¿Relación con la parábola? A mí me parece clarísima: en aquel grupo de chicas había cinco desordenadas y otras cinco que “habían puesto orden” en sus cosas, en su vida, en sus afectos y en su “armario vital”. Habían colocado en primer lugar, al alcance de su atención y de sus decisiones, lo que de verdad les importaba: esperar al novio y ordenaron su conducta y sus previsiones en función de esa prioridad.
¿Qué aprendemos de ellas? Que nos urge ordenarnos y poner delante lo esencial y detrás lo accesorio; que necesitamos tener claro en qué nos jugamos la vida y cómo tenemos que organizarla en función de aquello que deseamos por encima de todo. Su historia nos enfrenta con una cruda realidad: en nuestro “armario vital” no hay sitio para todo” y tenemos que desechar lo accesorio. Y convencernos también que “todo a la vez no se puede” (en su caso llegar a tiempo para ir al encuentro del novio y detenerse a repartir el aceite con las otras): aquel momento era único y urgente y les iba la vida en salir a toda prisa al encuentro del que llegaba, sin tardanza ni dilaciones. ¿Qué por qué no compartieron? Porque la “punta de flecha” de esta parábola va dirigida a un solo blanco: decirnos que el Reino está cerca y que hay que estar preparado para acogerlo; que el Señor está llegando para realizar con nosotros una alianza nupcial, y que su llegada es algo tan grave y determinante, que hay que poner en marcha todos los recursos de que disponemos para que no se nos escape y estar alerta, expectantes y preparados para recibirle. Fuera el desorden de dispersiones o despistes: vigilar aquí equivale a ordenar, a tomar decisiones, a captar la urgencia del momento y sacudirse todo lastre con “los ojos fijos en Jesús”.
El aceite de nuestra lámpara es aquello que en nuestra vida es único, intransferible y no comunicable y ordenarse supone elegir la determinación de comprometerse con ello, de ofrecernos y entregarnos enteramente a ello. Aunque eso suponga llenar una bolsa de basura con cosas inútiles.