Quizá sea por los derroteros que va tomando mi vida últimamente, pero descubro y saboreo con cierta frecuencia que el tema del acompañamiento sigue siendo una asignatura pendiente en el día a día de muchas personas que desean seguir a Jesús y vivir con seriedad su vida. Y esto, que es dificultad en cualquier vocación cristiana, se me convierte en desconcierto en quienes nos sentimos llamadas a vivir esta en la Vida Consagrada.
No sé si se trata de un problema de autosuficiencia, de pudor, de trabas para narrarnos en verdad ante otro y presentarnos vulnerables, de dificultad para encontrar a personas capaces de llevar adelante este servicio, de entender que me resulta suficiente con aquello que “Dios me inspira”… pero el dato es que bastante menos gente de la deseable está haciendo de su existencia un camino acompañado. Y no solo me asombra este dato, sino también que el número de personas acompañadas sea inversamente proporcional a quienes se sienten llamadas a “acompañar” a los demás… o, al menos, a decirles “lo que tienes que hacer”.
Igual alguno también me dirá lo que yo le digo a mi amiga: “lo que me sorprende es que te sorprenda”…