La boda estaba preparada, los invitados elegidos. Pero estos estaban ocupados en sus quehaceres de campos y de negocios y no aceptaron la invitación. Es más, actuaron con violencia con los que anunciaban la Buena Noticia de la fiesta.
Esta parábola que escenifica el Reino sigue teniendo vigencia en la actualidad.
El Reino no es un lugar, sino un nuevo espacio de relaciones basado en la gratuidad y la donación. Esto depende de la decisión personal de anteponerlo, de confiar en la añadidura que nos es regalada. Este salto en el vacío no es fácil. Preferimos las seguridades de lo que creamos con nuestro propio esfuerzo. No nos fiamos de lo que no depende de nuestros méritos, de nuestra cuenta de haberes y debes. Por eso mismo, muchos rechazan (rechazamos) la invitación a esa nueva zona insegura que aquí se dibuja como una boda.
Quizás lo que más impida nuestra adhesión al Reino sea la pérdida de la capacidad de sorpresa ante lo que Dios nos propone. Parece que ya tenemos todo sabido, que conocemos de antemano la voluntad que pedimos todos los días en el Padrenuestro. Por ello manda a los criados a que salgan a los caminos e inviten a aquellos que no esperan el convite de bodas. A los que no se creían dignos o a la altura de tal honor.
Quizás sea tiempo para nosotros de dejar las seguridades de los negocios, de lo que nos traemos entre manos sin contar con Dios ni los hermanos y salir a los caminos de la sorpresa, de lo inesperado, de lo regalado. Sólo desde aquí podremos recibir la invitación al banquete de la añadidura. Porque solo a los buscadores del Reino y de su justicia se les hace este don precioso.