María, icono luminoso de la belleza de Dios
Decir tu nombre, María,es decir tú que la pobreza compra los ojos de Dios.
Decir tu nombre, María, es decir que nuestra carne viste el silencio del Verbo.
Decir tu nombre, María, es decir que el reino viene caminando con la historia.
Decir tu nombre, María, es decir que todo nombre puede estar lleno de gracia.
Decir tu nombre, María, es decir que toda muerte puede ser también su Pascua.
Decir tu nombre, María, es decirte Toda Suya, causa de nuestra alegría.
(Pedro Casaldáliga)
Introducción
Para el que está en Cristo lo antiguo ha pasado; hay una nueva creación1. Así de sencillo y atrayente presenta Pablo el mensaje cristiano. Se trata de experimentar en propia carne que en Él vivimos, nos movemos y existimos2.
Nos disponemos a entrar en este retiro de mayo dedicado a María, Madre de Dios y nuestra, y lo hacemos de la mano de este texto paulino porque cuando nos acercamos a María nos adentramos en el misterio profundo y apasionante del descubrimiento existencial de que nuestra vida es Cristo, como lo fue para María de forma privilegiada, pues ella no solamente vivía “en” Cristo sino que además Cristo vivió físicamente en ella. Ella es la puerta de la nueva creación.
La maternidad no es sólo traer fisiológicamente una nueva criatura; implica una serie de connotaciones que establecen un sistema donde lo fisiológico y hormonal, lo psicológico y emocional, lo relacional y espiritual se armonizan como en una danza que no solamente hace surgir un nuevo ser, sino que la madre queda “recreada” en algo nuevo.
Todas las madres lo experimentan. Provengo de una familia numerosa de seis hermanos y cuatro hermanas. En la envergadura de poco más de diez años nacimos los ocho primeros. Frecuentemente me pregunto cómo esta cadena de nacimientos sucesivos iría forjando el nuevo ser de mis padres, especialmente de mi madre. Es fascinante pensar que como en un antes y un después ellos trajeron nuevas vidas mientras ellos mismos iban adquiriendo una nueva identidad.
En el caso de Miriam de Nazaret pasó algo parecido, pero con resonancias extraordinarias que, conectaban con una experiencia divina sin precedentes. En su tierna juventud se ve sorprendida por una llamada de parte de Dios que le pedía un sí sin condiciones a un plan desconcertante. Y ella dijo que sí. Naturalmente, como nos lo enseña nuestra fe, Dios ya le había concedido la gracia suprema para este fin al concebirla Inmaculada.
San Pablo nos dice en la carta a los Efesios que todos somos “obras de arte creadas por Dios en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Él mismo había proyectado que hiciéramos antes de que todo fuera hecho”3. En María esta obra de arte está totalmente acabada, no por sus méritos sino por la pura gracia – “Llena eres de gracia”– que le llevó a decir un sí sin condiciones al plan de Dios sobre ella y sobre toda la humanidad aunque no veía el camino ni podía entender la mente de Dios. Pero su sí conectó de manera determinante, ya para siempre, el cielo con la tierra.
Señor, si no me atrevo a decirte sí sin condiciones,
si entro en la vía de la mediocridad, entonces este mundo seguirá siendo lo mismo.
Pero si te digo sí sin cálculos ni límites, entonces yo te ayudaré a nacer en el corazón de todos.
Y este mundo será cada día mejor. Así pues, aquí me tienes para ser tu partero y así te ayudaré a venir y nacer dentro de cada uno. ¡Tú que eres bondad, belleza y amor!
Rumor de Ángeles
“Alégrate, María, el Señor está contigo”. Es un saludo que supera la mentalidad occidental según la cual nos saludamos para desearnos bien o para decirnos simplemente, “eh, aquí estoy.” El saludo del ángel a María lleva el sello de una mentalidad oriental, más transcendente y mistagógica. En mis años en la India aprendí que saludar a una persona no es solamente mover las manos en la distancia con un “hola”, sino acercarte a la persona y, con reverencia, reconocer que es portadora de una presencia espiritual mayor que ella misma.
El oriental generalmente se inclina con reverencia con las manos juntas a la altura del pecho o de la frente, y dice “Namasté”, que significa “Me inclino ante la presencia del Dios que te habita”. En eso consiste el anuncio del Ángel Gabriel, “Te saludo porque Yahvé está contigo y Él es tu fortaleza”. Y como consecuencia de esta presencia surge la alegría incontenible.
¿Cómo me habla esto a mí? Lo primero que aprendo es que somos presencia divina en el barro de nuestro ser. Llevamos la marca registrada, la huella dactilar del Dios que nos creó a su imagen y semejanza. Lo segundo es que la alegría no es un aprendizaje ascético ni un mandato moral (“¡tienes que estar y ser alegre!”), sino consecuencia lógica de una confianza absoluta de que si el Señor está conmigo todo está bien y todo estará bien, aunque a veces no pueda entenderlo.
Aquí en la tierra, Señor, podemos encontrar ráfagas de la irradiación de tu gloria. Aquí en la tierra encontramos las huellas vivas de tu toque y de tus huellas dactilares. Aquí en la tierra ya podemos encontrar el cielo. Porque tú eres Amor y donde hay amor allí estás tú. Y Tú eres el cielo en la inmensidad del océano de tu amor. Desde la oscuridad de mi vida Tú me invitas a caminar hacia la irradiación de tu luz infinita, hacia el cielo.
Bendita entre las mujeres
La fama puede ser una forma de idolatría. Que se lo digan sino a los que se mueven en el mundo de la farándula. Los artistas corren el peligro de vivir tanto hacia afuera que muchas veces pierden el contacto con su ser real, y así se venden al aplauso más barato, a costa de experimentar el hastío existencial de la soledad más absoluta.
Marilyn Monroe, no podía soportar su hastío existencial de no haber tenido ya desde niña una relación de amor incondicional. Acabó su vida en la tragedia del suicidio. La encontraron muerta, tumbada sobre la cama, con el teléfono descolgado, intentando llamar a ese “alguien” por quien suspiraba y a quien todavía no conocía.
Recientemente en una entrevista realizada a Paris Hilton, la entrevistadora le preguntó que qué iba a hacer cuando ya no fuese famosa. Muy cortésmente y con una sonrisa de terciopelo respondió que, bueno, que tenía a su madre, a sus hermanos, a su familia… Pero la verdad es que esa pregunta la incomodó y le hizo sentir la tragedia de esa posibilidad. Tras la entrevista Paris Hilton dio orden inminente de que nunca jamás fuera entrevistada por esa periodista.
María de Nazaret por el contrario no es famosa, sino “bendecida” entre todas las mujeres. Y no por ella misma sino porque el Dios Grande y Bueno ha hecho obras grandes en ella. La bendición no es algo que ganamos sino regalo del que habla bien de nosotros, en este caso Dios. Bendecir es lo mismo que “decir bien” de alguien. Cuando el Ángel dijo bien de María (“Bendita eres tú entre todas las mujeres”) Dios mismo se veía en ella como fuente de toda Bondad y toda Belleza.
¿Me siento bendecido por Dios? ¿De verdad creo en el Dios que me libera de mis miedos, de mis modos distorsionados de pensar acerca de mí mismo y de los demás? ¿Creo en el Dios que a través de su bien-decir acerca de mí me va liberando de mis apegos?
¿Quién subirá al monte del Señor?
Quien tiene las manos limpias y el corazón sincero.
Ese subirá a la montaña del Señor.
Señor, tú me invitas a ascender a alturas mayores, incluso cuando me veo hundido en el abismo. Me invitas a ascender porque me amas y cuentas conmigo, y me dices constantemente ‘duc in altum’. Sí, Señor, nos has hecho para las estrellas, somos ‘polvo estelar’ y quieres que te encontremos incluso en la rutina.
Bendito el fruto de tu vientre
Dice el salmo 139: “Señor, tú me sondeas y me conoces… tu me tejías en el vientre de mi madre… por la maravilla de lo que soy te alabo y te bendigo”.
Pongamos ahora estas palabras en boca de Miriam de Nazaret pensando no solamente en sí misma, sino en el fruto de sus entrañas, Jesús (“Dios salva”) de quien se le había revelado que nacería por la fuerza del Espíritu. Contra toda evidencia humana María creía: ella que estaba prometida, a los 17 años más o menos de edad, ante la sospecha de su prometido, temerosa de que se le aplicase la ley mosaica del apedreamiento por adúltera, dando luz a su hijo en un establo a las afueras de Belén, con la visita de unos pastores iletrados, y por tanto “malditos” por la ley, que son los primeros en reconocerlo… Demasiadas contradicciones para ser una verdad “divina”.
Y sin embargo ese fruto de su vientre es “bendito”. Una vez más la bendición, decir bien. Él es en verdad una bendición para toda la humanidad desde sus orígenes hasta el fin del mundo. Por eso los ángeles que hablan a los pastores en la primera Navidad les dicen que no teman, que les ha nacido Alguien que será la alegría no solamente para ellos sino para todo el pueblo, para toda la humanidad.
¿Cómo vivo ya la presencia de Dios en mi vida? ¿Me doy cuenta de que lo mismo que María es “Theo-tokós”, Madre de Dios yo soy ahora por la fe “Chisto-foros”, portador de Cristo? Lo mismo que ella nos dio a Cristo desde el momento de su concepción en su vientre, yo estoy llamado a ser imagen viviente de la presencia salvadora de Jesús por mi bautismo y mi consagración religiosa. ¿Cómo lo experimento?
Tú, Señor, que conocías la profundidad del corazón humano, no encontraste mejor semejanza para hablar de la belleza oculta, que la presencia de los niños. En su mirada transparente se refleja la pureza y la libertad del deseo espontáneo de amar y de ser amado, de conocer y de ser conocido. Y por eso nos retaste con una condición absoluta: ‘Si no cambiáis y os hacéis como niños…’ Señor, despierta en mí al niño que llevo dentro, y dile, ‘talita kumi’. Y entonces me despertaré del letargo y mi vida será alegría y gozo.
Mi alma alaba al Señor
A María le encontró el Dios sorprendente que destruye todo esquema prefijado. Ella había escuchado la historia de la salvación del Pueblo elegido; de cómo pasó de la esclavitud a la libertad. Sabía las historias sorprendentes de Gedeón a quien Yahvé lo llevó al campo de batalla con sólo trescientos hombres cuando él se había preparado decenas de miles; sabía la historia de Judit que cortó la cabeza de Holofernes, símbolo del mal; y recordaría de vez en cuando la intervención de Ester intercediendo ante el rey en favor de su Pueblo. Y así entendió que la mano del Señor es más fuerte que la debilidad humana.
Ahora Miriam de Nazaret es el centro de atención de este Dios que solicita su ayuda; ella, una jovencita que no acababa de entender (“¿Cómo puede ser si yo no conozco varón?”). Pero se deja llevar por la nube del no saber que la tiene atrapada. Tras el anuncio del ángel ella va a las montañas de Judá para ayudar a su prima Isabel; y en ese encuentro Juan salta de gozo en el vientre de Isabel que le dice, “Dichosa tú que te has fiado de Dios”4.
Por eso mismo María ahora canta llena de gozo y proclama que el Señor es grande, porque Él se ha fijado en su pequeñez. Toda experiencia religiosa o espiritual lleva precisamente a la autoconsciencia de pequeñez frente a la grandeza de un Dios que no oprime sino que inspira y guía desde una nueva sabiduría que eleva y motiva.
¿Y cómo ando yo de gratitud y de gratuidad? ¿Se nota en mi semblante que de verdad creo en el Dios Bueno y Compasivo en el que digo creer?
Despierta con tu dulce toque las notas dormidas de mi cítara, Señor. Hazme vibrar al ritmo de la vida y que sea el amor mi obra preferida. Ténsame para que mis cuerdas -mi ser entero- te ofrezcan la mejor de mis melodías. Y que yo pueda decir ‘para ti es mi música, Señor’. Vacía de mi caja de resonancia todo lo que llamo ‘mío’ y así cantaré para Ti, y me uniré a la sinfonía cósmica, y toda mi vida, aún en medio del dolor, será alegría y gozo.
Me alegro en el Dios que me salva
Somos personas hechas por amor y en lo más profundo de nuestro ser hay un centro luminoso al que por más que lo queramos, nunca podremos llegar a su fondo. En ese centro profundo Dios ya ha llegado antes de que nosotros hayamos deseado entrar. Así podemos entender el verso del salmo 139: “Antes que mi palabra llegue a mi boca, Tú Señor te la sabes toda”. “Dios es más íntimo a mí mismo que lo que yo soy para mí” (San Agustín).
Ese centro es al que llamamos espíritu; el espíritu desde el que María siente la alegría del Dios que la salva, el Dios que tiene ahora un plan hermoso de salvación para toda la humanidad. Pero no podrá realizarlo sin su sí. Desde el espíritu tocado por la gracia María fue transformada en icono visible de la Belleza de Dios. Y por eso surge la alegría.
La alegría de María de Nazaret no fue meramente cosmética, a la medida de una piedad artificial. Es por el contrario la alegría densa que nace de la convicción de que nada ni nadie nos separarán del Amor de Dios. María experimentó esta alegría que, mezclada con la Belleza de Dios hecha carne en sus entrañas, produjo la perla evangélica del Magníficat que ella cantó5.
¿Siento alegría de creer? ¿Soy capaz de transmitir esperanza y armonía?
Me he bañado, Señor, en el río de tu amor. Me he atrevido a sumergirme en las aguas de tu misterio y me he convertido en una ‘nueva creación’. Has destruido mis resistencias a tu acción y, sellado por tu Espíritu, me has hecho tu hijo querido. Y sé que todos mis miedos ya no tienen sentido; son solamente una sombra que se derrite bajo el Océano de tu amor. He vuelto mis ojos hacia el Este y, ya para siempre, avanzaré hacia el lugar por donde siempre amaneces… Un viaje sin retorno.
Se ha fijado en la humildad de su sierva
Humildad, humus, humanidad… Todas estas palabras tienen en común su origen griego bajo el significado “suelo” o “tierra”. Saberse parte del origen material del que nacimos aunque insuflados por el aliento creador de un Dios que nos hizo a su imagen y semejanza, es el comienzo de la alabanza a Aquel que nos hace cada día más grandes por la fuerza de su soplo amoroso dentro de nosotros.
Cuando era niño me gustaba jugar con mis amigos y amigas al juego de “las tumbas”. Consistía en arañar un hoyo de unos 15 centímetros de diámetro y otros tantos de profundidad. La base del hoy era cóncava; luego recogíamos pétalos de flores de todo tipo de colores y los colocábamos dentro del hoyo tratando de armonizarlos; todo ello lo cubríamos con un vidrio transparente, y tapábamos todo con tierra. Todavía recuerdo con emoción lo bello que era ir removiendo poco a poco la tierra sobre el vidrio y ver aparecer la hermosura del jardín que había ahí dentro.
Algo así es la humildad, reconocer que somos polvo enamorado, caminar en la verdad, descubrir el jardín de belleza que nos habita. María, al ver la grandeza del Dios que la creó Inmaculada, experimenta no el orgullo del triunfador sino la humildad agradecida del que ha sido ganado por el Amor. Si la humildad es caminar en la verdad, María es la número uno, pues llevó en su vientre al que es la Verdad.
Aunque bien entendido que humildad no es sinónimo de autoestima baja. De hecho cuando nuestra autoestima es baja, nuestra humildad se resiente pues podemos tomar el atajo de la autodestrucción, o la compensación del que se empeña en demostrar lo que es por lo que hace.
Humildad es caminar en la verdad. ¿Puedo como María cantar hoy el Magníficat de mi vida? ¿Podría enumerar hoy las razones por las que quiero seguir viviendo en el seguimiento incondicional de Jesús?
Quiero ser, mi Dios, el perfecto danzarín de tu música. Ábreme el oído a tu sinfonía y prepara todo mi ser para actuar en la Danza Divina de la Vida. Y los espectadores se alegrarán y te aplaudirán. Y cuando mi actuación haya terminado, me retiraré en silencio mientras el público (tuyo y mío) continuará aplaudiendo para Ti, Maestro y Director de mi danza.
Me felicitarán todas las generaciones. Él ha hecho cosas grandes en mí
Miriam de Nazaret sabe que el momento cumbre de la historia acaba de llegar, sabe que su sí incondicional a la voluntad del Padre acaba de abrir el quicio de un antes y un después. Por eso dice que todas las generaciones la llamarán dichosa. ¿Se esconde un algo de orgullo en su expresión? La respuesta categórica es “no”. María no se centra en su yo egoísta y posesivo. Su mirada sale de dentro afuera y todo atributo es para el “Dios que ha hecho cosas grandes en mí”.
San Buenaventura escribió que “Dios podría haber creado un mundo más grande y más perfecto, pero no podía realizar nada más digno que María”. En el fondo María nos revela que todo es gracia y que del barro Dios hace esas obras de arte maravillosas que somos las personas; y entre todas ellas hay una, María, que brilla en el cielo del Universo como prototipo de los anhelos más profundos, hechos realidad. Por sí misma María no es nada, como el resto de las criaturas, pero por Dios es la más perfecta de todas ellas. Ella es, pues, criatura de Dios, propiedad de Dios, semejanza de Dios, imagen de Dios, hija de Dios de la manera más posible para un ser humano6.
Cuando miro mi rostro en un espejo me veo tal y como otros me ven externamente. ¿Pero qué veo yo de mí mismo que los otros no pueden ver? ¿Veo con gratitud mi propia existencia? ¿Podría hacer una cadena clara y consistente de los hitos más significativos de la gracia en mí? ¿De verdad estoy dejando que Dios haga cosas grandes en mí?
Señor, tu gracia se derrama como lluvia torrencial
siempre y sobre todos.
Tu gracia da vida y nos despierta a la esperanza
sacándonos de la rutina, del miedo, de la somnolencia y el hastío.
Tu gracia vale más que la vida. ¡Te alabarán mis labios!
Su nombre es Santo. Su misericordia va de generación en generación
El nombre de Yahvé era santo para el pueblo de Israel. Y Miriam de Nazaret lo sabe y lo medita en su corazón. Y no solamente lo medita sino que se lo enseña a su hijo Jesús mientras José trabaja en la carpintería. Nombre de un Dios misericordioso y lleno de bondad, lento a la cólera y que olvida el pecado de sus hijos de generación en generación.
Esa enseñanza de María hacia su hijo caló tan profundamente en su espíritu de niño que en la oración del Padre Nuestro aparece en forma de petición: “Santificado sea tu nombre”. El nombre de Dios es santo y su santidad se expresa en todo lo creado, hechura de sus manos. María es la obra privilegiada. Así lo expresó Pablo VI en cierta ocasión: “María es un espejo que refleja la perfección misma de Dios. Contemplando a María podemos ver en ella el ejemplo de Dios más sublime, el más completo, el más espléndido ofrecido por una criatura”7.
La verdadera santificación del nombre de Dios es conocerlo, amarlo, y hacer en todo lo que a Él le agrada. Jesús sabía que su Madre lo practicaba no solamente de palabra, como en el Magníficat, sino con el testimonio de su vida: “Felices más bien los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica”8.
Llamar a alguien por su nombre implica no sólo hacer constancia de una presencia externa, sino a toda la persona. El nombre señala la identidad íntima de lo que somos. ¿Cómo invoco a Dios? ¿Qué imagen tengo de Él en lo más profundo de mi ser? ¿Es el Dios que es sólo Amor, o el Dios del miedo? Si es el Dios misericordioso entonces debo parecerme a Él.
¡Si los que todavía no te conocen llegaran a saber un día que Tú eres el único Dios… Si llegaran a entender que Tú te has hecho uno con nosotros… Si ellos llegaran a intuir que eres amor y vida… Si ellos llegaran a conocer que cada vida humana vale cuanto ama…!
Él hace proezas con su brazo. Dispersa a los soberbios de corazón…
De pronto el canto de María de Nazaret se vuelve lenguaje social que busca la liberación del oprimido reconociendo su dignidad humana que no es concesión del poderoso y del rico, sino regalo del Creador. María se hace eco así de todo el Antiguo Testamento donde Yahvé salva desde la pobreza, desde el resto pobre y fiel de los “anawin”.
No podía ser de otra forma: ella pobre, llena de la gracia, no podía dejar de ser fiel a sus orígenes sociales. Nazaret fue su cuna, ese Nazaret sencillo, pequeña aldea prácticamente desconocida donde muchas familias vivían en cuevas excavadas en las laderas de los montes. Ella sabía de moler el grano en el molino compartido por otras mujeres, de encender el candil al atardecer, de barrer el suelo pedregoso con hojas de palmera. María saldría muchas veces al patio, al amanecer, para preparar la masa con la levadura para luego cocerla durante el día; María sabía de zurcir la ropa y de cocinar. Miriam de Nazaret sabía lo que era la mujer de su tiempo: solamente tenida en cuenta por la fecundidad y el trabajo que debía realizar en el hogar, especialmente cuidando a los niños. Ser mujer podía llegar a ser una compraventa de mercado.
María fue testigo de la opresión en que vivía la inmensa mayoría, especialmente los más pobres. Pero precisamente ellos, y entre ellos María, aprendieron a confiar en Dios que los protegía. María se sentiría orgullosa de ser judía, parte del pueblo elegido a quien se le dio la Torá. Esta experiencia interiorizada desde el corazón hizo madurar en María la intuición profunda de que Dios ama a sus hijos e hijas sin excepción y que, para probarlo, lo hacía desde los más débiles, los últimos.
Toda experiencia de Dios debe llevarnos de la contemplación a la acción, al servicio. La oración nos aproxima a la experiencia de nuestro desvalimiento para poner en el Dios de Jesucristo nuestro consuelo y nuestra fuerza. Por eso en el Magníficat no podía faltar esta vertiente liberadora que nos recuerda que no hay experiencia mística sin relación misericordiosa hacia los más desvalidos.
¿Y cómo ando yo de misericordia y compasión? ¿Puedo decir en toda verdad que nuestras vidas personales y comunitarias hablan del Dios Liberador de María? ¿Qué aspectos de mí mismo deben ponerse en orden para que mi vida sea reflejo vivo del Dios compasivo?
Llévame al desierto y háblame al corazón. Dime la verdad de mí mismo. Dime quién eres Tú, Dios de todos los nombres y sin nombre.
Y en diálogo de amor dime cuáles son mis errores y mis pecados y mis compulsiones; sedúceme de una vez y para siempre. Que mi vida aspire la fragancia de tu amor.
Acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres…
No es la culpa la que nos salva, tampoco el deber moral ni el cumplimiento de las reglas. Nos salva la misericordia y la compasión. Nada más liberador que la experiencia de saberse amado y aceptado simplemente por ser quien eres, a pesar de lo que hayas hecho. Es la experiencia que nos dicta en el corazón que realmente valemos, que la vida tiene sentido, que hay un futuro cargado de esperanza.
Cuando sentimos la misericordia sobre nosotros, no solamente nos liberamos del peso del pasado y nos abrimos a un futuro de esperanza, sino que aprendemos a ser misericordiosos y dejamos de pasar lista de las culpas ajenas y propias.
María de Nazaret, Inmaculada desde su concepción, es el icono más brillante y luminoso de esta misericordia que se derramó en el Pueblo de Israel y en todos los pueblos y generaciones. Por eso cuando nos acercamos a María, Madre y Virgen Inmaculada, estamos en el umbral mismo del Misterio. San Maximiliano Kolbe (1894-1941) descubrió en la Inmaculada toda una veta de espiritualidad que le llevó a una intimidad cada día más profunda con el Misterio de la Trinidad. Él lo expresa así: “La Inmaculada es una persona tan sublime, tan cercana a la Santísima Trinidad, que uno de los Santos Padres no duda en llamarla ‘El complemento de la Santísima Trinidad’. Si admiramos la imagen, entonces honramos al artista que ha hecho tal obra maestra”.
He nacido para darme totalmente al servicio de la bondad y de la belleza. He sido llamado a reflejar en mí la gloria del Dios que es amor eterno. Pero si me enredo en la mediocridad, en la mentalidad calculadora y en la autocomplacencia, entonces no seré feliz ni ayudaré a abrir un canal de gracia por el que Dios vuelva al mundo que lo ignora. He nacido con un fin y quiero llevarlo a cabo aunque me cueste la vida. Y el fin de mi vida es la plenitud de la vida en el amor. Señor, soy un mero aprendiz pero con tu Espíritu, artista supremo de la Creación, alcanzaré el más alto grado en el arte de amar.
1 2 Co 5, 17; Rm 6, 4; 7, 6
2 Act 17, 28
3 Ef 2, 10
4 Lc 1, 45
5 Lc 1, 46-55
6 Jean Francoise Villepelée, La Inmaculada revela al Espíritu Santo, P. Lethielleux, Madrid 1974, p. 52
7 Pablo VI, Alocución del 15.8.1966
8 Lc 11, 27-28