es lo propio de la mundanidad. Lo nuestro es lo secreto, allí donde el Padre ve, aunque los ojos del mundo no lleguen a ver lo escondido de la oración.

Valoremos la oportunidad de soledad y silencio, que nos está dando esta pandemia del coronavirus. En este tiempo hay tanto silencio, que -en algunos momentos- hasta podemos oír el silencio. Creceremos en la capacidad de escucha de nuestro propio corazón, y en consecuencia de Dios y de los hermanos. El Espíritu Santo nos transforma en la oración, lo que se nos ofrece en este tiempo es un renacer de lo alto, en el silencio. Pero es un ofrecimiento, sólo si tú quieres, en tu libertad. Gocemos de esta oportunidad única.

Mirad, sin el silencio, no existen palabras con densidad de contenido. Saldremos de esta crisis enriquecidos en nuestras comunicaciones, que serán más existenciales y profundas. Además, callando nosotros, permitimos hablar a Jesús, y a los hermanos, y nos vamos conociendo mejor. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones y los sufrimientos, emerge todo lo que anda acallado por nuestro interior. Y se hace esencial para discernir lo que es importante, de lo que es inútil y superficial.

Para vivir todo esto, es necesario crear un clima, casi diría yo “un ecosistema”, que equilibre silencio y palabra, porque el silencio no se improvisa. En él resuenan las preguntas existenciales más auténticas: ¿Quién soy? ¿Hacia dónde camino? ¿Qué debo hacer? Y entonces descubro que las respuestas ya estaban en mi interior, que Dios las había escrito en el corazón humano para orientar nuestro caminar, y yo sólo tenía que parar y escuchar.

Esta pandemia nos está gritando: ¡Necesitamos no descuidar el cultivo de la interioridad! En esta experiencia de sufrimiento, donde parece que Dios está lejano, es el momento en que Dios prolonga sus palabras precedentes, hace resonar lo que ya nos había dicho con anterioridad, y que no habíamos atendido por las prisas. En el silencio, descubrimos la posibilidad de hablar con Dios. Y de esta conversación silenciosa, surge la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de comunicar “aquello que hemos visto y oído”, como dice San Juan en su primera carta (1Jn 1, 3)

Y, por último, el cuarto paso, señalaros la meta hacia la que conduce el camino de la cuaresma, que es Jesús Resucitado. Sin Él todo lo que hagamos está vacío. Sólo la Resurrección llena de contenido y de sentido nuestras prácticas cuaresmales. Es más, S. Benito dirá en su Regla de vida, hablando de la observancia de cuaresma: “Que el monje [en la Cuaresma] espere la Pascua santa con el gozo del deseo espiritual” (RB 49, 7) [cum spiritalis desiderii gaudio santum Pascha exspectet] Sí, estos cuarenta días están llenos del gozo de ir muriendo pequeñas muertes, para Resucitar a una vida nueva con Cristo.

Pero: ¿Qué hace en el mundo la Resurrección? Vamos a dar algunas pinceladas.

  1. La fuerza de la Resurrección.

La falta de espiritualidad profunda, se traduce en pesimismo, desconfianza y fatalismo. Cuántas veces estamos trabajando, entregados a la misión, y en el fondo pensamos que nada puede cambiar, que es inútil todo lo que estamos haciendo. Y en este tiempo de cuaresma es fácil pensar: ¿Para qué me voy a privar de mis comodidades, para qué entregarme al silencio y a la oración, si no voy a ver ningún resultado importante? Todo va a seguir igual, he vivido tantas cuaresmas….

Esta actitud es muy común, pero destruye nuestro ser misioneros. Es una excusa para quedarnos encerrados en la comodidad, en la flojera, en la tristeza, en la rutina, en la inercia, el vacío egoísta…Esta actitud es autodestructiva, porque el hombre no puede vivir sin esperanza, todo se le vuelve insoportable: el trabajo, la oración, la vida común, las relaciones…

Es una gran tentación, que los monjes antiguos llamaron acedia. Cuando nos veamos cogidos por este pensamiento de que las cosas no van a cambiar, que es inútil rezar, desgastarse por la tarea que me han encomendado…recordemos que Jesucristo ha triunfado de la muerte y del pecado, que Él se ha levantado del sepulcro, y ahora tiene poder, que Jesucristo verdaderamente vive, que es una persona tan viva como tú y como yo. Él escucha nuestra desesperanza, y quiere decirnos algo acerca de lo que nos pasa. Él es la fuente de la esperanza verdadera, no nos faltará su ayuda. ¡Escuchémosle!

La Resurrección no es algo del pasado. Entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la Resurrección. Es una fuerza imparable, mayor que la del coronavirus, mucho mayor.

Muchas veces parece que Dios no actúa a la medida que nos gustaría. Nos rodean injusticias, hambrunas, maldades, persecuciones, crueldades, enfermedades, pandemias…Pero tan cierto como que la pandemia nos rodea, es que, en medio de la oscuridad, siempre empieza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano da fruto. Velad en esta cuaresma en espera de esta nueva aurora.

En medio de un campo arrasado, vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Esto es la Resurrección, después de las tormentas de la historia, resucita transformada la belleza de nuestra existencia. De lo irreversible, el ser humano ha renacido muchas veces a lo largo de la historia. No somos los únicos que enfrentamos situaciones difíciles.

La experiencia de los fracasos y las dificultades nos duelen, y tenemos la tentación de cansarnos de luchar. Pero si nos paramos en oración, y hacemos memorial de que Jesús vive, nos ama, y saca bien del mal con su poder, entonces comenzamos a caminar de nuevo, con redoblado empeño.

Esto es la Resurrección, que ha penetrado la trama de la historia, de nuestra historia, y aunque no siempre veamos brotes nuevos, en nuestro corazón está la certeza de que Dios actúa en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos, como y cuando Él quiera. Esperemos sin desfallecer, alimentados por la Palabra, fijos los ojos en Jesús, que inicia y completa nuestra fe.

Tened la seguridad de que no se pierde ni uno de vuestros trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de vuestras preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ninguna oración, ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo esto –que es Resurrección- da vueltas por el mundo como una fuerza de vida. Por muchos que sean los males que nos aquejan, volverá a brotar la vida del Resucitado, en nosotros y en nuestras comunidades.

Cuando un evangelizador, decía el Papa Francisco, sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada, y está deseoso de hacer el bien, y de compartir la vida con los demás (EE 282). Oremos intensamente.

La oración es el “lugar aparte” donde renace la fuerza de la Resurrección siempre. Los grandes hombres y mujeres de Dios, fueron grandes intercesores. La oración es la levadura que nos ensancha el horizonte, ilumina las situaciones y las cambia. Tu oración toca el corazón de Dios y lo conmueve.

Por eso vamos a terminar esta reflexión con una breve oración a nuestro Padre, que Él sea quien nos acompañe en este camino cuaresmal, y haga brotar en nuestras vidas la fuerza de su Resurrección.

  1. Oración Final

Padre nuestro, tú no  niegas nada a tus hijos,

danos el pan de esta “mesa de la verdad”,

y no la piedra de mi obrar excitado y endurecido.

Danos el alimento que es la paz del Reino,

prenda de la Resurrección, y no la serpiente

del dejarse vencer por el pesimismo y la cerrazón.

Tú eres Padre y Madre, lleno de fuerza y de ternura,

¡escúchanos benévolo! Haz que al leer, meditar y

dejar penetrar en nosotros las páginas del Evangelio,

la luz de tu verdad pacifique y aquiete nuestra existencia,

y se trasluzca en el “hacer de nuestra misión”.

Haz que cada uno de nosotros, y todos juntos,

pertenezcamos sólo a ti. Y en el “camino de la Cuaresma”,

sé luz de nuestros ojos, para que podamos discernir el Reino del Padre,

ver el sorprendente contraste entre el trabajo humilde del agricultor,

y el resultado extraordinario del descubrimiento de un tesoro,

entre la rutina cotidiana del comerciante que se fatiga,

y el hallazgo de la perla más preciosa que todas,

y vivamos la alegría de la plena confianza en “tu hacer”

sobre y en nosotros. Amén.

 

Preguntas para reflexionar

1.- ¿En el camino de mi vida me aferro todavía a fachadas y apariencias? ¿Es la verdad la que mueve mi vida?

2.- ¿Me siento con Jesús en la mesa de la verdad? ¿Qué enfermedad presento hoy al Señor para que me sane?

3.- ¿Qué es la soledad y el silencio para mí?

4.- ¿Veo mi historia personal como una “historia llena de gracia”? ¿Y la de mi familia religiosa?

5.- ¿Qué es la Resurrección en lo concreto de mi vida?

 

 

 

[1] Literalmente el texto griego pone “par’ ekeinon” = antes que aquel. No aparece ninguna partícula de negación.