EN EL CENTENARIO DE EDUARDO F. PIRONIO, CARDENAL DE LA IGLESIA

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Hoy, 3 de diciembre, Eduardo Pironio habría cumplido 100 años.  Siendo obispo de Mar de Plata, S. Pablo VI lo llamó a Roma para que se hiciese cargo de la Congregación de Religiosos y lo creó cardenal en 1976. En 1984 S. Juan Pablo II lo nombró Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos (suya es la idea y organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud). Muere en Roma en 1998 y sus restos reposan en el Santuario de Nuestra Señora de Luján en Argentina.

Desde 1976 mantuvo una estrecha relación con la Revista Vida Religiosa donde empieza a hacerse presente con fluidez. Participó en la Semana Nacional de VR del ITVR de  1976. Su primera comunicación a la Vida Consagrada como pro-prefecto de la Congregación de Religiosos la tituló: «Alegres en la esperanza»… palabras que fueron la impronta de su vida y misión.

En su vida, como es lógico, hubo dificultades, seguro tropiezos y difíciles momentos de soledad e incomprensión. Pero siempre vivió con esperanza ante el dolor. Los que lo conocieron y trataron en vida no dudan en reconocerlo como un «santo de nuestra era». Llama la atención, cuando te acercas a Luján, que en su sepulcro todos los días, todavía hoy, hay flores frescas y algún joven en oración. Y también que Jorge Mario Bergoglio tuviese en su despacho de Buenos Aires la foto de sus tres santos próximos: Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y Eduardo Pironio. Seguro que alguien se la ha traído a Francisco a Santa Marta. Pironio es un estímulo para todos aquellos y aquellas que hoy quieren ser fieles, con creatividad, en estos tiempos nuevos.

Entre los muchos textos que ha publicado con nosotros, hemos seleccionado dos oraciones a María, señora de la Esperanza (1987), muy propios para este difícil adviento de 2020.

Oraciones a Nuestra Señora de la Esperanza

A Nuestra Señora, causa de la alegría, Madre de la santa esperanza

«Madre y Señora nuestra, causa de nuestra ale­gría, tú nos has dado a Jesús que es nuestra feliz esperanza. Ayúdanos a ser testigos de la resurrec­ción del Señor. Enséñanos a comunicar a los hom­bres –nuestros hermanos– la alegría que es fruto del amor, que es fruto del Espíritu Santo.

María, haz que vivamos como tú la alegría de sentirnos profundamente amados por el Padre; la alegría de querer ser fieles y de decir todos los días como tú: “Sí, yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”. Oh Madre, danos la alegría del servicio como tú la viviste en la visita­ción y en las bodas de Caná; danos la alegría de la cruz, de vivir serenos y fuertes al pie de la cruz, sa­biendo que desde allí se realiza la reconciliación del mundo con el Padre.

María: que no nos falte la alegría ni aun en los momentos de sufrimiento; que tengamos mucha paz, mucha serenidad y mucha alegría por dentro aun cuando estemos llorando por fuera. Que sepamos comunicar esperanza a todos los hombres con quienes nos encontramos, especialmente a los her­manos de la propia comunidad.

Madre de la santa esperanza, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros. Amén.»

A María de Nazaret, Madre de la Santa Esperanza

«María de Nazaret, Madre de la Santa Esperan­za, Señora nuestra de Luján: gracias por hacernos vivir en esta hora difícil y decisiva. Gracias por tu presencia de Madre en esta hora. Ayúdanos a dar siempre razón de la esperanza que hay en nosotros. Que no tengamos miedo, que confiemos siempre en la bondad del hombre y en el amor del Padre, que aprendamos de una vez que el mundo se construye desde dentro: desde la profundidad del silencio y la oración, desde la alegría del amor fraterno, desde la sencillez de la pobreza, desde la fecundidad in­sustituible de la cruz. Tú eres la Madre de la Santa Esperanza. Danos siempre a Jesús, nuestra feliz es­peranza.»