ADHESIONES INQUEBRANTABLES

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Somos dueños de palabras y silencios. Supongo que lo somos también de nuestras adhesiones. Pero cuando expresamos ‘adhesiones inquebrantables’, nuestras palabras adquieren el sonido hueco de una moneda de madera y tienen la consistencia efímera del papel mojado.

Los cristianos guardamos en la memoria una impetuosa y simpática ‘adhesión inquebrantable’, no por auténtica menos hueca e inconsistente que las fingidas: “Aunque todos fallen por causa tuya, yo jamás fallaré”. El bueno de Pedro, llegada la hora de la verdad, falló como todos, y lloró más que todos, pues a todos había aventajado a la hora de adherirse y presumir.
Las lágrimas del apóstol enseñan que ciertas adhesiones, pueden no ser fingidas, pero resultan fácilmente falaces.
Basta un poco de amor a la verdad para saber que, aun en la adhesión más deseada, la de la propia voluntad a la voluntad de Dios, no somos otra cosa que pobres quebrantadores de lo que más sinceramente y más apasionadamente queremos y buscamos.
No se puede, sin renunciar a vida y libertad, firmar adhesiones ‘inquebrantables’ a ideas, a partidos, a proyectos. Ten por cierto que las quebrantará el miedo, la envidia, la codicia, la ambición, y debiera poder quebrantarlas siempre la racionalidad, la solidaridad, la generosidad, el amor a la verdad.
Las adhesiones verdaderas son todas ellas adhesiones buscadas, amadas, trabajadas, sufridas, y mil veces quebrantadas. Así se adhieren padres a hijos, el esposo a la esposa, el hermano al hermano, el amigo al amigo, mi corazón de creyente a Cristo el Señor, al pobre en el que Cristo vive, a la verdad que Cristo es.
Y las otras, las adhesiones fingidas, por muy inquebrantables que las profeses, no pasarán de ser adhesiones interesadas.