RESTRICCIONES POR EL VIRUS, OPORTUNIDAD CUARESMAL

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Desde distintas instancias eclesiales se están ofreciendo orientaciones para evitar le expansión del coronavirus que, desgraciadamente, está afectando a muchas personas en todo el mundo. Fundamentalmente estas cuatro: 1) retirar el agua bendita de las pilas de entrada en las Iglesias; 2) ofrecer en la eucaristía “otro gesto” de paz distinto al habitual; por ejemplo en vez de darse la mano, una mirada o una sonrisa; 3) que las personas que distribuyen la comunión se laven las manos antes y después de este momento; 4) que en las muestras de devoción y afecto hacia las imágenes, tan propias de este tiempo de cuaresma, se evite el contacto físico, y la devoción se exprese, por ejemplo, con una inclinación o reverencia.

Yo añadiría una observación más: que allí donde se tenga la costumbre de comulgar bajo las dos especies, se haga por “intinción”, o sea, mojando el pan consagrado con el vino. De esta forma se evita que los fieles beban del cáliz en el que otros han bebido previamente.

Estas restricciones en las celebraciones eclesiales no deberían molestar a nadie. Incluso podrían ser una ocasión (impuesta por las circunstancias, pero conscientemente asumida) para ir más allá de las expresiones sensibles, a las que tan apegados estamos los humanos, como los besos a las imágenes, o los besos y abrazos de paz, y dar paso en esta cuaresma a una mayor interioridad en nuestras vivencias religiosas. Profundizar en el misterio, mas allá de los signos sensibles.

El virus es una desgracia que debemos combatir, pero las restricciones eclesiales pueden ser ocasión de revisar si nuestra relación con Dios, a veces, depende demasiado de las expresiones sensibles, de gustos artísticos o de costumbres (legítimas, sin duda) propias de un grupo o de un lugar. Una persona amiga, lectora de este blog, me hace al respecto una buena reflexión: uno de los efectos colaterales del virus podría ser un tiempo de gracia en forma de “desierto” o “desnudez” de lo sensible.