Es bueno y necesario retornar a la fe primera, a aquella primera llamada, a aquel amor que nos hizo perder el sueño, y que evidentemente se ha modificado y que quizás tenía algún tinte demasiado inocente, pero es esa llamada de Dios la que acepté libremente y me puso en este camino de consagración. Es bueno recordar –pasar por el corazón– los momentos en que el Señor se nos hizo muy presente con el único objetivo de seguir siendo fieles, pues unos se han acomodado, otros lo dan todo por hecho y afirman que les llegó la jubilación, otros ya no desean involucrarse, se sienten heridos, sin fuerzas…, otros, los fuertes, también se cansan… pero el Señor me sigue pidiendo estar allí, al pie del cañón, con lo que soy ahora y volviéndole a decir sí con la misma alegría del primer día, una alegría ya curtida que cuide los detalles y permita entregar la vida con una gran dosis de humanidad y fe.
No sé por qué, demasiado a menudo, se confunde la dejadez con la simplicidad o la humildad, pues ya no cuidamos nuestro entorno casero, ni los detalles con los hermanos, ya lo sabemos todo de todos, y claro la vida se vuelve gris, porque en aras a la solidaridad, ya no somos capaces de hacernos un regalo; por el ahorrar, ya no enviamos felicitaciones escritas a mano; por la simplicidad, ni nos fijamos en qué mantel hay en la mesa… Es importante y muy justo, hoy más que nunca, ser austeros y pobres, pero no cambiar el ser detallosos por la dejadez.
A veces me da la impresión de que, a excepción de los que se desconectaron de todo, nos dedicamos mucho a trabajar para Él, pero lo hacemos sin Él y eso, tarde o temprano, pasa factura.