De profetas

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Celebrando a Juan Bautista quiero echar una mirada hacia esos hombres y mujeres que siguen el camino de la profecía. Evidentemente es un don, como todos lo que nos regala Dios. Pero es uno de esos dones escasos, quizás porque no puede haber sobreabundancia de ellos y ellas.
Son rara avis en todos los tiempos, pero son imprescindibles para construir Evangelio. No son los encargados de institucionalizar, ni de continuar con lo que ya se hace o se cree, son los testigos de lo diverso, los que señalan posibles caminos, los que arriesgan mucho sabiendo que van a perder porque su lógica es ilógica, porque el fracaso ya viene dado antes de comenzar la tarea. Lo saben y lo asumen. No es una vida perdida sino el signo palpable de que la utilidad o los resultados no son lo único que existe y menos en el Reino.
Están en Dios y los llaman locos o tontos o payasos (todo también en femenino y para lo que sigue). Son molestos, no porque sean violentos o maleducados, sino porque viven lo que los demás solo intuimos y deformamos como caricatura triste: alegría, confianza, generosidad, altruismo, amor… Porque saben lo que es no preocuparse por lo superfluo y fiarse a ciegas del cariño de Dios. Entienden eso de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. Son contraculturales no por moda o por prurito de aparecer como progresistas sino porque es la única forma de vivir lo que lo creen.
Son pocos, pero son imprescindibles en su inutilidad. Mimémoslos