En la Iglesia y en la vida consagrada se ha hablado mucho de cambio, de reorganización, a mí hoy me gustaría subrayar una transformación que veo necesaria y me parece urgente. Precisamente porque la vida no se para, y la vida la llevan adelante las personas, considero muy importante la comunidad local y un superior, una superiora, que sea verdadero líder de su comunidad.
Me dirán que no es ninguna novedad, sin embargo creo importante hacer referencia a un matiz que me parece subrayable y no siempre presente. El superior local debe liderar una comunidad para una misión apostólica, esta es su principal función. La misión del superior es su propia comunidad. Y como la comunidad local está formada por personas muy concretas y la misión se desarrolla desde y para las personas, el superior de una comunidad local debe ejercer su liderazgo a partir de un contacto directo, de un encuentro real y diario con cada uno de los miembros de su comunidad. Y de igual manera que es fundamental el liderazgo cooperativo ejercido por cada superior local con y en su comunidad, de igual modo es básico y urgente que cada superior local mantenga un encuentro directo con el superior general, sin cargos intermedios. El superior general debe gobernar con sus superiores locales. La creación de vínculos de proximidad es hoy importante y necesaria en la vida religiosa.
No olvidemos que en cada comunidad local está presente toda la congregación. Y la misión, discernida por la comunidad local, se lleva a cabo dando respuesta a las necesidades de cada lugar. Por tanto, el cuidado personal de cada una de las personas para el servicio apostólico, la capacidad de empoderar a la comunidad para la toma de decisiones y vivir en la comunidad el “todo” de la congregación considero que son desafíos para los superiores (local y general) y un reto para la vida religiosa hoy.