AL SERVICIO DE LA PALABRA Y DE LOS CONSAGRADOS

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El legado de Bruno Secondin

(Fernando Millán Romeral, O.Carm.). Hace unos días llegaba la noticia del fallecimiento de Bruno Secondin, carmelita italiano, profesor de espiritualidad en la Gregoriana y en diversos ateneos romanos, conferencista reputado y escritor prolijo que ha dejado un amplio número de obras sobre muy diversos temas. A pesar de que llevaba varios años enfermo y sometiéndose a tratamientos intensos de quimioterapia, su muerte no ha dejado de sorprendernos, ya que, prácticamente hasta el último momento, siguió trabajando en diversos proyectos y organizando el programa de la célebre Lectio divina que dirigía desde hace más de veinte años en nuestra iglesia de Santa María in Traspontina, en la Via della Conciliazione, muy cerca del Vaticano.

El padre Bruno ha dejado una obra amplia y sugerente, centrada en varios temas, de los que me gustaría destacar solamente algunos. En primer lugar, subrayaría su contribución al estudio de la espiritualidad carmelita, ya desde su tesis doctoral (recientemente reeditada) sobre Santa María Magdalena de Pazzi, la mística florentina del siglo XVI, pasando por algunos comentarios a la vida y la obra del beato Tito Brandsma (muerto en Dachau en 1942) con motivo de su beatificación en 1985, y, sobre todo, su comentario de la Regla carmelita que abría paso a una serie de interpretaciones centradas en el aspecto comunitario de la misma. Aunque no todos los estudiosos aceptaron dicha interpretación, no cabe duda de que ésta suscitó una serie de estudios y debates muy interesantes que enriquecieron el conocimiento de la Regla de San Alberto, la Regla Carmelita de principios del siglo XIII de la que han bebido a lo largo de los siglos, no solamente los carmelitas y nuestros hermanos descalzos, sino tantos grupos, congregaciones, espiritualidades y tantos santos… Los que por aquel entonces éramos jóvenes estudiantes, recordamos el entusiasmo que provocó aquella interpretación y cómo se explicaba con aquel famoso arco (que imitaba los restos del primer monasterio del Wadi es-Siah en el Monte Carmelo) en el que cada piedra era un capítulo de la Regla y la piedra que sujetaba toda la estructura estaba formada por los capítulos 14 y 15. Esta interpretación (que, repito, ha sido también bastante cuestionada) parecía sintonizar mejor con las eclesiologías que nacían del Vaticano II y parecía propugnar una espiritualidad menos intimista, más fraterna, más comunitaria.

En segundo lugar, Secondin trabajó muchísimo en la divulgación de la Lectio divina, como método de acercamiento a la Palabra que debe trasformar poco a poco nuestras vidas. Las sesiones de la Lectio de la Traspontina se han venido celebrando con total regularidad desde hace más de veinte años. A esta Lectio –que es muy conocida en Roma y muy frecuentada– Bruno invitó a figuras como el entonces Cardenal Ratzinger, al Cardenal Martini, o al Cardenal Ravasi, a biblistas y teólogos eminentes (B. Forte, R. Fisichella, C. Mesters, B. Costacurta, J.T. de Mendonça, etc.), a teólogos protestantes (Paolo Ricca), a estudiosos judíos (como el Rabino Bruno Di Porto de Milán), a figuras carismáticas (Enzo Bianchi), y a un largo etcétera de creyentes de muy diversa condición y procedencia que han querido compartir el amor por la Palabra. A pesar de la debilidad provocada por las terapias, Bruno llevaba meses preparando el programa de la Lectio del año próximo y –como hacía cada año– me mandó los primeros borradores de las sesiones del próximo curso.

De esta experiencia de la Lectio divina, nació también la colección Rotem en la que algunos autores han profundizado en diversos temas relacionados con la escucha orante de la Palabra de Dios. De este modo, la colección complementa la dinámica de la Lectio y ofrece un estudio detenido (aunque siempre manteniendo el tono más sapiencial que académico) de algunos temas.

Cuando fui elegido Prior General de la Orden en septiembre de 2007, Bruno andaba enfrascado en los trabajos preparativos de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tuvo como tema La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia y que se celebraría en el Vaticano al año siguiente (del 5 al 26 de octubre de 2008). Ya antes (septiembre de 2005), el papa Benedicto XVI, dirigiéndose a los participantes en un Congreso internacional con motivo del 40º aniversario de la Constitución Dei Verbum, había señalado la importancia de la Lectio divina:

“En este marco, quisiera recordar y recomendar sobre todo la antigua tradición de la Lectio divina: la lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón (cf. Dei Verbum 25). Estoy convencido de que, si esta práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual. Por eso, es preciso impulsar ulteriormente, como elemento fundamental de la pastoral bíblica, la Lectio divina, también mediante la utilización de métodos nuevos, adecuados a nuestro tiempo y ponderados atentamente. Jamás se debe olvidar que la palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero” (cf. Sal 119, 105).

Cuando, posteriormente, salió la Exhortación postsinodal Verbum Domini del papa Benedicto XVI, Secondin mostró su satisfacción por el hecho de que el Papa dedicara a la Lectio los números 86-87 de la misma y que, además, en diversas ocasiones, mencionara y subrayara la importancia de la Lectio como método de profundizar en la Palabra de Dios y de llevar ésta a los fieles. De este modo –decía Bruno– se produce un cierto “círculo hermenéutico” ya que los fieles dejan de ser receptores pasivos de la Palabra (explicada por los expertos, los docentes, los pastores) y se convierten a su vez en generadores de una reflexión viva sobre la Palabra de Dios. Creo que en esta idea Bruno estaba influenciado por el gran biblista brasileño y hermano de hábito, Carlos Mesters.

Cuando en 2015 el padre Bruno fue invitado a dar el retiro al Papa y a la Curia romana, nuestro carmelita siguió en cierto modo la dinámica de la Lectio, centrada en este caso en la figura del profeta Elías. Aparte de su dominio elegante de la lengua italiana, y de su profundidad teológica, parece que el tema fue del interés del papa Francisco, como éste le hizo saber personalmente en varias ocasiones. Al acabar los ejercicios el Papa dijo públicamente:

“En nombre de todos y también en el mío, quiero agradecer al Padre por su trabajo entre nosotros para nuestros ejercicios. ¡No es fácil dar ejercicios a los sacerdotes! Somos un poco complicados todos, pero usted ha conseguido sembrar. Que el Señor haga crecer lo que usted ha sembrado. Deseo que todos podamos salir de aquí con un trozo del manto de Elías en las manos y, sobre todo en el corazón. ¡Gracias, Padre!”.

Por último –y esto es lo más significativo para esta revista– Bruno Secondin trabajó muchísimo en todo lo relacionado con la vida consagrada. Colaboró en muchas ocasiones tanto con la Unión de Superiores Generales (USG), como con la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) y con la Congregación Vaticana para la vida religiosa (CIVCSVA) de la que era consultor. Como me ha recordado cariñosamente el Cardenal Aquilino Bocos (cuyo “nombramiento” Bruno celebró con enorme alegría, doy fe de ello), se trató de una colaboración generosa, entusiasta, inspiradora y provocativa.

A lo largo de su vida ha dado centenares de conferencias, retiros, talleres, charlas… a religiosos de todo el mundo. Ha escrito frecuentemente sobre este tema y colaboró regularmente con esta revista. Uno de sus focos de interés fue la renovación posconciliar de la vida religiosa, su apertura a la cultura moderna, la búsqueda de nuevas formas de vivir los diferentes carismas con esa “fidelidad creativa” que fue una de las ideas más frecuentes en sus escritos. Le hacía sufrir (y no lo disimulaba) el que la vida religiosa cayese en la rutina, en la modorra, en “lo de siempre” y que no desprendiese más ese “perfume de Betania” que dio título a uno de sus libros más populares.

Como me ha señalado José Cristo Rey García Paredes, con quien Bruno colaboró en numerosos proyectos relacionados con la vida religiosa, nuestro teólogo andaba preocupado con el tema de la “generatividad” de la vida consagrada. No deja de resultar curioso y quizás profético. En estos tiempos de estadísticas apocalípticas, de cierto derrotismo, de cierta superficialidad espiritual y cultural, y (por qué no decirlo) de algún desánimo, la vida religiosa debe seguir generando vida, futuro, esperanza, fraternidad. Sin perder de vista nuestra precariedad, con sano realismo, con los pies en la tierra… no podemos desanimarnos, ni cerrarnos en nuestras problemáticas internas, ni instalarnos en el tono de la lamentación, porque eso nos haría estériles y, más aún, sería un verdadero contrasentido en relación a nuestra consagración.

Quizás, como señalaba Bruno en muchas ocasiones, ahí está la profecía de la vida religiosa, su servicio y su significatividad en la sociedad y en la Iglesia del siglo XXI. En uno de sus últimos artículos (quizás el último, publicado en esta misma revista), el teólogo carmelita hablaba de que “una Iglesia que quiere ser generativa debe ser inquieta y exploradora”. Una Iglesia así, se convierte en

“una presencia simbólica, crítica, mística y transformadora dentro de esta sociedad”. Más aún, Secondin nos invitaba a todos a una renovación confiada, a una subversión de los valores, a una vivencia cristiana que no se limitase a la repetición de fórmulas o ritos y, con palabras fuertes, señalaba que:

“Es necesario educar a las comunidades para que salgan de la mirada moral y de mantenimiento meticuloso, arriesguen caminos místicos, se encuentren con Aquel que vive y asuman el desafío de estar vivas, creativas e inventivas. La Pascua es la revolución permanente contra todo conformismo porque nuestro Redentor nos ha hecho hijos durante la Pascua, nos ha hecho herederos del pacto, nos ha regenerado en un nuevo estilo de relaciones, de valores, de una esperanza que no queda en un segundo plano, sino que inquieta y pide vivir en modo «anticipación» en solidaridad, en justicia, en intuición profética”.

En alguna ocasión, charlando, yo le pedía más paciencia ante ciertas actitudes y resistencias, y le recordaba lo de la ley de la encarnación y cómo, en asumir la pobreza de las mediaciones, el creyente da la talla de su fe. Pero la verdad es que han sido y son siempre muy necesarios estos personajes en cierto modo proféticos que nos espolean, nos cuestionan, y nos impiden dormirnos demasiado.

Una vez, en una presentación de un libro suyo, hice mención a una supuesta frase de Voltaire (al menos a él se la atribuye Fernando Savater en su obra El jardín de las dudas) en la que el pensador francés venía a decir que los hombres de letras se dividen en dos grupos: las abejas (trabajadoras silenciosas, escondidas, que liban el néctar de la contemplación…) y las avispas (polémicas, controvertidas, atentas a la última discusión). Me acuerdo que incluso recité el famoso poema de Trilussa (C’è un’ape che si posa su un bottone di rosa…). Aunque en la literatura espiritual carmelitana del Medioevo en diversas ocasiones se compara a los primeros ermitaños del Carmelo con abejas escondidas en sus celdas, yo le dije a Bruno que él tenía también un poco de avispa. Se echó a reír y me dijo que las avispas también son necesarias… Pues es verdad.

 

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Pero, aparte de estos tres temas en los que he sintetizado su labor, si tuviera que destacar ya a un nivel más personal, lo que más me ha impactado de Bruno, del hermano, del religioso… ha sido la serenidad, la elegancia y la fuerza con la que ha vivido su enfermedad durante los últimos años. Solo le vi desanimado en una ocasión, con motivo del fallecimiento de su hermano mayor, el también carmelita Enrico Secondin. No le importó dirigir la Lectio o dar conferencias tras perder totalmente el pelo por la quimioterapia. Comentaba con una naturalidad pasmosa cómo lo suyo era incurable y me insistía (esto sí le preocupaba) en que la Provincia italiana buscase a alguien para continuar con la Lectio cuando él faltase. Siempre me mandaba sus libros, pero creo que esta actitud ante la enfermedad ha sido su mejor lección y su mejor libro.

En el mismo artículo al que aludíamos más arriba publicado en Vida Religiosa, Bruno Secondin hablaba de la Pascua (tal vez animándose a sí mismo inconscientemente) como fundamento de la esperanza cristiana y de la consagración religiosa:

“La Pascua como un evento siempre abierto y efectivo, como fuente de esperanza y poder de cambio, no puede permanecer entre las verdades de paso en los ritos de iniciación. La Pascua siempre debe ser un evento activo de generatividad”.

Ojalá que los religiosos del siglo XXI, con coraje, con serenidad, con humildad, con un espíritu valiente de discernimiento, con creatividad y con generosidad, sepamos redescubrir ese fundamento último de nuestra vida: ser hombres y mujeres pascuales, que viven en el gozo de la Resurrección y que se convierten en sembradores, testigos y artesanos de Vida.