LUZ

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La luz se acercó a la oscuridad. La luz que era Palabra en el comienzo eterno se puso al lado de alguien que gemía, que por sí mismo no podía alcanzar a ver. Un ser invisible por su irrelevancia, opaco para los otros, desde su nacimiento. Toda una vida dependiendo de lo que los demás le quisieran regalar si eran capaces de verlo.

No sabemos si su pecado o el de sus padres (decían los justos, aquellos que eran ciegos aunque veían). Lo cierto es que la Luz no pensó en el pecado sino en la salvación. He hizo barro, como en aquellos días primeros de edén deshabitado, de alfarero. Saliva y tierra que contenían en sí todos los ritos mágicos pasados, actuales y futuros para transfórmalos en átomos visibles.

Y el que no veía se transformó por dentro y también por fuera, tanto que algunos de sus vecinos no lo reconocían. “¿Quién te ha abierto los ojos?”, pero la pregunta se quedaba corta: le habían abierto la vida. Su respuesta también enigmática: “Ese hombre que llaman Jesús”, como si no lo conociese, como si no hubiese estado, desde siempre, con él como un Adán pleno de luz.

Los fariseos obstinados con la brizna en el ojo ajeno: curar en sábado, en el día santo del descanso, no podía ser de Dios. No sabían (no saben) que para Dios no hay sábados ni domingos, mientras exista luz que regalar. Ellos tinieblas que quieren apagar la Luz, que quieren hacer oscuridad del Dios que es vista para todos, raudal de esperanza, comida con pecadores porque son los que pueden hacer fiesta de la nada.

“Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?”. La prepotencia de los que se creen mejores, como aquel otro erguido del Templo que comenzaba su oración con la frase fratricida: “Gracias Señor porque no soy como los demás…”. Guardianes de la moral y del bien hacer que se imponen negando la posibilidad De Dios en lo que consideran profano. Cancerberos de salvación que condenan sin saber que ellos mismos se están condenando en esta negación de la libertad y de la misericordia de Dios. Tantas veces, en tantos lugares, en tanta ceguera… Y la respuesta de Jesús que nos tambalea en los tuétanos juiciosos de los que estamos construidos y de los que tenemos que liberarnos: “Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos”

Y la última palabra Jesús: “Si estuvierais ciegos no tendríais pecado, pero como decís que veis vuestro pecado persiste”. El pecado no es pecado cuando nos capacita para poder ver la gran Luz que llama a nuestra puerta. Y el pecado es pecado cuando cerramos los ojos a la posibilidad que todo el mundo tiene de que Jesús haga barro y nos regale la vista… A todos, sin excepción.

Feliz camino hacia la Pascua.