LA BRECHA I: PÓRTICO DE ENTRADA

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(Juan Mª González-Anleo). Hasta el presente artículo he tratado de hacer una fotografía lo más dinámica que me ha sido posible de la situación de la Iglesia Católica dentro de la sociedad española, prestando especial interés, como seguiré haciendo, a los jóvenes. Es hora de hacerse la gran pregunta, “¿por qué?”, y abordar a partir de ella los no pocos puntos de fricción que nos han traído a la situación actual y sobre los que, como sociólogo, considero esencial aplicar unos u otros remedios si realmente se quiere revertir esta situación en el futuro.

La primera cuestión que propongo no la he elegido al azar, me parece El pórtico de entrada a numerosos temas que trataré en los próximos artículos: la brecha existente entre la moralidad de la sociedad y la del Magisterio de la Iglesia, una brecha que, dentro de la propia Iglesia, puede casi entenderse como un cisma o, si se prefiere, un “cisma light”, entre la jerarquía y la Iglesia de base, tal y como afirmó mi propio padre en el último artículo que escribió antes de morir en un libro homenaje a su querido amigo y compañero de fatigas en la Universidad de Columbia, Amando de Miguel.

Como es bien sabido, el Concilio Vaticano II supuso un significativo esfuerzo por poner las manillas del reloj de la Iglesia en hora con el resto del mundo, siendo uno de sus pilares más importantes la atención prestada a “los signos de los tiempos” o dicho de otra forma, a los nuevos fenómenos culturales, sociales, políticos y económicos producidos en la gran mutación de la vida moderna, algo que la Iglesia había dejado aplazado sine die desde los tiempos de la Ilustración, entrando así definitivamente esta expresión (pese a tratarse realmente de una expresión bastante antigua), en el lenguaje teológico cristiano. El problema es que el movimiento siempre es relativo y si en las siguientes décadas hubo una profunda contracorriente dentro de la propia Iglesia que hizo lo posible por lastrar la propia fuerza de impulso del Concilio, ralentizando de esta manera considerablemente su avance, el mundo entero, por su parte, adelantó sus propias manillas de forma vertiginosa pocos años después de que se celebrase el Concilio, a partir de la revolución juvenil de1968, malograda en lo político pero esencial en la esfera cultural y moral. La suma de ambos movimientos no solo hizo que el reloj eclesial quedasen nuevamente atrasado sino que, en un mundo ahora sobre-revolucionado y devoto muchas veces también de revoluciones-pastiche, éste cada vez esté más y más atrasado con respecto a los nuevos tiempos.

En este sentido es interesante observar una pregunta que realizó Metroscopia hace unos pocos años (en este artículo me portaré bien y no os atosigaré con datos) sobre opiniones de los españoles sobre “La Iglesia debería…”. La inmensa mayoría de los españoles, por encima del 70%, respondían que la Iglesia debería “investigar la pederastia sin tapujos” (la pregunta ya se realizaba mucho antes de que saltasen los escándalos de los recientes años), “admitir anticonceptivos”, “acabar con la discriminación de mujeres en la Iglesia”, “permitir divorcio”, “fin del trato fiscal especial”, “admitir nuevas formas familiares” o “adopción de gays y lesbianas”. Realmente, hasta aquí, poca sorpresa. Esta llegaba, sin embargo, cuando al colocar al lado de los datos de la población general los de los católicos practicantes, las diferencias, excepto en la última de éstas cuestiones (que aún así rozaba el 50%), arrojaban porcentajes bastante similares, por encima del 60% para las cuatro primeras cuestiones y entre el 50 y el 60% el resto.

Se ha abierto hace ya mucho una gran brecha de escisión entre lo que la sociedad entiende por religión y lo que entiende la doctrina oficial, entre las normas de la Iglesia, incluso cuando se confiesan sus miembros, y sus propias pautas, normas y valores, llegándose, por este camino, como ha señalado más de un sociólogo de la religión, a una espiritualidad en gran medida autónoma de las instituciones eclesiales. Y no solamente, como acabamos de ver, por parte de los ajenos a la Iglesia, sino también y muy marcadamente, por los que debido a una u otra razón, aún permanecen dentro. Es lo que mi padre llamó el “cisma light” de la Iglesia Católica, por el cual un gran número de católicos, los más jóvenes especialmente, han de vivir de espaldas al Magisterio de la Iglesia para poder vivir de forma coherente dentro de su fe. “De espaldas”, escribe, “significa primordialmente que no hay tanto enfrentamiento entre esa mayoría de católicos rebeldes y el poder magisterial, sino simplemente que aquella no se siente realmente concernida por lo que dicen, aconsejan y ordenan –los de arriba– sino que vive su vida religiosa, más o menos inspirada en los principios e imperativos de la fe cristiana, pasando de los preceptos del Magisterio sin mayor preocupación”. He disfrutado siempre horrores leyendo a mi padre, que siempre me pareció poseer el don de la escritura. Aquí os dejo este texto suyo del artículo citado, a mí me sería imposible expresarlo mejor: La Iglesia de base cada vez han de vivir su fe de espaldas a la Iglesia y a sus preceptos: Porque los considera anticuados, porque no encajan con su proyecto de vida, porque los ha ensayado con poco o ningún éxito, porque la presión social y mediática es demasiado fuerte, porque sobre ciertos temas, de moral sexual y de bioética sobre todo, la gente sí se plantea ya preguntas, y las respuestas ad hoc de la Iglesia a nadie interesan, porque advierte titubeos, veleidad e incluso contradicciones en algunas intervenciones del Magisterio, porque, no debe descartarse esta última razón, en su círculo cristiano hay líderes y creadores de opinión, teólogos, sacerdotes agentes de pastoral, educadores… que les aconsejan o sugieren no tomarse al pie de la letra lo que dicen el Papa, la curia y los obispos, en especial en materia de moral sexual y familiar. Hay razones para todas las posturas personales, pero para muchos la conclusión es clara: hay que pasar de lo que dice la Iglesia para poder vivir una vida cristiana desde la propia conciencia y la libertad que a ella inalienablemente va unida.