HONRAR LA VIDA

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(Rosa Ruiz). En una entrada anterior comencé a compartir textos que me parecen sugerentes para la Iglesia y en concreto, para la Vida Religiosa “post-COVID”. Textos que nos ayuden a “reinventarnos”, no por snobismo sino por fidelidad al Evangelio y a la realidad en la que vivimos y somos enviados.

Hoy es una canción de Eladia Blázquez, en la versión de Sandra Mihanovich. Vivir resucitados es honrar la vida. No basta vivir. No basta anunciar que El vive. No basta entregar nuestros afectos, nuestro tiempo, nuestros bienes y voluntad, nuestros proyectos.

No. Permanecer y transcurrir no es perdurar,

no es existir ¡ni honrar la vida!

Hay tantas maneras de no ser,

tanta conciencia sin saber adormecida…

Durante mucho tiempo he creído que perdurar a lo largo de la historia y seguir existiendo es un signo de vida, un signo de Dios. Como si celebrar centenarios de las diversas instituciones garantizara estar siendo fieles y, sobre todo, estar vivos. Pero voy dándome cuenta que no. No siempre es así. Y, además, casi siempre, el precio por esta permanencia es construir enormes estructuras internas y externas. Éstas, ciertamente, nos protegen pero también nos ralentizan e hipotecan. Quizá resucitar con el Resucitado tenga más de invitación a despertar y no vivir adormecidos, y así, honrar la vida. ¡Cuántos religiosos y religiosas que no pactan con el tedio vital, con la permanencia a cualquier precio!, ¡cuántos consagrados que pasarán desapercibidos en los anales y en la Historia pero que se recordarán con cariño en cada persona o comunidad que se cruzó con ellos! Honraron la vida.

Merecer la vida no es callar y consentir

tantas injusticias repetidas…

Es una virtud, es dignidad

y es la actitud de identidad más definida!

Eso de durar y transcurrir no nos da derecho a presumir

porque no es lo mismo que vivir, ¡honrar la vida!

  1. Merecer la vida sin callar ante la injusticia suele tener como precio perderla. Curiosa paradoja de nuestra fe. Quizá vivir como resucitados nos cueste la vida pero no habrá sido vivida en balde. Habremos honrado la vida. No basta con denunciar o gritar. No se trata de vivir en permanente lucha. Es una virtud, dice la canción. Un don, por tanto. Que cuando lo acogemos, crece dentro y nos otorga un regalo mayor: nos da identidad. Esa que no necesita muchos nombres, jerarquías, roles,… La identidad vivida. La identidad que no presume porque solo quiere ser quien es. Ni más ni menos. Aunque no aparezcan en los boletines ni se cuenten entre los grandes. Honran la vida.

No. Permanecer y transcurrir

no siempre quiere sugerir honrar la vida

Hay tanta pequeña vanidad

en nuestra tonta humanidad enceguecida.

¡Honrar la vida!

  1. ¿Vanidad, ceguera? Quizá. Pero sobre todo, tonta humanidad. Indecisiones, Cobardías. Dejarnos llevar por lo que hay para evitar conflictos y divisiones que no quiere Dios y que a nosotros nos aterran. Estaremos vivos, pero no honraremos la vida. Entregaremos la vida pero no la honraremos. Quizá ayudemos a otros a vivir. Pero nosotros nos estaremos vivos del todo.

Honrar la vida es alegrarnos en la Resurrección de Cristo y en un café caliente compartido y en una tarde de peli en comunidad y en lo que le alegra a otro hermano.

Honrar la vida es que nos vean vivir y se alegren y sientan que merece la pena que haya hombres y mujeres que elijan vivir así.

Honrar la vida es que nos levantemos por la mañana y agradezcamos vivir como vivimos, donde vivimos y con quien vivimos, porque más allá de las tensiones y encontronazos cotidianos, nos sentimos parte de la vida que hemos elegido, de la vocación recibida, de la institución que nos acoge y a la que hacemos crecer, en una pertenencia mutua.

Honrar la vida es llevar a cabo un trabajo pastoral y que la gente se asombre no sólo de que esté bien hecho sino de que lo hagamos juntos, con libertad, sin necesidad de cuotas artificiales para que ninguno se sienta menos que el otro, dejando que cada uno aporte lo que puede y algunos aportarán 0 (pero se sabrán parte de la vida comunitaria igual) y otros 100 (pero se sabrán exactamente igual que el resto porque la dignidad vital nos llega de otro modo).

Honrar la vida como resucitados es tener tantas ganas de vivir y que los demás vivan plenamente que nuestras casas y allí donde cada uno estemos, sea un lugar que rebose vida. Vida de la buena, de la que todo el mundo entiende y no hay que explicar nada porque todos lo percibimos por los poros. También cuando hay situaciones de dolor, de mucho sufrimiento, porque jamás nos será indiferente. No hay otro modo. Con lo desordenada, caótica, libre y variada que es la vida siempre. No hay otro modo.

Honremos la vida. Nos jugamos la vida en ello. La nuestra y la de nuestras instituciones. Y sobre todo la del mundo al que somos enviados. ¡Feliz Pascua!