Un Dios Prohibido (LA PELÍCULA)

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Muy pronto se estrenará en los cines «Un Dios prohibido», la película sobre los mártires claretianos de Barbastro. Una película especial que sólo pretende mostrar hasta dónde puede llegar una persona cuando se deja amar por Dios y el legado firme de los mártires que se traduce en reconciliación, encuentro y paz. En nuestro número de mayo, el aseor religioso de «Contracorriente Producciones» nos descubre cómo fue dejándose cautivar por una historia que terminó siendo un argumento que no ha dejado indiferente a nadie: dirección, actores, equipo de producción han experimentado un cambio difícil de explicar. En sus vidas, hay un antes y un después de «Un Dios prohibido».

El descubrimiento de esta historia para contarla en una película

En octubre de 2011, Mons. Alfonso Milián, obispo de Barbastro nos invita a Pablo Moreno, director de cine, y a mí a dar unas charlas a los sacerdotes, sobre Nueva Evangelización y Nuevos Medios de Comunicación. Allí hablamos mucho de cine y los ilustramos con muchos de nuestros trabajos.

D. Alfonso nos dijo que deberíamos ver el museo de los mártires claretianos. Y nos llevó a Barbastro. Este museo está preciosamente montado y te sobrecoge.

Al salir Pablo Moreno ya tenía en la cabeza una idea de una posible película. Se lo contamos a D. Alfonso Milián. En el mes de noviembre nos entrevistamos con el P. Fernando Sebastián, y, al poco tiempo, con el provincial de los Claretianos, P. Manuel Tamargo, cmf. Llegó el primer borrador del proyecto que se presentó al Gobierno General de la congregación. Aprobado el proyecto se eligió un guionista y comenzó la preproducción.

El guionista, Juanjo Díaz Polo, tuvo siempre presente el libro clave de esta historia: Esta es nuestra sangre del P. Gabriel Campo Villegas, cmf. El guión fue leído por varios expertos de los Misioneros Claretianos, quienes hicieron algunas aportaciones y según se manifestaron todos ellos, reflejaba muy bien la historia que se quería contar.

La película trata de hechos reales que tuvieron lugar en julio y agosto de 1936 en Barbastro, España.

Preparativos y comienzos del rodaje de «Un Dios Prohibido»

El guión se concluyó con los retoques precisos en el mes de septiembre y en el mismo mes se llevó a cabo el casting de actores. El 26 de septiembre comenzó el rodaje que se prolongó durante todo el mes de octubre y los primeros días de noviembre.

Junto a todos los preparativos, que son inmensos para levantar el rodaje de una película y máxime si es de bajo coste, se decidió crear una atmósfera propicia con los actores que iban a encarnar a los jóvenes seminaristas y bajo la dirección del que esto escribe, rector del Seminario de Ciudad Rodrigo, asesor religioso de la película y miembro de Contracorriente Producciones,se tuvo una convivencia durante los tres días previos al rodaje, desde el domingo por la noche del día 23 de septiembre hasta el martes día 25. Es aquí donde la fuerza de los mismos mártires se va imponiendo: los actores han leído el guión, saben cuál es la historia y van tomando como suya la peripecia de cada uno: lo primero fue explicarles cómo vivían un grupo de jóvenes en un seminario, cuál era su horario, e intentar vivirlo de alguna manera, en el silencio, en el tiempo de estar en el seminario, en el tiempo de oración , de lectura, de juego, ponerse la sotana y aprender a jugar al fútbol con ella o al frontón, a estar todo el día con ella, enseñarles a hacer la genuflexión, saber qué era un adoración al Santísimo, rezar el rosario, etc…

Todo era un descubrimiento y una novedad para la mayoría. No olvidemos que entre los actores había alguno que no estaba bautizado, otros que sí lo estaban pero que no eran practicantes y otros que sí eran practicantes. Era como un reflejo real de la sociedad actual, un retrato perfecto de cómo se enfrenta hoy el tema religioso en nuestra sociedad. Esta experiencia de convivencia marcó para ellos todo el rodaje: primero le pusieron cara real a un cura que estaba en esta historia porque formaba parte de la productora, le pusieron cara a otros sacerdotes y a otras personas que viven su fe con normalidad. Les ayudó a despejar dudas y preguntas personales sobre la fe, sobre la religión, sobre la vida de los misioneros; a muchos le tocó tanto que me pidieron leer el Evangelio y hablar de asuntos más personales y acompañarles en su propia búsqueda de Dios. El recuerdo de esta convivencia y luego de todo el rodaje para muchos ha sido un antes y un después.

En el rodaje hay momentos de todo: momentos duros, de convivencia, de estancia prolongada en el salón, de contener emociones intensas, de ir avanzando en la planificación, de hacerse amigos, de tantas cosas…

El sentido de esta película

Lo primero que hemos querido hacer, y espero hayamos logrado, es hacer una película que no va contra nadie, sino que cuenta la historia de una entrega. Una y otra vez hemos repetido las palabras que los Misioneros Claretianos de una u otra forma han escrito en los libros y folletos publicados sobre los mártires: al hacer memoria de los miembros de la congregación con motivo de su muerte martirial les interesa resaltar por qué murieron, no quien los mató; les interesa comprender por quién dieron la vida: Cristo y la Iglesia, la congregación y su ideal de entregarse a la misión. Nada más y nada menos. Este ha sido el propósito de esta película: plasmar la entrega de este grupo de 51 mártires, además de la muerte del obispo de Barbastro, D. Florentino y del “Pelé”, mártir de raza gitana.

Citemos unas palabras del P. Pedro García, cmf, en su libro Mártires Claretianos: “Nosotros, al recordar ahora la gesta de nuestros mártires, no preguntamos quién los mató, sino por qué y cómo murieron ellos. Su última palabra fue de perdón para sus verdugos y de amor apasionado a Jesucristo. Por eso, para ser dignos de semejantes hermanos, los que antes vivíamos alejados unimos ahora fuertemente nuestros brazos en una España reconciliada y nueva”.

Más que oportunas me parecieron y me siguen pareciendo las palabras que el P. Fernando Sebastián dice en prólogo al libro Esta es nuestra sangre:

“Hubo unos años en los que espontáneamente, los mártires claretianos, y de manera especial los jóvenes mártires de Barbastro, fueron verdaderos maestros de espiritualidad para nosotros. La austeridad, el trabajo, la rígida disciplina, la radical disponibilidad, el entusiasmo misionero, nos venían espontáneamente como consecuencia de la familiaridad con la memoria de los mártires…luego vinieron unos largos años de silencio. Silencio, discernimiento y purificación. La Iglesia española ha necesitado tiempo para asimilar el perdón que ellos ofrecieron a sus verdugos. Hemos necesitado tiempo para distinguir cosas y cosas, para separar la causa religiosa de las causas sociales y políticas, para distinguir con claridad los tres o cuatro conflictos, de naturaleza diferente, que se trenzaron en una sola tormenta arrasadora… Pero este silencio no era desamor ni olvido… La sociedad española no puede vivir huyendo de sí misma, ignorando su propia historia, caricaturizando su propio pasado. Porque cuando no hay memoria reinan los sueños y los fantasmas…

Ellos murieron por ser discípulos de Cristo, por no querer renegar de su fe, y de sus votos religiosos, coronando así su profesión bautismal y su vocación celeste… Es difícil imaginar una muerte más vivida de antemano, mejor aceptada y más interesante ofrecida en unión con Cristo sacrificado por la salvación del mundo. Siempre el martirio es cristiforme. Éste lo es de una manera sorprendente y conmovedora. Su vida fraternal en el salón de los Escolapios, sus oraciones sus cantos, sus expresiones de esperanza y de perdón, nos hacen revivir las Actas de los primeros mártires, la semilla y las más hondas raíces de nuestro cristianismo”.

La formación en los seminarios de España en el primer tercio del siglo XX

La mística del martirio estaba asumida de forma natural en la formación, en las oraciones que se frecuentaban, en los manuales espirituales, en los devocionarios. Hace un par de días me contaban algunos sacerdotes de mi diócesis, que hoy tienen 80 años, que cuando estaban en el seminario cantaban algunos himnos que hablaban de martirio y de entrega heroica. Estos sacerdotes entraron en el seminario en la década de los 40 recién terminada la guerra.

Cuando estaba preparando las oraciones que se recitaban en el seminario de los Claretianos me di cuenta que muchas de esas oraciones y de esos libros oracionales estaban en la biblioteca de mi seminario y que algunas de esas oraciones siendo yo seminarista menor aún se rezaban en los actos de la mañana.

En esos libros que usaban a diario en la formación se hablaba de salir al mundo para salvar almas para Cristo y para Dios. Sin este plus vital, común y, yo diría uniforme,de todos los seminarios de religiosos y diocesanos de España o del mundo católico en general, no se entienden muchas de las actitudes y de heroicidades que vivieron tantos religiosos y sacerdotes que encontraron la muerte de forma violenta antes o durante la Guerra Civil Española. Sin este “humus espiritual” las cifras escalofriantes de esta época no serían las mismas: 13 obispos, 8.000 sacerdotes y religiosos, 80.000 seglares entre hombres y mujeres. Citando de nuevo al P. Fernando Sebastián, la Iglesia del treinta y seis era una iglesia espiritualmente vigorosa, aunque algunas de su ideas nos resulten lejanas .

Cuando se repasan los testimonios que nos dejaron estos jóvenes seminaristas, se descubre esa entereza y esa fortaleza espiritual, unos días antes de morir el grupo de 40 que aún no habían sido martirizados firmaron todos esta declaración: Agosto, 12 de 1936. En Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya mártires; pronto esperamos serlo nosotros también, pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la orientación cristiana del mundo obrero, por el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. ¡La ofrenda última a la Congregación, de sus hijos mártires¡

Era imposible que estas historias, estas palabras y otras que los actores leían y escuchaban para preparar su personaje no influyeran en ellos y de manera impresionante. Alguno de estos actores ha llegado a decir que hay un antes y un después en su vida al haber realizado esta película.

Los mártires, testigos del Dios Vivo y Verdadero

Una película es como un altavoz maravilloso de unas vidas entregadas a Dios y a Cristo. Una historia en la gran pantalla permitirá a miles, acaso a millones, de personas conocer y entrar más adentro en la historia de sus vidas y en la razón de su entrega.

Es una de las pocas películas que se ha realizado en España desde esta perspectiva, desde este punto de vista. Que como verán no es maniqueo, pero no disfraza la verdad de su entrega a Dios.

Cuando uno vea esta película se preguntará por la fuente de donde brota esta fuerza misteriosa, servirá para conocer una historia real, que es homenaje a tantas historias de miles de cristianos que dieron, dan y darán su vida por la fe.

Cuando una fe así es rubricada con una muerte así, nos debe brotar de los labios la confesión del centurión en el Evangelio de Marcos: “verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15, 39).