LA RESURRECCIÓN HA CAMBIADO EL ESCENARIO DEL MUNDO

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 “¡Creo, pero aumenta mi fe!”

Al compás de la liturgia de esta Semana Santa -en aislamiento- y celebrada en comunidad doméstica- hemos ido pasando de una experiencia a otra. Durante estos “Tres Días” últimos hemos pasado del Cenáculo a Getsemaní, de los tribunales al Calvario, del Calvario a la Tumba, con una tremenda confesión: “descendió a los infiernos”. Hoy es el día de Resurrección . Y nuestra confesión de fe proclama: ¡No está aquí! ¡Ha resucitado! ¡Creo en la Resurrección! Hoy es 12 de abril de 2020, domingo de Pascua. No nos extrañe que tantas personas no se sienta iluminadas por nuestra Fiesta. Quien ayer lloró, no puede hoy tan fácilmente sonreír. Pasemos de la retórica a la fe, de lo ritual a la experiencia vital. No nos cerremos a las preguntas de nuestra razón: ¿es posible sentirse resucitados en este tiempo de amenazas de muerte y de contagio? ¿Cómo cantar un Aleluya en esta situación? ¿Existirá esa solución final que llamamos “resurrección de los muertos”? ¿O será sólo una secuencia litúrgica, ritual? Nos topamos con la puerta misteriosa que da acceso a otra Vida y a otro paradigma de vida aquí en la tierra. ¡Ha cambiado el escenario del mundo!

¿Estamos de verdad en otro escenario? ¡Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino!

Así lo expresan nuestros políticos en sus ruedas de prensa con la buena intención de alertarnos, de aconsejarnos, de alentarnos: ¡Estamos ya en otro escenario!. No basta enviar felicitaciones por doquier para decirnos: ¡No tengáis miedo, todo ha pasado! Porque llegar a la fe en la resurrección no es cuestión de un “esfuerzo intelectual o voluntarista”, ni tampoco un mero rito. ¡Solo lo comprenderán aquellas personas a las que les haya sido revelado el Misterio!

Lo comprendió, el primero, el buen ladrón -crucificado al lado de Jesús-: “¡Acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino! ¡Hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Las mujeres y los discípulos masculinos no creyeron inmediatamente en la resurrección, sino en un robo del cuerpo-cadáver de Jesús.

Incluso Pedro cuando vio la tumba vacía, no creyó.

El cuarto evangelio nos dice que en esa misma circunstancia el Discípulo Amado, “vio y creyó”.

Cuando Jesús se les apareció a los Apóstoles en Galilea, nos dice el evangelista Mateo, que “algunos dudaron”.

Tampoco Tomás creyó a la primera: “Si no lo veo, no lo creo.

Todo esto nos revela que el “Creo en la Resurrección” no es una veleidad. Es un proceso de fe. Pero uno no llega al final por un esfuerzo intelectual titánico.

Sólo lo comprenden aquellas personas que han recibido el regalo de una revelación: “Se les apareció”. No dice: “lo buscaron por todas partes hasta encontrarlo”.

Sin esta experiencia de “aparición” todavía estaríamos en el Sábado Santo.

¿No es verdad que incluso el mismo Antiguo Testamento no partió de esa fe en la Resurrección… sino que llegó a ella después de muchas tribulaciones y casi al final de su proceso? Los Salmos expresan muy bien lo que puede ser nuestro camino hacia la fe.

Por eso, preguntémonos: ¿Qué significa para nosotros creer en la Resurrección? ¿Tiene ello alguna influencia en nuestra forma de entender y vivir la vida cristiana? ¿Qué porvenir podemos esperar?

La Iglesia lo ha entendido tan bien, que nos ofrece un camino hacia la fe en la Resurrección que dura cincuenta días. Tenemos cincuenta días por delante para esperar la Gran Revelación.

¡La Resurrección lo transforma todo!

En el misterio Pascual descubrimos, no que Dios y su Hijo Jesucristo están presentes en todo el mundo por el Espíritu, sino que el mundo está presente en la Trinidad. Y nosotros hemos entrado en escena. Somos actores y actrices de este drama divino-humano.

No es que Jesús resucitado “aparezca”. Lo que sucede es que descubrimos que estamos en Él y que seremos como Él.

No es que Dios venga al mundo; es que nuestro mundo está siendo atraído cada vez más hacia Dios y su Presencia nos envuelve por todas partes. Y Dios ama tanto al mundo que es su terapeuta, su cuidador, su divino Jardinero… contando con nuestra complicidad.

El agua viva que mana del Templo celestial y nos está inundando, porque hemos sido trasladados al Reino de la Luz, de la Vida. El bautismo lo expresa ritualmente. La comunión eucarística lo representa. Los sacramentos de la Iglesia que surgen del costado abierto de Jesús crucificado son los cauces de esa permanente y misteriosa inundación

Nuestra finitud y limitación, nuestro pecado, están ya en proceso de transformación. Así se expresó simbólicamente en nuestro bautismo: ¡nacimos de nuevo!. El Espíritu -ahora en misión – continúa ese proceso hasta llevarlo a culminación.

¡Tienes que nacer de nuevo!

Nicodemo visitó una noche a Jesús. Y Jesús le dijo: “tienes que nacer de nuevo”. Entonces a Nicodemo le resultó difícil entenderlo y creerlo. Pasado un tiempo, experimento que aquel Jesús al que tanto admiraba había sido condenado a muerte y murió en la cruz. Nicodemo sintió esa muerte en sí mismo. Y por eso, se levantó y -ya a pleno día- se dirigió a Pilato y le Pilato que le entregara el cuerpo de Jesús para sepultarlo. Ahí comenzó su “nacer de nuevo”.

Tendemos a explicar la vida a partir de nuestro “primer nacimiento” como criaturas -¡los cumpleaños!- o como cristianos -¡en el bautismo!-.

Y nos olvidamos de explicarla a partir del “segundo nacimiento” que culminará, cuando después de la muerte, todos seamos resucitados “en el Resucitado”.

Que no hemos sido nacido para morir, ni hemos sido bautizados para acabar en un funeral,, sino para renacer después de la muerte.

¡Qué bien lo entendió el gran teólogo y mártir Dietrich Bonhoeffer!:

“el Dios de la creación, el Dios del comienzo absoluto, es el Dios de la Resurrección” .

Ha sido nefasta para la teología la separación entre creación y escatología.  Ese paradigma nos ha partido la experiencia de la vida. Hay que proponer otro paradigma: ¡lo primero no es la Creación (como Agustín y Tomás de Aquino), ni siquiera la Encarnación (como Ireneo), sino, sobre todo, la Resurrección. Jesús es el primogénito de la Creación, el primogénito de entre los muertos.

“¿Dónde está muerte tu victoria?” (1 Cor 15,55)

La perspectiva de “la resurrección lo cambia todo”.

El Espíritu que nos hace nacer de nuevo, no nos saca de este mundo, no nos lleva de “aquí” a “allá, sino que inicia aquí la transformación final: “transformados por la renovación de vuestra mente” (Rom 12,12).

Celebramos el día de nuestro nacimiento. Las instituciones y grupos celebran sus “otros nacimientos” como bodas de plata, de oro, de diamante… ; cincuentenarios, centenarios, milenios… Pero ¿celebramos también el “nacer de nuevo” que se realiza día a día y que llega a su culminación cuando el número de los elegidos se va completando? La humanidad no se deshace en la medida en que los habitantes del planeta van muriendo y completando su vida terrestre, es trasladada y recibe una nueva y misterio forma:  ¡la resurrección lo transforma todo!

P.D. No te preocupes si te resulta difícil o imposible creer en la Resurrección, en el Cielo, en el Paraíso, en la Vida eterna. No te preocupes sin ante esa posibilidad sientes estremecimiento, miedo… si tus conceptos y sentimientos se topan contra un terrible muro. Entrégate al Dios-Amor y Él proveerá. Vive con intensidad -siguiendo la Liturgia- los próximos 50 días. Y ya vendrá el Espíritu que te lo enseñará todo y te llevará a la Verdad completa.