TOMAR DISTANCIA

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La verdad es que, aunque viajo bastante, pocas veces tengo que hacerlo en avión. El otro día fue una de esas ocasiones. Aunque era muy temprano y mi rutina favorita en estos casos es dormir, me estuve fijando en cómo íbamos cogiendo altura. A medida que subíamos, la bulliciosa ciudad de Madrid, que estaba amaneciendo a sus prisas, se quedaba pequeñita y daba la sensación de que su velocidad se iba menguando.

No sé muy bien cuál fue la relación de ideas, pero mientras ascendíamos me acordé de algo que me había contado una amiga. Ella me explicaba cómo una situación que había intentado evitar sin éxito le parecía una nimiedad desde que se había enterado de que una amiga suya tenía una grave enfermedad. Y es que sólo apreciamos las verdaderas dimensiones de cuanto nos sucede cuando nos alejamos de ellas y nos damos cuenta de que su tamaño no es tan grande, cuando, como sucede al despegar, trascendemos a nuestra percepción y miramos la realidad desde otra perspectiva.

Quizá confiar en Dios tiene que ver también con ser “aviones” que ascienden para descubrir que los problemas no son tan grandes, que las prisas son inútiles y que nuestras inquietudes son relativas porque “¿Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?” (Mt 6,27).