Me he alegrado al leer, en el último documento de la Pontificia Comisión Bíblica, titulado: “¿Qué es el hombre?”, que esta es la interpretación “exegéticamente más rigurosa”. Según esta comisión, “hasta el versículo 20 (de Gen 2), el narrador habla de adam prescindiendo de cualquier connotación sexual. La generalidad de la expresión exige renunciar a imaginar la configuración precisa de tal ser y, menos aún, a recurrir a formas monstruosas del andrógino (o sea, un ser que tendría en sí mismo la doble sexualidad). Se nos invita, pues, a hacer con adam una experiencia de lo desconocido, para poder así descubrir, por revelación, cuál es el maravilloso prodigio realizado por Dios”.
Y añade, refiriéndose al hecho de que el primer ser humano diferenciado, a saber, la mujer, apareciera durante el sueño del adam (el humano genérico), o sea, cuando el adam estaba inconsciente y no se enteraba de nada: “De hecho, nadie conoce el misterio del propio origen. Esta fase, caracterizada por la falta de visión está simbólicamente representada por el acto del Creador que ‘hizo caer un letargo sobre el hombre que se durmió’ (Gen 2,21): el sueño no tiene la función de la anestesia total para permitir una operación sin dolor, sino que evoca más bien la manifestación de un evento inimaginable, por el que de un solo ser (adam = ser humano), Dios forma dos, varón (is en hebrero) y mujer (issa en hebreo)».
De esta forma queda más claro que la mujer y el varón tienen idéntico origen, son radicalmente semejantes, sin ningún asomo de subordinación o prelación. Pero, sobre todo, esta diferenciación del ser humano en varón y mujer, nos invita a descubrir el bien espiritual del recíproco reconocimiento, principio de comunión de amor y llamada a convertirse en “una sola carne”. Concluye la Pontificia Comisión Bíblica, refiriéndose a esta palabra de Yahvé: “no es bueno que el hombre esté solo”, diciendo: “no se trata de la soledad del varón; es la soledad del ser humano la que hay que remediar, a través de la creación del varón y la mujer”.
Una cosa más, el término hebreo sela de Gen 2,22, que las primeras versiones griegas y latinas de la Biblia tradujeron como costilla (Yahvé formó una mujer de la costilla del hombre), sería mejor traducirlo como lado o costado. Quedaría así resaltado que varón y mujer son como costado y costado, llamados a estar uno al lado del otro, como ayuda y aliado.