CON DIOS, LA PALABRA LA TIENE EL CORAZÓN

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DOMINGO XXII DEL T. O. Somos muchos los que continuamos sin aprender que, en la relación con Dios, la palabra la tiene el corazón, y que sólo si el corazón está cerca de Dios, podrán los labios decir palabras que no sean pura hipocresía.
En nombre de nuestras tradiciones murmuramos de los discípulos de Jesús; en realidad, es de Jesús de quien nos quejamos, pues a nadie se le oculta que los discípulos hacen lo que el Maestro les ha enseñado a hacer o les permite hacer.
“Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Somos muchos los que, en nombre de nuestras tradiciones, de nuestras ideologías, de nuestros gustos, de nuestras certezas, dejamos a un lado el mandamiento de Dios, que es un modo de decir que dejamos a un lado al mismo Dios.
Se adivina en las palabras de Jesús la soledad de una terrible experiencia, que se hará extrema en la soledad de la cruz: Me dejáis a un lado, me desecháis, para aferraros a la tradición de los hombres.

Son muchos, demasiados, los hombres y mujeres dispuestos a pelear, tal vez a matar, por “tradiciones humanas”. Son muchos los que no sienten por la palabra de Dios el apego del corazón que ella merece. Somos muchos, demasiados, los que practicando por tradición normas supuestamente cristianas de conducta, tenemos el corazón lejos de Jesús, no nos apegamos a él, no lo reconocemos como nuestro Salvador y Señor, y lo abandonamos en su soledad. Somos demasiados los que nos peleamos por una palabra, por un gesto, y nos quedamos indiferentes ante el dolor de Cristo en los pobres, en los que sufren. Somos muchos, demasiados, los que poseídos por un demonio de soberbia, hemos renunciado a buscar con el que busca, a esperar al que se detiene, a animar al que decae en el camino,
¡Puede que, pese a nuestras muchas certezas, pese a nuestras tradiciones, todavía no hayamos empezado a creer!
Es hora de volver los ojos hacia nosotros mismos, para ver qué hay de Dios en nuestro corazón.
Feliz domingo.