Menos mal que los textos bíblicos se encargan de aclararse unos a otros: esa misma palabra aparece en el Evangelio con un sentido material y concreto: era lo que estaban haciendo Santiago y Juan con las redes cuando los llamó Jesús: arreglarlas, prepararlas disponerlas, repararlas y remendar sus rotos… (Mt 4,21). Vista así, la formación tiene mucho de eso, con una gran diferencia respecto a las redes: cada uno de nosotros somos co-autores y participantes en ella. Y lo mismo que las redes no están ahí para ser admiradas, ni para hablar de ellas, ni para exhibirlas en un escaparate, sino para pescar peces, también nosotros somos comunidades en-salida que existen para la misión.
Lo explica muy bien Luis Alberto Gonzalo en su nuevo libro El fenómeno comunitario de la vida consagrada cuando habla de ella como de “una organización que tiene capacidad autopoiética de que se recree algo nuevo” (p.61). Vaya, otra palabrita rara y esta vez no soy yo, sino el mismísimo director de la revista el que la usa. Necesitamos un poco más de diccionario para ir al fondo de esta nueva palabra: auto suena a implicación personal, a esa “determinación determinada” de la que hablaba Teresa de Jesús, para que nuestras acciones nazcan de ahí. Porque ese es nuestro hacer, nuestra poiesis, que es un término próximo a la poesía.
A qué horizontes tan atrayentes puede llevarnos un diccionario…