Solo con las huellas de Jesús resucitado impresas en nuestro corazón podemos comprender los signos de su presencia en la historia, sobre todo donde la vida es amordazada y donde el sentido de la muerte no está claro. Reconociendo la presencia de Cristo resucitado sobre los caminos del universo, nos hacemos testimonio creíble de su Resurrección. Para vivir esta realidad en plenitud, nos pide construir puentes que dan continuidad a la relación ininterrumpida de Dios con la humanidad; nos pide que demos valor a la existencia a menudo manipulada o apagada por el egoísmo individual o grupal; nos pide que acojamos al otro tal como es, en su unicidad e irrepetibilidad; nos pide, en fin, que vivamos la dimensión mística de la vida.
El Resucitado nos envía entre aquellos que no cuentan. Nos pide que vayamos al mundo de los excluidos, al mundo de los pobres de pan, de sentido o de amor, a menudo colocados en los márgenes de la historia donde se les ha oscurecido la dignidad. Nos invita a usar un lenguaje comprensible con quienes nos encontramos para poder discernir juntos los signos de la Resurrección de Jesucristo presentes en la vida de cada uno y en la historia. Nos invita a creer, contemplando al Resucitado, que es posible un mundo de justicia, paz y alegría.