DECISIONES PARA TIEMPOS DE INNOVACIÓN

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CUANDO ENTENDEMOS QUE TAMBIÉN ES EVANGÉLICO “CAER EN TIERRA”

(Mercedes Casas Sánchez. H. del Espíritu Santo, ex-presidenta de la CLAR). Una vez escuché que alguien decía: “Soy un optimista incorregible”. Un optimismo evangélico es sano y necesario. Crecemos desde lo positivo, desde lo que nos da vida y da vida a los demás. Los signos de vida que están presentes en la vida consagrada, son por eso, de innovación: solo desde la vida se renueva todo. El mismo Señor de la vida nos dice: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apc 21,5). Nos detenemos mucho en lo que ya no funciona, en lo muerto y nos lamentamos. Tendríamos que creerle más a la vida que se impone con fuerza a veces imperceptible, como semilla que se rompe y va abriéndose camino desde el fondo de la tierra. De semillas que caen en tierra y mueren, sabemos mucho… sobre todo en estos tiempos; pero el peligro es el de olvidarnos de todo lo que tiene de Evangelio este proceso: dice Jesús que después “que cae en tierra y muere da mucho fruto”. Toca renovar nuestro acto de fe en que este momento tan nublado que vivimos, tiene una fuerza que trasciende números, dificultades, debilidades. Percibo algunos signos especiales:

  • La centralidad de la mirada en el Misterio Trinitario que nos habita y en el que “vivimos, nos movemos y existimos”. La vuelta a la Palabra, el regustar la oración personal y comunitaria.
  • El esfuerzo por resignificar los consejos evangélicos, releyéndolos con asombro evangélico, a la luz de la Persona de Jesús y de María, desde las enseñanzas del papa Francisco, y atentas a las llamadas del Espíritu y de la historia. Una castidad que ensancha el corazón, que habla de trascendencia y pertenencia a Dios, que nos introduce en la mística del encuentro; una pobreza que elige la pequeñez y lo cotidiano como camino de solidaridad, que comparte la vida con el hermano; una obediencia que nos pone como guardianes del Espíritu, atentos a sus invitaciones y a la forma concreta de hacerlas historia juntos, dejándole a Él todo el protagonismo.
  • El esfuerzo por reformular nuestras expresiones carismáticas, con un lenguaje nuevo, que exprese más la vida que la norma, con una praxis que entienda la misión como pasión, que deje ver con mucha claridad la centralidad de Dios y de su Reino, que configura totalmente nuestra vida y una nueva espiritualidad.
  • Los caminos de resignificación, reestructuración, reconfiguración que vamos haciendo, por aligerar las estructuras, conscientes de quiénes y cuántos somos, con libertad y esperanza.
  • El compartir la vida y misión con los laicos que nos está dando tanta vida y ensancha la tienda de nuestras familias carismáticas.
  • El ponernos en actitud de “salida”, como nos lo pide el papa Francisco, y desde nuestros carismas, llegar a las marginalidades más deshabitadas, más necesitadas: los más pobres, los jóvenes, los niños, las mujeres, los migrantes, la cultura…
  • El reconocernos pecadores y frágiles, y por eso más atentos a la formación inicial y permanente.
  • El que somos más conscientes de que nuestra misión debe tener una incidencia social, transformadora de la sociedad. Una misión que contribuya a la humanización, a la paz, a que haya más alegría y ternura en nuestro mundo, en nuestras comunidades, en nuestras calles.
  • La espiritualidad ecológica que va entrando en nuestra mente, corazón y actitudes concretas, para cuidar nuestra casa común y hacerla más vivible sobre todo para los más desposeídos.
  • La consciencia de la profecía desde la pequeñez, la minoridad, el no-poder. Desposeídos de prestigio, de bienes, de vocaciones; empoderados de la compasión, de la ternura, del amor.
  • Las y los jóvenes que siguen tocando a nuestras puertas, porque se sienten atraídos por nuestra forma de vida. Cada vocación es un milagro que nos renueva. Ciertamente hay muchas formas de seguir a Jesús, pero no porque hoy los religiosos seamos menos populares, por eso podemos dudar de la belleza de nuestra hermosa vocación, aún cuando haya mucho que cambiar en sus formas. Estos signos de vida y muchos más, llenan de pasión, esperanza y alegría el corazón, con todo y la disminución y los años. Los agradecemos, como María, desde nuestra pequeñez, y nos comprometemos, con la gracia del Espíritu, a cultivarlos y darles espacio para que crezcan y sigan dando mucho fruto.