CELESTINO AÓS, OFM CAP., ARZOBISPO DE SANTIAGO DE CHILE Y CARDENAL DE LA IGLESIA

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Celestino Aós, capuchino, arzobispo de Santiago de Chile y, ahora, cardenal de la Iglesia, nos ofrece una biografía densa. Un itinerario largo en el tiempo en España y Chile marcado por la confianza en la persona y su capacidad para buscar a Dios. Así lo experimentó como docente universitario en psicología, en los medios de comunicación y en el acompañamiento de los «últimos» en la cárcel. Ahora, Pastor de la Iglesia, con la misión fundamental de restañar heridas en la comunidad cristiana tras el azote de la pederastia.

El tiempo que ha pasado no ha amainado la tormenta, más bien parece encresparla

Luego me viene la calma y como un eco en femenino escucho el ¿no estoy yo aquí, y soy tu Madre?

¿Cómo recibió la noticia de que el Papa había pronunciado su nombre entre los nuevos cardenales?

Como un regaño: sonó el teléfono “¿tenemos que enterarnos por fuera, no tienes nada que decirnos?”. Pero ¿de qué?… No puede ser, será una broma. Y no era broma. Así de sopetón, me tomé la noticia y el té para salir al lugar de votación, porque estábamos de plebiscito en Chile; un rato después, en la espera, pude hablar con el señor Nuncio.

Cardenal es aquel que sirve de «apoyo» (quicio) hasta dar su sangre… ¿Qué sentimientos provoca en Celestino Aós, saber que cuenta con esa confianza del Papa?

Eso de dar la sangre me impresiona hasta la emoción. ¿Quién estaría dispuesto a dar su vida por nosotros? Se preguntaba el Apóstol san Pablo. ¡Pues Jesús dio su sangre por nosotros cuando éramos pecadores! Cuando leo o veo los testimonios de confesores o mártires de hoy –y los he conocido vivos– siento vergüenza de mi rutina; me molesto o me quejo si se me pide algún pequeño sacrificio, y ellos… He estado con el papa Francisco algunas veces; me he sentido acogido, y confortado. Y ante él renuevo mi deseo de amar y servir a la Iglesia; en lo que me pida. No quisiera defraudar esa confianza que él me manifiesta porque sé que estaría defraudando a Jesucristo.

Usted es un consagrado, franciscano capuchino, nacido en España, que ha vuelto a nacer en Chile… ¿Más chileno que español, o español chileno? Similitudes y diferencias que percibe en las dos culturas desde el punto de vista del ministerio.

Llevo en la memoria el pueblo donde nací y crecí, sus lugares y sus gentes ¡en mi familia y con esas gentes aprendí a ser cristiano! Y repaso los años del seminario en Alsasua, y los tres años de filosofía en Zaragoza, ¡el año de noviciado en Sangüesa, tan cercano y con aires misioneros de Javier!, los cuatro años de teología en Pamplona Extramuros, ¡y allí la ordenación sacerdotal! El año de pastoral en Tudela. Y ya adentrarme en el ministerio: profesor y educador un año el Lecároz, luego Tudela, la Universidad de Zaragoza, y los siete años de especialización y profesorado en Barcelona, el colegio san Antonio de Pamplona, san Francisco de Zaragoza… Es tanto y tan rico que sería mal nacido si olvidara o renegara de ello. Y no puedo decir si más o menos, porque todo suma y conforma: y en Chile, el año de estudio en Santiago, y luego Longaví, Los Ángeles, los 15 años vividos en Viña del Mar, y la vuelta a Los Ángeles de donde el Señor me llamó al episcopado ¡en el asombroso y fascinante y misterioso desierto de Atacama!, para el destino de Santiago. He tenido que decirme a mí mismo poniendo un relieve de la coronación de la Virgen María que soy ciudadano del cielo, que ese es mi destino, y que Jesús espera cumplirlo cuando ya no necesite ni me sirva el tiempo porque será la eternidad.

Resulta imprescindible constatar cuánto ha cambiado nuestra sociedad chilena desde aquel 1980 de mi llegada hasta hoy. Y el ambiente campesino de un Longavi o un Los Ángeles ante la realidad de Viña del Mar y Santiago. Sentí como un deber ofrecer mi servicio profesional a los enfermos y aproblemados, y tuve la consulta abierta para los pobres, así como pasé horas y días en Hogares de menores y en la cárcel. Si el ministerio es servicio yo he procurado que mis trabajos fueran servicio. Me da la impresión de que en Chile he tenido un campo más amplio, y que la pastoral es más cercana. Por eso mismo más gratificante, pero también más tentadora de quedarse en amiguismos o vinculaciones personales. Hay tanta necesidad de atención y afecto que fácilmente también buscan al sacerdote como “amigo” y no tanto como apóstol. No buscamos crearnos grupos de admiradores sino buscamos abrir el horizonte y acercar a las personas a Jesucristo. Y ahí, nos hacemos a un lado… Pero a veces también uno siente vacío y ganas de apegos que luego debe revisar. Tengo más experiencia de ministerio en Chile y quizás estos rasgos responden a esta cultura y mi visión está condicionada por el trato de personas heridas por problemas o psicológicamente.

Como consagrado, ¿qué valoración hace de la vida consagrada en misión compartida con el clero y el laicado?

¿Sacerdotes sin bautismo? se titula un librito que nos acaban de regalar. Me atrevo a afirmar que necesitamos aclarar y profundizar el sacramento del bautismo. ¿Qué diferencia hay entre un bautizado de un no-bautizado? ¿Da lo mismo bautizarse que no bautizarse y vivir “honradamente”? El bautismo, y no hay sino un mismo bautismo para todos, nos unifica y hermana como cristianos, como discípulos del Señor Jesús. Y como misioneros: la misión es tarea de todos; allí donde haya un cristiano debe haber un testigo de Jesucristo Resucitado. Bien lo decía san Francisco de Asís: predica el Evangelio con tus obras, y cuando te lo permitan predícalo también con las palabras. Ocurre que el término “misión” se redujo para denominar un tipo de misión: la misión digamos de frontera, de los admirablemente generosos misioneros y misioneras. Se formaron grupos de sacerdotes diocesanos también “misioneros”.  Parecía como si los religiosos y las religiosas que no partían hacia aquellos sitios, las que enseñaban en colegio, o cuidaban ancianos etc., no fueran discípulos y misioneros. Vivir la grandeza y la alegría del propio bautismo nos llevará a organizarnos de formas nuevas en nuestras comunidades cristianas y religiosas. Si entendemos la promoción del laicado como una lucha por conquistar parcelas de “poder”, no estamos entendiendo ni solucionando nada. Creo que se nos impone a todos, al obispo, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y religiosas, ¡y a los laicos! entender que es la hora de los laicos; pero que no basta sacar o exhibir un carnet, sino que hay que rezar y reflexionar, y actuar para dejarnos configurar por Jesucristo con una identidad cristiana. Entiendo que los presbíteros deben ser presbíteros, los diáconos diáconos, los religiosos deben ser religiosos y los laicos  laicos.. Ni compitiendo, ni desentendiéndose: todos discípulos misioneros; quizás con me-nos palabras, pero con más obras, y la vida consagrada tiene urgencia y campo. Me gustaría y lo propuse como uno de los campos a desarrollar la formación de los laicos. No clericalizar a los laicos.

Se hizo cargo del Arzobispado de Santiago en un momento complejo, ¿Cómo valora el tiempo transcurrido desde su llegada a la diócesis?

Siento que estoy en deuda con la diócesis: apenas llegado entramos en situaciones extraordinarias, con grandes posibilidades, pero también con grandes limitaciones. Pienso ¿podría haber hecho más?, ¿qué otra cosa podría haber hecho? Y siento que me queda mucha tarea (hasta que Dios lo quiera): esta iglesia de Santiago es muy rica en virtud, en gentes maravillosas y envidiables. Mas acostumbrados a mirar y criticar lo débil o lo defectuoso, tengo que esforzarme para observar y valorar y celebrar a los callados pero actuantes y eficientes. El tiempo que ha pasado no ha amainado la tormenta, más bien parece encresparla, y Jesús duerme y uno se desespera gritándole suplicante ¿no te importa que nos hundamos? Luego me viene la calma porque sé que Él está con nosotros, que nos ama y nos salva; y como un eco en femenino escucho el ¿no estoy yo aquí, y soy tu Madre?

Según Usted, ¿qué rasgos deben caracterizar la misión de la Iglesia para hacernos creíbles?

Leo la pregunta y no la entiendo, o no quiero entenderla. No sé si debemos preocuparnos mucho por “hacernos creíbles”. La sociedad tiene sus criterios, que muchas veces no son los del Evangelio. Además de que la credibilidad puede reducirse a algo intelectual, y la vida cristiana es mucho más que una doctrina que creer o un aplauso que lograr. Unos buscan sabiduría y ciencia, otros buscan milagros y seguridad ante la pandemia etc. ¡yo no tengo sino a un Cristo pobre y crucificado! Sí creo que la misión de la Iglesia debe estar centrada en Jesucristo, en la Iglesia misma como Pueblo de Dios o Cuerpo de Cristo, en las personas con quienes compartimos la vida, y particularmente en los pobres. Recuerdo la impresión en algunos de ellos cuando les compartíamos la ayuda que recibimos en la tragedia de los aluviones del norte: “pero yo no soy…”. Usted lo necesita, llévelo y rece a Dios por quienes han sido generosos… Un acto que vale más que un sermón o un libro.

Antes de llegar a Santiago, ha sido obispo de Copiapó, seguramente tiene grabado el recuerdo del desierto cuando se transforma en un vergel sorprendente… ¿Sirve como parábola para la situación de la Iglesia en este momento?

No conocía prácticamente nada del desierto, y ahora conozco un poco; lo encuentro misterioso, majestuoso, inmenso, fascinante. No oculto mi afición a la fotografía y mi intento de admirar y captar las luces y los colores de los cerros y las rocas y las arenas. Y los cactus. Y nada más… ¿Nada más? De pronto llueve, y las laderas y los llanos se visten de verde y luego comienzan las flores, y otras flores, y más. Y con las flores las mariposillas y los lagartos etc. Ya el profeta usaba de esa imagen: cuando venga el Mesías el desierto florecerá. ¿había tenido una experiencia similar? Y sí, sirve como parábola: quienes ven a la Iglesia como un pedregal o un inmenso arenal vacío de vida, esperen, esperen… pero con los ojos abiertos: que a veces las flores más hermosas están en las quebradas o sitios muy concretos y exigentes de alcanzar. Y es símbolo también de nuestra propia alma, que a veces está reseca como desierto pero que al toque de la gracia florece y florecerá.

Para Celestino Aós, ¿cuáles son los retos y las posibilidades más evidentes de la vida consagrada de nuestro tiempo?

Un reto es centrar la mirada en Jesucristo, porque ahí se sostiene nuestra esperanza. Tengo miedo de una vida consagrada superficial, desesperanzada y entristecida. No creo que sea sano, ni creo que logre atraer por muchas técnicas vocacionales que se desarrollen. Somos menos, y somos más ancianos (deberíamos ser más sabios y virtuosos); estamos cambiando usos y costumbres, etc. Pero el gran desafío es el amor y la unidad: amamos por Dios. Las posibilidades son enormes: cercanía mayor, purificación de la conciencia y de las costumbres etc.

Fratelli tutti aparece en este tiempo de pandemia invitándonos a un compromiso de fraternidad. ¿Dónde sustenta la esperanza en la humanidad el neo-cardenal Aós?

“Donde encuentres un muerto, descúbrete”, enseñaba a su niño en el campo una abuelita. ¿Por qué? Porque se va a revivir… Y me explicó a mí, que los muertos no están muertos sino vienen durante una novena a visitar los lugares donde vivieron y luego se van a Dios, pero en una vida eterna. No me descubro porque no creo que el hombre esté muerto, que la humanidad agonice. En cada ser humano hay bondad, deseo de encontrarse y de colaborar, compasión ante el dolor, capacidad de admiración: los avances de la ciencia… Y todo se encierra en esta afirmación que nuestros mayores hicieron rezo tres veces al día: “El Verbo se hizo carne”.