El icono que puede ayudarnos es María en la anunciación y visita a su prima Isabel. El Padre envía una propuesta a esa mujer sencilla, transparente y abierta a la escucha de la Torá. Ella reacciona con sentimientos de miedo, incertidumbre, duda y creo que un poco de inseguridad al no saber cómo se llevaría a cabo este misterio y cómo reaccionaría José. Pero su fe, más grande que un granito de mostaza, no se queda en las profecías de Isaías, ni en sus miedos, sino que asume con todas sus consecuencias la Palabra y pronuncia el Fiat, que da entrada a la encarnación del Verbo. Ahora Ella, habitada por el Espíritu, se siente fuerte y llena de gozo por ser la portadora del Salvador. Es la Palabra que despierta en Ella el sentimiento de acompañar y servir y la pone “en salida”. La fe se vive.
El encuentro con Isabel está lleno de fe en la Palabra, hay alegría y convicción de que se estaba obrando la salvación de la humanidad, según la promesa hecha a nuestros padres. En el seno de las dos mujeres se gesta la vida y son invitación a escuchar, asumir y proclamar el amor del Padre que nos entrega como prenda a su Hijo. La fe en la Palabra no es solo sentimiento, es respuesta agradecida y ejecutada, como lo hizo María. Si nos acompañan los sentimientos de alegría y paz, tanto mejor. Pero no sentir no es razón para no creer. La fe es mayor que el sentimiento. La fe está en la respuesta a la Palabra.