DESDE LA APOSTASÍA HACIA UNA IGLESIA DE ENSUEÑO

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Quizá la pregunta más inteligente que debemos hacernos en este momento no es “¿qué pasará después del coronavirus?”, sino más bien ¿qué está pasando? Por una parte vemos “parlamentos en auténtica guerra”, “medios de comunicación en guerra”. Las mejores cualidades de inteligencia, de oratoria, de investigación, se utilizan para “machacar” al adversario, para recordarle todas las cosas que ha hecho mal. Lo peor es que esta guerra llega también a las comunidades eclesiales, a las familias, a las comunidades religiosas. Aparentemente somos una “sana democracia”, pero en nuestro corazones hay mucho odio, desprecio del diferente. Las escenas del parlamento se reproducen también en una iglesia dividida por las tendencias y los odios. Y todo esto viene a cuento de las lecturas de la liturgia eucarística de este día, sábado, 2 de mayo de 2020: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacer caso?” Jesús sabía que sus discípulos lo criticaban… desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Hoy muchos, aparentemente, se quedan, pero cada vez están más lejos… es el “ateísmo interior”, una imperceptible apostasía.

¡Doctrina difícil de aceptar! ¿Quién puede hacerle caso?

Y ¿a qué se debe este abandono silencioso del seguimiento de Jesús, si aparentemente todo sigue igual?

Abandona a Jesús quien pasa parte de sus días pegado a “su emisora”, leyendo “su periódico”, viendo “su canal de TV”, para estar al tanto de todos los errores, todas las mentiras y corrupción del adversario y tener más razones para odiarlo… Quien está todo el día criticando y separando su corazón de aquel hermano o, hermana que “no puede ver”, con quien apenas cruza unas palabras… pero que habita en su corazón como un huésped indeseado, para así poder constantemente despreciarlo.

Todo lo contrario de Aquel que dijo: “Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado” (Jn 6,39). “No murmuréis entre vosotros” (Jn 6,43). “El pan que yo le voy a dar es mi carne para la vida del mundo“, ¡no para la vida de mi partido, de mi ideología…. sino del mundo (Jn 6,51)

Abandona a Jesús quien con sus amigos o amigas es todo dulzura, encanto, júbilo, pero con sus enemigos, con quienes tiene al lado, es silencio, crítica, mirada torva, o incluso descortesía; quien utiliza su inteligencia y memoria para recoger basura del pasado, indagar sospechas del presente y encontrar motivos para seguir odiando. ¡Qué bien dice el salmo: “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?

Permanece en Jesús quien comulga, es decir quien se alimenta de Hijo del Hombre, del Mesías de toda la humanidad, del Mesías de la Inclusión, del que vino a “reunir a los hijos de Dios dispersos”, del que vino a reconciliar a todo el cosmos, quien proclamó el perdón, no siete veces, sino setenta veces siete…Pero ¿puede comulgar a Jesús quien no comulga con una parte de su comunidad, de su familia, de su nación, de la humanidad? ¿Comulga a Jesús quien no come con los pecadores, quien desprecia a quienes no piensan como él o ella?

Al oír todo esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: “Su enseñanza es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede hacerle caso?” (Jn 6,60). El resultado final es que quien se separa del mundo, de “los otros”, se separa de Jesús. La Eucaristía es comunión. Y no un instrumento de guerra -doméstica, comunitaria, política o mundial.

¿También vosotros -les dijo a los Doce- queréis marcharos? .(Jn 6,67). ¡Terrible pregunta! ¡Parecer que estamos con Jesús, pero desenganchados de Él! ¡Parecer que comulgamos, cuando por no ser ni frío ni caliente, Él nos vomita de su boca (Apoc 3, 15-16) La apariencia ¡no nos salva! Jesús sabía muy bien aquello de que “uno de vosotros es un diablo” (Jn 6, 70).

 

En aquellos días la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría

¡Qué diferente es el panorama que nos presenta hoy la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles! (Hech 9, 31-42)

“En aquellos días… la Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo” El Espíritu de Jesús resucitado era el protagonista de una Iglesia en construcción, sólida, que se multiplicaba… ¡Nada de abandonos! ¡Todo lo contrario! El Espíritu de Jesús expulsaba todos los demonios, desalojaba cualquier tipo de “ateísmo interior”.

¡Ese es el panorama de las naciones de ensueño! Ese es el panorama de una Iglesia de todos y con todos, de una familia donde los conflictos se superan, de una comunidad donde nadie se sobrepone a nadie, donde todos se escuchan y nadie utiliza sus poderes contra los demás, sino en favor de todos.

Cuando gozamos de paz -en nuestra nación, en nuestra Iglesia, en nuestra familia, en nuestra comunidad- es porque hay gente que nos trae la paz, que nos comunica el Espíritu, que es mediadora de milagros. Y esa gente de paz son: ¡esos ángeles de la sanidad que no preguntan a sus enfermos si son ancianos o jóvenes, a qué partido o ideología pertenecen, ni a qué religión o confesión cristiana, ni cuál era su tendencia sexual… que solo ven en ellos a seres humanos a los que había que sanar, personas solas a las que hay que acompañar como si de un familiar se tratara! Gente de paz son ¡todas las personas que velan por nuestra seguridad, por nuestra alimentación, por nuestra salud, haciendo que su sol brille sobre todos, no sobre unos elegidos. Gente de paz son aquellas personas que, a menor escala, hacen lo mismo en la Iglesia, en la familia, en la comunidad.

Pedro, portavoz de los Doce, le dijo a Jesús ¿a quién iremos, sólo Tú tienes palabras de Vida? Pedro, también ahora se convierte en Iglesia portadora de la Paz. Y lleva la paz al paralítico Eneas y la vida a la discípula Tabita. Allí donde va la Paz allí hay vida y resurrección. Allí donde va la Paz, siempre ocurre algún milagro.

 

Plegaria

Jesús, ya ves dónde nos encontramos…. ver tanta hermosura en tanta guerra… tus hermanos y hermanas, hijos e hijas del Abbá, tan enfrentados, llevando cuenta de todo y exigiendo responsabilidades, jueces inexorables para los demás, que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Jesús, ¡sálvanos también de esta pandemia! Queremos seguirte y esperamos que con tu Espíritu nos llegue la paz, la gran reconciliación, la gran reunión de tus hermanos y hermanas dispersos. Que, como tantas personas en este momento, seamos también nosotros “ángeles de paz”.