NÚMERO DE VR DICIEMBRE DE 2018

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La espera de quien nada espera

Blas siempre fue original. Algunas tardes, dando un paseo se planta, durante horas, en la terminal de autobuses. Se sienta en la sala de espera y fija la mirada en la infinidad de caminantes y viajeros. Rostros anónimos, envueltos en prisa y urgencia como si se les fuera la vida. Sobre algunos proyecta esperanza: «seguro que le esperan en casa, se dice». Ve madres al cuidado de hijos que, por su parte, matan las horas mirando a una pantalla en la que mueren marcianos, o malos, o buenos… que todos mueren en los video-juegos. Algunas veces Blas ve grupos de jóvenes, ellos y ellas, y con sus risas, frases que se pisan, empujones y gritos vuelve su imaginación hasta una juventud muy lejana… Tan lejana que entonces jamás pensó gastar tiempo en la espera. Blas se fija también en los transeúntes, aquellos y aquellas que siempre pululan por los lugares más poblados buscando una moneda o una mirada o calor frente a la soledad de la vida. Se pregunta Blas cómo han llegado hasta aquí, dónde se rompió la cadena de éxito con la que nacieron hasta llegar a ser muertos en vida, con miradas muertas, y expectativas secas. Se fija Blas en quien llega y le espera la persona que ama. Intuye la complicidad y, con ellos, sueña su futuro. Que es distinto y con posibilidad. «Estos se plantean un porvenir diferente», dice para sus adentros. Escuchar a Blas y sus relatos de «viajes» que nunca hace, siempre es iluminador. Desde su vida, a la espera, es capaz de poner voces a rostros anónimos y calibra y pide para ellos la capacidad de la espera. O mejor, pone en ellos, la luz de que alguien los espera.

Blas no cambia el mundo, ni sus ritmos. No cambia, desgraciadamente, el mal. Con sus diálogos internos que proyecta sobre personas anónimas, cual viñetas, éstas no dejan de ser quienes son. Continúan saliendo y entrando. A veces se ilusionan, muchas veces mienten. A veces esperan y aman, tienen gestos altruistas y otros mezquinos. Son personas en el juego de la vida y, claro está, no saben que Blas está pensando en ellos y está pensando bien. Hace poco que Blas ya no pasa ni las tardes ni las mañanas por la terminal de autobuses. Hace muy poco que se ha ido, en silencio. Hizo el viaje de su vida y no las tenía todas consigo, pero soñaba que alguien lo esperase. Que le preguntase por el viaje de la vida y tantos viajeros a los que había puesto un diálogo de esperanza. Su vida acá, se caracterizó por el silencio, las palabras ya las pondrá Dios en el cielo, solía decir. Miraba y grababa. Lo guardaba todo, bien ordenado y querido, en un corazón inmenso que latía mucho más de lo que alcanzaba a expresar.

Se acerca la Navidad. El tiempo del final de viaje. El instante inmenso del abrazo del reencuentro, o la sonrisa cómplice o la lágrima de impotencia. El instante soberano de tantos muertos injustos, de tanto ruido y dolor. El instante sobrecogedor del silencio más expresivo. El instante de nacer, de llegar, de vivir, creer y, de nuevo, como Blas esperar y poner texto donde solo hay silencio. Se acerca el tiempo en el que más que esperar te sientes esperado, querido, reconciliado y capaz, como Blas, de pensar, pensar mucho, pensar bien y pensar desde lo alto.

Estos días, este mes, que crezca la responsabilidad de quienes somos conscientes de haber nacido para amar. Quienes descubrimos en la esencialidad de la vocación el amor, sin medida y sin respuesta. Que tengamos tiempo, el infinito tiempo de la espera, para mirar amando y reconstruir tanto girón y desgarro en la fraternidad. Al mirar a los hermanos, esperándolos, proyectemos diálogos posibles y creíbles. Repartamos el abrazo del respeto, la acogida y el perdón. Descubramos que la Navidad, Dios con nosotros, significa repartir, como Blas, muchas palabras, en silencio, que seguro lleva el viento, allí donde alguien llega y nadie le espera.