NÚMERO DE FEBRERO DE VR

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De cuadrar las cuentas a contar lo que cuadra

portada-febrero17-2Hace poco me pasaron una llamada telefónica. Al otro lado una voz amable me daba las gracias por cómo la revista había ayudado a su comunidad pero, sintiéndolo mucho, tenían que dejar de recibirla porque no le cuadraban las cuentas. Me hizo gracia la expresión y me causó admiración porque lo que me relataba era verdad. Vivían con la austeridad que imprime no saber cómo sostener cada jornada. Las cuentas de la hermana con esta publicación quedaron saldadas y seguirán recibiendo la revista. Las mías, sin embargo, no acaban de cuadrar. Me pregunto si una vida no preocupada porque las cuentas le cuadren, no se estará durmiendo en una consagración cómoda, sin sobresaltos y, en consecuencia, sin crecimiento. Hizo la buena hermana que, una vez más, se removiesen conocimientos agazapados en la historia donde siempre y en todos los tiempos, la consagración abrazó una pobreza explícita justamente para ser otra riqueza para sus contemporáneos. Me hizo ver la calle con gente sin techo, sin calor ni acogida. Gente sin futuro ni presente.

Las instituciones de consagrados, en cuanto presentes en las sociedades donde ejercen la misión, han de cuadrar las cuentas. Bien saben quienes de ello se responsabilizan que el asunto no es menor. Armonizar honestidad, sensatez, equilibrio, rentabilidad y evangelio requiere siempre dosis elevadas de tiempo, diálogo, análisis y, por supuesto, oración.

Creemos que se está haciendo y además se está haciendo bien. La cuestión está en que la mediación no se convierta en fin; que la practicidad de los números no apague lo etéreo de la utopía; que la economía del mercado no ahogue la de la salvación. La cuestión está en el arte y la fe que concedemos al ministerio de la «bolsa común».

De la abundancia del corazón habla la boca y, como aquellos peregrinos de Emaús, solemos comentar lo que nos llena y vacía. No es infrecuente que nos reclamemos lo poco que hablamos de Dios, lo que nos cuesta compartir la fe en comunidad y, por el contrario, lo bien que se nos da ofrecer soluciones informáticas, o dónde hemos comprado el último utensilio «imprescindible» para la misión, o lo conveniente que es un vehículo de mayor cilindrada. No quiero abundar en la demagogia, porque soy consciente de que todo es necesario, pero hemos de preguntarnos dónde apoyamos el compás: en la seguridad insegura de Aquel a quien seguimos, o en las seguridades por nosotros conquistadas.

Hace unos años, en uno de los cursos que mi congregación ofrece para «enseñar a ser provinciales», recuerdo que el general nos propuso una cuestión de índole espiritual. Las participaciones fueron escasas, contadas. «Será el horario», –nos dijimos–. En la sesión siguiente, nos mostró unos planos de un edificio que se iba a construir. Coincidí sentado a su lado y, casi al oído, me dijo: «Verás como os quitáis la palabra». Efectivamente, así fue. He recordado muchas veces la anécdota que me confirma que solemos contar lo que cuadra. Aquello que controlamos y nos da seguridad; aquello que podemos «dominar» y configurar a nuestro gusto; aquello que abrillanta el propio ego; o bien aquello que nos da miedo, o acompleja. También aquella debilidad que en mí mismo no soporto, pero veo evidente en el otro, suele formar parte de lo que cuento, porque me cuadra o convence hacerlo.

La verdadera transformación de la vida consagrada está en la persona. Aquellas convicciones que nos sostienen y gobiernan, la capacidad de donación al reino y la verdad de la fe y libertad. Aquel desplazamiento de posiciones y prejuicios del pasado o actitudes de autoprotección que, por serlo, son depresivas, y condicionan la consagración.

Creer que adecuar nuestros inmuebles es innovación; organizarnos en red ya es sinergia; crear comisiones o grupos de Whats-App o mail es ya comunión, o teclear «me gusta» es apoyo, amén de ingenuo, es solo cuadrar las cuentas y contar lo que cuadra. La otra parte, la del misterio, aquella donde cada uno y cada una va creciendo de la mano de Dios, queda en la parte oculta, la que no se cuenta. La paradoja es que para que a los consagrados y sus comunidades les «cuadren las cuentas», necesitan contar aquello que, hoy por hoy, les cuadra poco.