¿CURIA O IGLESIA?

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Francisco no se da tregua. Llega a “casa” y continúa “formando lío” (como pidió a los jóvenes). ¿Y qué más quieren quienes tienen -tenemos- los ojos fijos en él? ¿”Mirando al cielo”, como los varones galileos? Habrá que “regresar a Galilea”, donde se continuó el evento pascual/pentecostal, pienso yo… Tengo que reconocer que estoy un poco perplejo, incluso preocupado por “tanto mirar a los celajes romanos, o a los vericuetos vaticanos, los “uffizi”, las “comisiones”, lo que dijo o dejó de decir Francisco en las misas matutinas de Santa Marta, “magisterio casero” especie de  buon giorno diario cargado de densidad en medio de la brevedad, las frases y “sentencias” incisivas y evangélicas, que me recuerdan en ocasiones los “logia” de Jesús que nos traen los sinópticos. Y enseguida nos hacemos eco de sus palabras, de momento ensalzándolas, medio sorpendidos, entusiasmados, asintiendo por tanto Evangelio hecho palabra y hecho gesto. Y esperamos el día siguiente en que nuevamente nos conmoverán los “dichos y hechos” del obispo de Roma.

Pero digo que me preocupa “tanto mirar a Roma” y tan poco mirar a nuestros entornos. Sigo teniendo la impresión de que corremos el riesgo de caer en una nueva papolatría, un centrarlo todo y hasta reducirlo todo, a lo que ocurra o deje de ocurrir en las “periferias” del papa argentino. Recuerdo a Congar, cuando en las primeras décadas del siglo XX, se quejaba de estar apalancados en una “jerarcología” muy lejana de la verdadera “eclesiología”. Cuando ésta había perdido identidad para convertirse en aquella. Y es que, antes del Vaticano II, la Iglesia “se sentía”, se veía, se vivía, como un “tratado de jerarquías”: obispos y arzobispos, cardenales y clérigos, y especialmente, el Santo Padre de Roma. ¿Nos estará ocurriendo lo mismo que denunciaba Congar, casi sin darnos cuenta? ¿Estamos tan ilusionados con el nuevo obispo de Roma que se nos está escapando la “esencia” de la Iglesia que nace de la Pascua/Pentecostés?

Tengo la sensación de que la tan llevada y tan traída “reforma de la Curia” nos está ocupando y preocupando excesivamente. La Curia romana es una antiquísima institución nacida en el siglo XI. Ciertamente hay que reformarla. El IOR -que también nos trae de cabeza- nace con el papa Pío XII, en 1942, como prolongación de la comisión “Ad pias causas” que creó su predecesor León XIII. Parece que todos están -estamos- de acuerdo en que también hay que “reformarla”. Y hay más cosas que reformar  en los predios más a mano del obispo de Roma. Todos andamos pendientes de “sus” reformas. Pero, supongamos por un momento que reforma “todo eso” que parece reformable (o “eliminable”, incluso). Y después, ¿qué? ¿Se solucionan así todos los “problemas” de la Iglesia? ¿Se recupera la credibilidad perdida? ¿Será la gente sencilla de nuestros pueblos más y mejor cristiana cuando Francisco reforme su Curia? Me temo que no. Sinceramente, me preocupa la reforma del minúsculo Estado Vaticano, pero me preocupa infinitamente más la reforma de la Iglesia de Cristo. Y esa reforma, ¿quién la hace, quién la está haciendo? ¿Se dará por arte de birlibirloque cuando Francisco termine su difícil tarea en sus “periferias” más cercanas? ¿Cuántos “Franciscos” tenemos en la Iglesia? ¿O cuántos necesitamos? ¿Y qué decimos cuando decimos “reforma”? ¿Por qué “hay” que reformar la Iglesia (sin obsesionarnos por la reforma de la Curia)? ¿En qué consiste la “reforma eclesial”? Por eso estoy preocupado…