El año pasado publiqué un post titulado: “la resurrección, un producto mal vendido”. A mi entender, ese venderlo tan mal lo hacía todavía más creíble. Este año me parece importante insistir en que la resurrección de Cristo no es un milagro destinado a justificar la fe, sino un milagro objeto de fe. Quizás por eso no sea fácil “venderla”. Porque más que presentar pruebas, lo que hay que hacer es anunciarla como una gran esperanza. Quiénes acojan el anuncio comprenderán su sentido y su valor. Quienes no lo acojan seguirán “ciegos”, porque los ojos de la carne no pueden ver a Jesús resucitado. Solo pueden verlo “los ojos de la fe”.
La resurrección no es histórica en el mismo sentido en que lo es la muerte de Jesús, pero tiene repercusiones históricas. Algo extraordinario debió ocurrir para que se desencadenase la fe pascual. Y ese algo extraordinario es confesado como la resurrección de Jesús. Tomás de Aquino es bien consciente de las dificultades que se plantean para creer en la resurrección de Cristo. Eso hace que su fe sea más meritoria, más adulta y más madura. Pero también ofrece una serie de argumentos a favor de la resurrección. Refiriéndose a estos argumentos afirma: “aunque cada uno de los argumentos en particular no fuese suficiente para probar la resurrección de Cristo, sin embargo, tomados todos conjuntamente declaran de modo perfecto su resurrección, sobre todo por el testimonio de la Escritura, las palabras de los ángeles, y la afirmación de Cristo confirmada con milagros”.
Esta convergencia de probabilidades a la que se refiere Tomás de Aquino podría completarse con otros signos o huellas. Por ejemplo: las mujeres como primeros testigos, la tumba vacía, los encuentros “misteriosos” con los Apóstoles, su cambio radical y su compromiso después de Pascua, su martirio por defender esa verdad; y el nacimiento y vivo crecimiento de la Iglesia primitiva. La convergencia de tales signos hace posible presentar la resurrección como explicación plausible de ese “algo” extraordinario que desencadenó la fe pascual. Sin olvidar nunca lo que no estamos ante pruebas irrefutables, sino ante un anuncio creíble, que solo puede aceptarse con fe en el Dios vivo que interviene en la historia de Jesús.