RENOVARSE O MORIR EN “DOWNTON ABBEY”

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De vez en cuando se toma uno un descanso. En algunos de esos momentos me gusta ver algún capítulo de una serie de televisión inglesa muy digna de verse.  Se trata de Downton Abbey. Y los capítulos que estoy viendo últimamente se podrían llamar Renovarse o morir en Downton Abbey. Les cuento.

La historia va de una familia aristocrática inglesa de principios del siglo XX. Es un mundo que está sometido a un cambio brutal y casi continuo. Se trata de cambios sociales, culturales y económicos profundos. La primera guerra mundial sirve de detonante y catalizador de muchos de esos cambios. Esos cambios afectan a la familia protagonista. Y afectan en concreto a la forma de llevar la propiedad rural en la que durante años se ha fundado la riqueza de la familia. Parece que ya el padre de la familia se tuvo que casar con una rica heredera para salvar la propiedad. Pasados los años, es el marido de su hija el que ha venido con su fortuna personal a ejercer un segundo salvamento de una propiedad que estaba condenada a la ruina.

Pero el yerno viene con nuevas ideas sobre cómo llevar la gestión de la propiedad. Y ahí empiezan los problemas. Porque el padre se niega al cambio. La propiedad, la relación con los arrendatarios, etc, debe hacerse “como siempre se ha hecho”. No es consciente de que ese “hacer como siempre se ha hecho” ha llevado ya por dos veces a la propiedad a la catástrofe.

Sólo el encuentro con otro aristócrata amigo, que le confiesa estar arruinado por no haberse sabido adaptar a tiempo a las nuevas condiciones de la sociedad y la economía, le hace tomar conciencia de que su resistencia al cambio le está llevando a la ruina y a la pérdida definitiva del patrimonio familiar.

Alguno se estará preguntando a qué viene esta historia y qué relación puede tener con la economía de la vida religiosa. Le voy a responder que mucha. Porque, seamos realistas, como grupo, religiosas y religiosos, somos bastante o muy reticentes al cambio. Voy a pensar que en parte es por esta edad mayor que estamos alcanzando en la vida religiosa. No deja de ser curioso que grupos que nacieron de la inventiva y creatividad de unas personas, los fundadores, que fueron capaces de romper moldes y abrir caminos nuevos a la iglesia, sean tan conservadores en muchas de nuestras formas.

El mundo ha cambiado y exige formas y comportamientos diferentes. Lo dicen la inmensa mayoría de nuestros documentos. Pero luego, a la hora de poner en marcha los cambios necesarios, lo pensamos tanto, somos tan prudentes, que para cuando se toman las decisiones, a veces ya ha pasado el tiempo y la situación y sus exigencias han cambiado. Y llegamos tarde.

Aplíquese lo dicho al campo de la gestión de la economía de los institutos religiosos. Lo malo es que los cambios, muchas veces urgentes, que no hacemos, terminan comprometiendo el futuro de esos mismos institutos. Lo dicho, ¿cómo no?, tiene mucho que ver con aquello del “patrimonio estable”. Es urgente dejar de tener miedo al cambio, preguntarnos qué queremos hacer y cómo queremos que sea nuestro futuro, asumir los riesgos y tomar las decisiones oportunas. Es cuestión de “renovarse o morir”. Como en Downton Abbey. No nos jugamos el dinero. Nos jugamos la misión.