MEDIAS VERDADES

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He comprobado que solo sueñas verdaderamente con el Reino cuando, de una vez, vas liberándote de otras «prisiones». Con frecuencia, llegamos a confundir los manejos internos de una congregación, con la verdad de lo que esa congregación representa en la Iglesia y el mundo. Van aflorando así, entre nosotros, los «animales políticos» que siempre llevamos dentro y están a la zaga queriendo asomar. No pienso solo en las artes del manejo, la difamación o la exclusión que desgraciadamente siempre tienen cabecillas y dedicación inspirada y constante. Me refiero, sobre todo, a aquellas otras manifestaciones de nuestro «histórico relacional» que, sin ser nocivas en sí, contribuyen al sostenimiento de un clima difícil de ventilar o regenerar.

Solo por citar algunas, podemos señalar, la singular pasión que viven algunos y algunas en los procesos capitulares. Desde la preparación remota hasta sus consecuencias, pasando, claro está, por el desarrollo. Viven para los números y votaciones; para las tendencias y partidos. No hay preocupación por las decisiones o proyectos de futuro que quizá estén inspirados. Son siempre decisiones que, para ellos y ellas, responden a otras razones: ideas de amigos, salvar a alguien o presiones de grupos fuertes. Estos y estas no cambian, y no permiten que nada cambie.

Otra pasión ambigua, es ese sentir estable que no te permite observarte como hombre o mujer itinerante. Pase lo que pase, sabes que no vas a cambiar, no te van a trasladar y si hubiese una tímida propuesta, tienes una batería de argumentos que te hacen imprescindible del lugar y/o «propiedad» que con tanto desvelo llevas cuidando no los últimos años, las últimas décadas. Estos y estas, les encanta que se hable de la renovación de la vida religiosa… pero solo que se hable.

Existen los muy sensibles a los amigos y amigas.  Todos tenemos amigos. Seguramente menos de los que decimos y alguno más de los que contamos como tales. La amistad es un don de Dios que se inscribe dentro de las mejores capacidades del ser humano. Pero aquí también aflora una pasión ambigua. Hay quien ve peligro en cualquier amistad y hay quien no sabe que si una amistad es verdadera siempre pone en peligro lo que dabas por seguro. Hay quien cree tener un «millón de amigos»; quien solo vive para sus amigos; quien confunde comunidad con panda de amigos; quien sueña una congregación de amigos y quien rechaza los órganos de su congregación porque solo ve amiguetes o amiguitas que se complementan, justifican o tapan. De todo hay… pero, sin duda, cuando solo se ve eso, lo que se anuncia es una intensa hipermetropía.

Otra pasión son los horarios, el orden, el vernos y el estar juntos o juntas. Son, por supuesto, valores medios que hay que cuidar. Pero cuando todo se reduce a eso, los horarios sirven fundamentalmente para debatir, imponer, ajustar o medir. El orden para condicionar, el vernos para murmurar y el estar juntos o juntas, no se sabe muy bien para qué. Cuando nos asalta esta pasión ambigua, en realidad, nuestro problema es el para qué. Hay quien, sencillamente, no sabe estar solo, ser él mismo y tomar decisiones. Hay quien reduce la vida de consagración y comunión, a una sociedad limitada, marcada, medida y organizada donde lo mejor es que nada pase.

Otra pasión es la historia o, mejor, las historias. Esto es, convertir las relaciones personales en comunidad en una pirueta de eterno retorno, de vuelta al pasado. Hablar y hablar de quien pasó y vino; de donde viví e hice; de quien nos dejó y dijo; de un ayer que tiene una fuerza insospechada, confundida con la pertenencia congregacional, pero castrante de cualquier aproximación a un presente en el que solo estamos como espectadores.

Otra pasión de la esterilidad es la visión ideologizada de la vida, las relaciones y la política. Es evidente que somos hombres y mujeres sociales. Desde ahí tenemos la responsabilidad de ofrecer respuestas, ser coherentes con lo que pensamos y creemos, y aprender a vivir en sociedad. ¿No será, sin embargo, llamativa y excesiva la politización de nuestras visiones? ¿No estaremos proyectando una desconfianza y aislamiento letal ante los ritmos de nuestra sociedad y cultura? ¿No estaremos ofreciendo una «devoción» peligrosa a determinados informadores, periódicos y páginas web que alimentan el todo es malo y lo solo bueno está en peligro?

Otra pasión es la economía. Nuestras instituciones son pobres y argumentadas por el Espíritu para acabar con toda pobreza. Sien embargo, ¡cuánto nos gustan los números, las pólizas, los ahorros y los gastos! ¡Cuánto nos apasiona el movimiento contable a quienes, sin embargo, somos «apasionados» del Reino! Siempre hay quien tiene más brillo en los ojos con las inversiones que con los salmos; siempre quien se llena de ocurrencias sobre finanzas aunque suponga un dislate evangélico; siempre quien se sueña banquero o banquera… y gusta su círculo social. Todavía hay quien es más feliz por lo que ahorra que por lo que comparte; por lo que no gasta que por lo que ofrece. Cuando la economía se endiosa y duerme otros valores, se pierde la percepción, la visión y la proporción. Se tiende a sufrir y juzgar lo que otros u otras gastan, sin tener medida para uno mismo. Aquello que aquel ecónomo de hace unos años en mi congregación hizo popular –supongo que en todas las congregaciones existe– «el verdadero cuidado empieza por uno mismo», decía. ¡Aquel bendito lo llevaba a rajatabla!, lo que ocurría es que quedaba agotado de cuidarse sin tiempo para el cuidado de los otros.

Otra media verdad «apasionante» es aquella que sostiene que todos valemos lo mismo. Forma parte de la esencialidad de la consagración y la equidad. Somos muy sensibles a ello y hacemos un esfuerzo notable de lenguaje para no caer en discriminación alguna. Sin embargo, el día a día, llena esta media verdad de matices. Sabemos que hay dones, reconocimientos, agradecimientos y ministerios que responden a un carisma original, único e irrepetible. Las comunidades en general y cada comunidad, en particular, tienen serias dificultades para el agradecimiento honesto del valor de sus miembros. De cada uno. Y así, buscando el término medio no llegamos al equilibrio, sino a la mediocridad. Es la predilección por el gris. Lo que hace valiosa a la comunidad no es el todos lo mismo, de la misma manera e igual, sino la complementariedad. Lo que nos hace especiales, no es hacernos amorfos, sino que los valores están al servicio de un bien común que nos apasiona y llena. Ni pensamos igual; ni ganamos lo mismo; ni hablamos, escribimos o predicamos igual. Ni somos idénticamente reconocidos o reclamados… Pero la esencialidad es que, libremente, hemos decidido que el sentido de la vida es crecer en la dinámica de Reino, que es otra cosa… y desde ahí se descubre y celebra una sana equidad que sí es comunión y novedad.

Si poco a poco, nos desapasionamos de medias verdades… abrimos espacios y caminos posibles para que entre la verdad.