NÚMERO DE VR, JULIO-SEPTIEMBRE 2019

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«Haz que pase»

La vida consagrada es, por definición, una existencia marcada a fuego por amor. La nuestra, es una forma de seguir a Jesús entre otras, con sus acentos y esencias. Es un estilo de vida comprometido con valores que superan la propia antropología. Nadie puede pronunciar un «para siempre» o «totalmente» contando solo con sus fuerzas. Tampoco puede inaugurar una vida familiar con extraños a quienes llegue a sentir como hermanos. En todo hay una fuerte presencia de Quien llama, invita, sostiene, exige y cuida: Dios Espíritu que, con su soplo de libertad, va procurando que la humanidad «se deje hacer» sin, por supuesto, anularse. Es la vida consagrada una vida, objetivamente, feliz.

La llamada y la conciencia íntima de donación y misión pasa, en un segundo momento, a una organización necesaria. Se institucionaliza la vida juntos. Le damos forma a nuestra opción como comunidad que busca gratuitamente salvar. Creamos espacios para crecer, compartir y soñar porque bien sabemos que lo nuestro no es filantropía sino un compromiso vocacional de misión. Y aquí justamente, es donde la experiencia prístina de amor, comienza a tener límites. Aparecen los «peros». Se va evidenciando que no es fácil escuchar ni integrar los clamores de las antropologías cansadas, ni el diálogo natural con las etapas de la vida, ni las relaciones horizontales y gratuitas, ni las respuestas sinceras. Dar vitalidad a estructuras extenuadas es la fatigosa tarea del hoy de la vida consagrada.

Aunque es cada persona quien ha de labrar su vida desde una mirada transcendente, porque el seguimiento de Jesús es un camino de personalización, no es menos cierto que el foco de trabajo –como en una avería de fontanería– hay que ponerlo en los denominados lugares de comunión. La rutina de sostener en el tiempo lo que no proporciona vida, lejos de ayudar, termina por aclimatar a sus habitantes a un destructivo ritmo de acedia sin salida. Habrá quien piense que no nacerán soluciones si no se corrigen actitudes poco constructivas, individualistas y hasta caprichosas… Sin embargo, la visión valiente y creativa no es tanto juzgarlas, sino analizar y obrar por qué no estamos proporcionando espacios posibles para la auténtica revitalización de la vida consagrada, que es la revitalización de las personas. La clave no es encorsetar la riqueza personal para atenuar un mitificado individualismo, sino analizar el sistema que crea –y sostiene– personas incapaces para la fecundidad y la comunión.

Algo no hemos hecho bien cuando hay personas en la vida consagrada que identifican felicidad con tener un cargo; cuando los servicios dejan de ser gratuitos y caen bajo la tiranía de la inercia; cuando no hay tanta vida de oración aunque se siga hablando de ella; cuando la búsqueda de prestigio puede conducir a actuaciones mediocres y medrosas, cuando reducimos la riqueza de la convivencia a forzada corrección o cuando creemos que la integración afectiva se logra por ósmosis. Algo no estamos haciendo bien cuando no se hace evidente que lo que llena la existencia es buscar solo el bien y el ansia de regalarlo.

No nos engañemos, la vida consagrada no es una jaula y quienes en ella habitan no son fieras. No necesita, por tanto, domadores o domadoras que distribuyan premios por saltos bien hechos, o castigos ante reacciones que no respondan al guion. Quiero pensar que en la vida consagrada hay personas que han descubierto en el seguimiento de Jesús su felicidad. Algunas actitudes agresivas, engoladas, irreales, individualistas, hurañas, celosas o híper-críticas se deben a que antes de la conciencia de ser llamados hubo poco amor real y tampoco identificaron la llamada de Dios como una experiencia transformadora de amor, ni por supuesto han sabido ver en las instituciones instancias de crecimiento humano sino sistemas de control. No somos pocos los que pensamos que «otra comunidad es posible». Aquella que no tenga miedo al carisma y a los carismas, que olvide la obligatoriedad y recuerde la Gracia; que exprese gratuidad y no se refugie en historias cansadas; que descubra y ayude a descubrir la libertad de la misión donde está y no donde «la hemos convertido en trabajo». Como gusta decir a nuestro tiempo: «haz que pase». Corre la voz y la vida: cree y crea.