Muchas rupturas comenzaron siendo enfrentamientos o tensiones que no supieron o pudieron resolverse. Al no resolverse, se formaron “Iglesias” separadas, cada una considerándose la “verdadera” y acusando a las otras de desviadas de la verdad. Los periodos post-conciliares han sido momentos propicios para las rupturas, pues todo Concilio introduce modos de comprensión que molestan a los que se aferran a comprensiones literales y arcaicas. Tras el Vaticano I, algunos Obispos consideraron que la proclamación de la infalibilidad pontificia era contraria a la tradición católica. Tras el Vaticano II, un Obispo consideró que los pronunciamientos ecuménicos y litúrgicos del Concilio eran una clara descalificación de la tradición. Aquí, en España, las críticas al Cardenal Tarancón eran moneda frecuente entre muchos católicos.
Lo que está pasando ahora con Francisco es casi una repetición de lo que pasó con Juan XXIII cuando convocó el Concilio. Con una diferencia: entonces no había “redes sociales”, y las descalificaciones no se propagaban con la facilidad con que ahora lo hacen. Pero las críticas a Juan XXIII fueron de grueso calibre, también por parte de aquellos que más obediencia debían manifestarle, hasta el punto de que el famoso cardenal Ottaviani, en cuyo escudo episcopal se podía leer “semper ídem”, encabezó la oposición eclesial a muchas de las reformas del Vaticano II.
Son posibles respuestas diferentes sin romper la comunión. Uno suele juzgar a partir de los datos que tiene y de las experiencias vividas. Los lugares de misión y las necesidades diversas de los fieles y comunidades cristianas, provocan respuestas divergentes, pero la divergencia no está en el Evangelio, sino en la situación a la que el Evangelio debe responder. Hay diferencias que manifiestan la riqueza del Evangelio y su capacidad de adaptación a distintas situaciones.
La comunión se rompe no por los desacuerdos, sino cuando del desacuerdo se pasa al insulto y a la descalificación personal, cuando en vez de buscar elementos de bondad en la postura del otro, se considera que, hasta lo bueno que pueda decir o hacer, esconde las peores intenciones. No estaremos más unidos cuanto más uniformes seamos, sino cuanto más nos respetemos.