“ABRE TUS ALAS, HERMANA”

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Hace unas semanas que una amiga de otra Congregación me envió una foto de la pintada que había aparecido en la pared de su colegio. En estos días me ha venido a la cabeza esa frase en el muro: “Abre tus alas, hermana”. No tengo muy clara cuál era la intención de quien lo escribió, pero desde que la leí me resultó un precioso guiño de ese Dios que se empeña en desplegar todas nuestras posibilidades, en sacar nuestro mejor yo, impulsarnos a volar más allá de lo que hubiéramos pensado e incluso de lo que nuestras propias alas dan de sí.

Durante esta semana, mientras todo el mundo celebraba y reivindicaba una igualdad real para mujeres y varones, pensaba en cómo la Vida Religiosa femenina nació con vocación de “dadora de alas”, como espacio en el que muchas inquietas y buscadoras de Dios se liberaban de los condicionantes sociales que las asfixiaban como si de un corsé apretado se tratara. Me resulta inevitable preguntarme si no se habrán cambiado las tornas y ahora los “corsés” estén más dentro que fuera de nuestras comunidades. Quizá no es mal momento de que, acordes con el grito de la sociedad, también recuperemos y renovemos esta vocación esencial de extender nuestras alas y las de los demás.

Junto a este pensamiento, me venía a la cabeza que en la Biblia se le desea a Rut lo siguiente: “que tengas cumplida recompensa de parte de YHWH, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rut 2,12). La protección y el cuidado, también el divino, se expresa como cobijarse bajo unas alas. Aquél que nos despliega las alas nos guarece bajo las suyas. Solo quienes abren sus alas podrán, a su vez, asemejarse al Señor y amparar a quienes quieran acercarse en busca de apoyo, cuidado y calor.

Ojalá escuchemos cada mañana ese “abre tus alas, hermana” y podamos susurrarlo al corazón de cuantos se nos acerquen.